“Un antihéroe que juguetea con el
hambre, los mendigos, las putas, la pobreza
y la infidelidad”
Henry Miller: el escritor irreverente y procaz, protagonista de sus propias historias. |
Por Renato Salas
Peña
“…Aquí estamos solos y estamos muertos. Anoche Boris descubrió que tenía
piojos. Tuve que afeitarle los sobacos”. Tenía 18 años, mi mayoría de edad,
cuando leí, de prestadito nomás, Trópico de cáncer, del
descendiente de judíos nacido en Nueva York ya hace más de 125 años, y
definitivamente, mi vida cambió, mis lecturas cambiaron, mi yo se millerianizó.
Henry Miller nunca estudió legalmente, ese autodidactismo supongo que le
brinda esa libertad que a nosotros se nos es negada en la escuela y esa es la
clave de su literatura: Miller siempre fue libre (si es que existe la libertad)
él se acercó a lo más parecido.
Correteó por las calles de Primavera negra en el
Distrito 14 de Brooklyn y se crió en estas y vagó en libertad así como todos
los que provenimos de barrios en donde todas las señoras son tus tías y todos
tus amigos guardan algo de hermandad. En la sastrería de su padre encontró sus
primeras monedas que le sirvieron para sobrevivir y enamorar a su primera mujer
de las cinco que llegará a tener, Beatrice Silvas madre de su única hija, luego
seguiría la mítica June, para luego, ya con la calma aburrida que da el dinero
comparta sus días con Janina, Eve e Hiroko.
Miller decide hacerse escritor (aunque siempre lo fue) claro, primero
trabajó, como todos: “El hecho de tener una mujer y una hija a quienes mantener
no era lo que más me preocupaba…lo que me irritaba era que me hubiesen
rechazado a mí, a Henry V Miller, a un individuo competente, superior, que
había solicitado el empleo más humilde del mundo”, a golpe de la treintena de
años decide patear el tablero y huye de la casa familiar con rumbo a París en
donde logra sobrevivir los primeros años ayunando y boceteando lo que será su
primer Trópico que verá un poco de luz cuando él ya contaba con casi 44 años.
Irreverente, procaz, arrecho, porno, sórdido, culto, tierno, aberrante,
divertido, burdo, autobiográfico, vividor, ciclista, burlón, sensual,
provocador, amigo, bebedor, experimentador, putañero, romántico, beat, hippie,
punk, vetado, cachoso, progre, underground, existencialista, vital y otra vez
irreverente, y así multiplicado a la n potencia es Miller.
Tras su relación de amistad-sexo con Anais Nin alcanza sus primeras
publicaciones que lo llevan en el 39 a publicar Trópico de capricornio,
y con la censura aun encima (sus Trópicos se leían con la portada del libro de
Bronte, Jane Eyre), retorna a Estados Unidos, más exactamente, a la
cálida California: Big Sur donde será esparcido en cenizas a punto de cumplir
los 90 años.
Antes de dejar Francia realiza uno de sus viajes más emblemáticos al
lado de su amigo Lawrence Durrel que se transformará en El coloso de
Marussi, para muchos la mejor obra de Miller en donde desenmascara esa
decadente sociedad americana a contrapar de la aun pureza que envuelve la
tierra y la amistad.
La cantidad de libros publicados en los restantes 40 años es alarmante y
“excesiva” diría yo. La vitalidad de Miller se mantiene mientras él se mantiene
en los bordes, en los extramuros de Montparnasse y juguetea con el hambre, los
mendigos, las putas, la pobreza, la infidelidad esos verdaderos crucificados
que aparecerán en Sexus, Nexus y Plexus a su lado son los que
acompañan a este Lazarillo yanqui: protagonista de su propia historia,
antihéroe pícaro de mediados del siglo pasado que en arrebatos filosóficos de
existencia se alejaba de ese espíritu castrante que impone la religión y a
ritmo de Whitman, pero en prosa, nos brinda un paseo por lo que nos hubiera
gustado hacer y ser; pero que sin embargo, nuestra cobardía y complacencia nos
hace vetarlo, prohibirlo, o para levantarnos la moral, dejarlo para más tarde.
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