Por Martín Risso Patrón |
« ...queremos saber cómo están los pibes hoy, en este momento...» [Macri,
Bullrich, Vidal, dixent].
Hay que evaluar
Sostengo que hay que evaluar al sistema educativo nacional.
Es un imperativo de la gestión de gobierno, hacerlo. Nadie ignora y ni siquiera
duda que, sin conocer la materia sobre la que se trabaja en función del mandato
republicano, mal se puede dar solución a los problemas que esa materia plantea.
La Educación es materia, la más importante, para cualquier gestión de
administración de gobierno. En el complejo entramado de la sustancia del
Estado, la Educación constituye lo que el tejido conectivo es para los
organismos vivos. Es parte de cada tejido que forma el organismo republicano:
La Economía, el Trabajo, la Producción, la mera convivencia social en paz, y
también el Desarrollo y el progreso del país, nada son sin Educación. Pero
Grullo, dixit. Cada rincón del organismo vivo que es el Estado debe ser
evaluado, para diagnosticar, y hallar las razones para actuar. Calculemos la
importancia que tiene eso, en materia educativa.
De modo que este despacho asienta en una aceptación plena de la actual evaluación
educativa que el gobierno federal está llevando a cabo. Pero me permitiré
argumentar algunas cosas que preveo, están del todo claras en lo que a la
realización de un acto técnico y científico se refiere.
Qué es evaluar un
sistema educativo
Resulta común reconocer a la Educación como asentada en un
“Sistema educativo”. Ese concepto usual nos remite a una estructura cuyo
mantenimiento funcional eficiente es
responsabilidad del gobierno que administra el Estado. Pero debo señalar
que, de acuerdo a la terminología política institucional que adorna a las leyes
ministeriales, sufre la amputación conceptual de referirse solamente a un
conjunto de partes adosadas entre sí, descriptiva nada más de una estructura;
esto, haciendo la salvedad, que las leyes presupuestarias y descriptivas del
gobierno administrador del Estado, incluyen, particularmente en la Educación,
aspectos funcionales. Pero tal como se expresan, son enteramente insuficientes
desde la teoría de los sistemas [no olvidar que las leyes constitucionales
hablan de sistema educativo].
Entonces, evaluar un sistema, nos ofrece un panorama muy
rico para analizar, lo que intentaré hacer a partir de ahora en este informe,
responsabilizándome más, por cierto, por constituir esto el sentido de mi
profesión pedagógica.
Dicen varios estudiosos del siglo XX [a partir de la década
de los 60], actualmente vivos, entre ellos Daniel Stufflebeam, que “...evaluar
un sistema constituye un proceso continuo cuyo objeto es identificar, obtener y
proporcionar información útil y descriptiva sobre el valor y el mérito de las
metas que se plantea el sistema bajo evaluación”. El propósito de ese
proceso evaluatorio, es generar las mejores condiciones para la toma de decisiones. Esto llevará a dotar de eficiencia al
sistema de que se trate. Sintetizo: Levantar datos, procesarlos, emitir un
juicio de valor previamente puesto bajo criterios arbitrarios, y tomar
decisiones en función de las metas del sistema.
Clarísimo: En la Educación argentina, que yo sepa, nunca se
hizo una evaluación que haya llevado a los gobiernos a tomar decisiones; esto
puede haber sido por alguno de estos motivos: No se supo relevar los datos y
ello condujo a deficiencias en la información obtenida; o, habiendo obtenido
datos e información suficientes y válidos, no
se quiso tomar decisiones por no ser políticamente correcto, que creo ha
sido lo más común, por la mezquindad política de los regímenes de turno.
Considero que, si se
tiene lealtad para con el programa político educativo que de hecho se debe
plantear un régimen de gobierno, se tiene la responsabilidad de plantearse
las metas correspondientes, incorporarlas al cuerpo de políticas de Estado, y
apuntar todos los esfuerzos a su cumplimiento. Esto justifica y determina la obligatoriedad de evaluar el sistema
educativo. Llegando hasta el final [tomar las decisiones correctas por más
antipáticas que resulten al propio entorno de gestión], a como dé lugar,
modificando cosas, gestionando al macro sistema del Estado para que en
definitiva no se venga abajo la República,
y el Desarrollo sea posible. Se entiende ¿no? En breves palabras: No
matar al mensajero que trae malas noticias de cómo va la cosa y la orientación
para tomar decisiones correctivas. Así de simple y claro.
Pero hay que reconocer que este proceso de evaluación del
sistema educativo nacional es todo un tema desde el punto de vista del manejo
científico que hay que tener de las herramientas. Veamos.
Fobia a la Ciencia
Lo digo con claridad: Es como si, dado que la Ciencia, cuyos
principios se aplican por fuera de la voluntad de quienes manejan estos
procesos de evaluación, se expresa sorda, ciega y muda a los intereses
particulares, la respuesta de quien no quiere que se vea el lado feo de su
gestión [fracasos, errores, etcétera] será no tomar las decisiones adecuadas; necesariamente adecuadas. La
experiencia continua de todo el siglo XX en el país, nos muestra
descarnadamente que nunca se tomaron las
mejores decisiones en Educación. Y así está la República; así estamos los
paisanos argentinos.
