Tanto el Presidente
como la ex parecen navegar erráticos y sufren la falta de realismo. Pasos
económicos en falso.
Por Roberto García |
Dicen que el poder produce distorsiones ópticas, espejismos. Y
aquellos que lo disfrutan, aunque juran que lo padecen –para no entrar en la
sabrosa anécdota de Giulio Andreotti, “el poder desgasta… al que no lo
tiene”–, viven un universo propio, se alimentan de su entorno, lo externo es un
mundo por descubrir. Hasta cándidamente creen en lo que venden.
Le pasó a Cristina de
Kirchner, quien ahora conserva la misma cultura egocéntrica
del pasado esplendor: sólo así se entiende su afirmación de que no es amiga
ni socia de Lázaro Báez –como si la definición de amistad fuera tan
precisa como la de un triángulo o el sistema solar–, mientras circulan fotos,
videos, transacciones, recibos y testimonios de su inocultable vínculo.
Ese desconcierto frente a la opinión general también se extiende a la
Casa Rosada, hoy convencida de que no ajusta la economía (al
contrario, aumenta el
gasto de su antecesora), de que se consagra cristianamente a
pobres y desocupados, que destina fondos sólo para los vulnerables. En la otra
órbita de la calle, paradójicamente, se cree en la simpleza de un aficionado
kirchnerista (Guillermo Moreno): Mauricio Macri gobierna para los ricos, les
saca de la boca la comida a los pobres, los crueles CEO que lo acompañan sólo
aspiran a liquidar desvalidos y obreros. Se justifica en que el ingeniero
favoreció por conveniencia a una parte del agro (para que siembre más) y sin
razones conocidas al sector minero (a propósito, en algún momento se advertirá
un entuerto gigantesco y millonario que compromete a la Barrick, ya complicada
con otras anomalías o delitos con el cianuro cuando afirmaban que no utilizaban
ese químico).
Se sorprende Macri por el éxito del mensaje opositor: no aceptan que se
endeuda para gastos corrientes, para asistir gobernadores, intendentes,
sindicatos, grupos sociales del Papa, facciones peronistas del Papa, visitantes
del Papa o cuanto mendicante recurra al Ministerio de Desarrollo Social con la
promesa de no alborotar el Fin de Año. Lamenta el Presidente su propio
desencuentro con la realidad y la singularidad de no poder imponer una verdad
sobre la mentira cristinista. Al revés, curiosamente, del relato que
caracterizaba a su anterior administración.
Fiasco. No se pregunta, en cambio, por el fracaso de sus profesionales
creativos, de los difusores de su mandato, a los que consideraba clave en su
llegada al poder, pero que hoy son inútiles para imitar la proeza ficcional de
su predecesora y, lo peor, escasamente servibles para transparentar las
preocupaciones y los desvelos del mandatario por los pobres. Ni un eslogan han
inventado. Y pensar, al menos él lo repetía, que la conciencia colectiva se iba
a modificar con un aparato cuantioso de redes sociales, innominado y apartado
de los medios tradicionales. Gracioso: terminó junto a esos medios de los que
prometía prescindir. Muchos asimilan lo que vociferan los K: Macri es un
hijo de Clarín y La Nación. Torpezas al margen, no piensa cambiar en ese
rubro ni en otros, confía –como ha dicho el jefe de Gabinete, Marcos Peña,
defendiéndose a sí mismo– que los equipos tardan en constituirse, afianzarse,
como los DT en el fútbol. Por lo tanto, diez meses no es nada. Total, en el
Estado no hay descenso.
Siempre un jefe de Estado se compara con el anterior, es una costumbre. Lo único que no
cambia es el espejo, en ocasiones encarnado en el periodismo. Y si Macri se
rebela debido al éxito comunicacional de Cristina en su momento, en
confrontación con la opacidad propia, por lo que Ella no hizo y usufructuó –en
contra de lo que él hace y en apariencia no se le reconoce–, hay otros
episodios que se le escapan. Por ejemplo, poca atención le brindó a la causa del
dólar futuro que afecta a la viuda de Kirchner, casi un antecedente.
Más de uno señala sinonimias con los resultados financieros de estos
meses pasados y venideros, al menos hasta las elecciones de octubre de 2017,
ganancias comparables para unos cuantos que se beneficiaron con la política
anterior y seguramente lo hacen ahora con el mismo BCRA como pagador. La
garantía de las altas tasas para reducir la inflación y su relación con el tipo
de cambio genera efectos semejantes y costosos a la del trío Kicillof, Vanoli,
Cristina, cuya permanencia –más allá del freno que impuso a la actividad
económica– también supone interpretaciones peligrosas: cuando sea necesario
renovar los títulos y la situación general siga precaria, el rinde de las hoy
multiplicadas Lebacs será determinado por los tenedores cercanos a los bancos,
no por la autoridad monetaria. Caso contrario: preguntar por José Luis
Machinea. Ya ocurrió, hubo catástrofe, aunque a nadie se le ocurrió formalizar
un juicio pertinente como el del dólar futuro.
La cuestión económica (sobre todo luego del generoso presupuesto
aprobado por el sistema político esta semana) enturbia más algunos planes
oficiales para el año próximo, sea en crecimiento o inflación. Ninguno de
los postulados estadísticos para esos ítems se va a cumplir, entre otras
materias a cursar. Tarde o temprano habrá un forzado sinceramiento en el
semestre que, en forma desatinada, se había dicho que empezaba el despegue con
esa propensión verbal al optimismo del ministro Prat-Gay.
Aunque difieren en sus visiones, Federico Sturzenegger también había
pecado cuando dijo que ya nadie querría dólares en la Argentina. No lo repite
más, otro apresurado, tan en disidencia con su colega ministro que uno aboga
por prender la calefacción mientras el titular del Banco Central prefiere
encender el aire acondicionado. Una ejemplificación acertada que hizo el
economista Miguel Angel Broda sobre la incongruencia de que un funcionario ejecuta
la expansión fiscal, un mayor gasto, mientras el otro acentúa la restricción
monetaria. Esquema de dudosa duración, de esterilidad obvia, una improvisación
teórica que no figura en los libros. Tampoco Macri quiere cambios en este
dream team.
© Perfil
0 comments :
Publicar un comentario