Por Guillermo Piro |
En la época en que los diarios argentinos podían
despilfarrar el dinero enviando a sus redactores a cubrir eventos
insignificantes, La Nación le pagó a Manuel Mujica Lainez el pasaje a Estocolmo
y la estadía para asistir a la entrega del Premio Nobel a Alexander Fleming.
Corría el año 1945 y Fleming lo recibió junto con Ernst Boris Chain y Howard
Walter Florey, todos ellos por haber trabajado en torno a la actividad
citológica de diversos mohos y bacterias (Fleming había descubierto la
penicilina en 1928, pero los otros dos señores fueron los creadores de un
método para producir el fármaco en masa).
Mujica Lainez emprendió el viaje, y a
poco de llegar comprendió que su notable parecido con Fleming hacía que lo
saludaran en el lobby del hotel, o incluso caminando por la calle. En
determinado momento, un poco harto tal vez de la situación, mientras viajaba en
ascensor hacia su habitación, una mujer, confundiéndolo con el científico, le
pidió un autógrafo: y Mujica Lainez no dudó en empuñar la pluma y escribir (en
inglés): “Penicillin will save the world! Fleming”, cosa que, si se me permite
opinar, sin llegar a ser del todo una mentira, tiene mucho de verdad.
Recordaba esto al enterarme de que el lunes pasado el
escritor y director de cine nacido en Chile, pero nacionalizado francés,
Alejandro Jodorowsky, se paseaba placenteramente por la Feria del Libro de
León, en Guanajuato, México, y cansado de recorrerla decidió recuperar el
aliento sentándose un rato (sin advertirlo) bajo una gigantografía con la cara
de Paulo Coelho. Se formó al instante una
larga cola delante de él, al menos doscientas personas que lo
confundieron con el escritor brasileño, deseosos de que les firmara (¡y
dedicara!) un ejemplar de su último libro (La espía, Grijalbo). Y dado que no
tenía nada mejor que hacer, y que no hay nada más placentero que conformar al
público, estuvo una hora escribiendo “De mi alma a tu alma. Coelho”, a todo el
que le pedía una dedicatoria.
Cuando en 1996 entrevisté a Antonio Tabucchi, y dado que la
entrevista en cuestión había durado horas, y yo estaba en su casa, cerca de
Pisa, esperando que llegara la hora de partir para tomarme el tren que me
llevaría a Roma, nos pusimos a hablar de estupideces, que es lo que hace la
gente cuando se cansa de hablar de las cosas que carecen de importancia, y se
me ocurrió contarle que había un escritor en la Argentina muy parecido a él:
Rodolfo Rabanal. En un momento él pensó que yo hablaba del estilo, o de algo
parecido, pero entonces lo interrumpí y le dije que no, que no se trataba de
eso, que me refería al parecido físico y nada más. Entonces no era tan fácil e
inmediato como ahora buscar una fotografía en la web y mostrarla, de modo que a
Tabucchi no le quedó otra que confiar en mí y divagar un poco acerca de que
todos tenemos un sosias dando vueltas por ahí, y que encontrarlo, tenerlo
frente a frente, puede suscitar una impresión inigualable, y recordó a
Dostoievski, y luego a Poe, y el Doppelgänger, y no recuerdo qué más. Así que
cuando volví a Buenos Aires busqué una foto de Rabanal, la metí en un sobre y
se la mandé a Tabucchi con un papel que solamente decía: “Eccolo!”. Un mes
después me llegó la respuesta. Dentro del sobre había un pequeño trozo de papel
que terminantemente decía: “Cazzo! Avevi ragione!”
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