De palabra, siempre se evaluó la Educación con términos
raros, altisonantes y beneméritos. Flatus
vocis, porque a la hora de decir la Verdad, la Ciencia de la Educación fue
abatida, negada y arrinconada. Apaleada. Una cruda muestra de fobia a la
Verdad, que se muestra claramente como fobia a la Ciencia.
El “operativo
aprender”, hoy
Comenzamos mal. El término “operativo” suena a intervención
policial, a allanamiento, a secuestro de evidencias de algo malo, a golpes,
ruidos y roturas de cosas. Evaluar el sistema, en Educación, es un proceso de
corto, medio o largo alcance, que involucra incluso a las Personas que lo
nutren. Además está completado el término con el verbo aprender, así nomás en infinitivo.
Pero resulta que en este operativo,
ratificando el horrible nombre de tal, como señalé arriba, todo se hace en
secreto: El proceso de diseño científico
de la Evaluación; tampoco se sabe si fueron sometidos a prueba los instrumentos a aplicar para levantar
datos [como enseña el más elemental manual de diseño de investigación
evaluativa], lo que nos garantiza la validez y la confiabilidad de esos
instrumentos [están construidos para evaluar lo que se quiere evaluar, y no
otra cosa, y evaluarán en todas las dimensiones del proceso, de la misma
manera]; no se sabe cuáles son los
criterios de la Evaluación, ni los parámetros
de rendimiento del Sistema según los criterios planteados [p.e. “desde N a Q, significa mucho, o poco, o
insuficiente”, etcétera], que son el caracú de la cuestión, pues someten a
juicio lógico los méritos y valía del Sistema Educativo.
No conocemos los ciudadanos interesados en que se haga la Evaluación del Sistema Educativo
nacional ni siquiera las metas
referenciales con las cuales confrontar los resultados del estudio, con el
objeto de poder tomar las decisiones
correctas al final del proceso [perdón, del operativo]. Se conocen, sí, omisiones técnicas, como la edición de
cuestionarios en sistema Braille para ciegos, a contrapelo de la excelente
medida de integrar chicos ciegos en el aula común, con mucho éxito, al menos en
Salta.
Y en afirmativo, señalo: Se omite absolutamente, se omite
toda contextualización territorial, social, económica, para la administración
de los cuestionarios de Evaluación de los pibes; claro, los de la Puna, la selva, la meseta
patagónica, además de los de Palermo, Belgrano, Las Cañitas y el chetaje en
general, propietarios legítimos de su denominación de origen.
Para los escépticos, informo gravemente, que es posible
contextualizar criterios de evaluación social, con idéntica validez de los
datos levantados. No es discriminación, esto, si se evalúan condiciones
personales de conocimientos, saberes producidos y aprestamiento intelectual para usar la lógica.
Tal vez sea tan ocioso mi tránsito por el conocimiento científico y técnico de lo que es evaluar, que
no he comprendido, o se me escapó a la comprensión el capítulo aquel de los
manuales, referido a la complejidad de datos, instrumentos, criterios, metas y
parámetros, que dice algo así como: “Evaluar el Sistema Educativo nacional,
consiste seriamente en... conocer cómo están los pibes, hoy”.
Final dramático
Ahora, agrego la gota política a este amargo análisis: Me
parece que estoy sospechando que hay un interés oficial del gobierno federal, en demostrar que la herencia recibida es asquerosamente pesada. Eso, en
Educación está escrito en la frente de los niños, adolescentes y jóvenes y
adultos que estudian, y por supuesto también en la frente de los maestros y
profesores. Sería grave, gravísimo, comprobar que esgrimir datos de una
Evaluación trucha, nacida de la fobia científica, de la inoperancia y de la
mezquindad politiquera, nos ponga en la picota mundial más debajo de lo que
estamos en términos de credibilidad de la gestión administrativa del Estado en
manos del Ejecutivo federal.
No legitimo la toma de escuelas por los Baradell & Cía.,
ni a los padres que cierran filas desde
un trasnochado razonamiento de obstaculizar porque sí un hecho político,
científico y técnico de trascendencia, como es la Evaluación del Sistema Educativo.
Sólo me guía el interés de aportar lo que conozco, y ponerlo a disposición del
Gobierno, para que corrija el maremágnum de errores técnicos que advierto se
están cometiendo.
Una última cosita: “Conocer cómo están los pibes, hoy”,
significa para mi febril imaginación, pero no menos lógica: “Demostrar
que todo nos llegó hecho un desquicio”, nada más; sin darse cuenta las
paladas de porquería que el mismo Ejecutivo federal se echa encima con este
estropicio pésimamente diseñado que más
huele a una improvisación trágica, que a un verdadero plan de Evaluación, y
por ende ensuciando al Pueblo sencillo, que es el dueño y legítimo destinatario
de las correcciones educativas que habrá que decidir de manera urgente para que
la República salga de su postración.
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