El Presidente le
pone energía y brazos a la batalla electoral. Sombra económica.
Por Roberto García |
A veces cuesta entender a Mauricio
Macri, al menos su método. Más de uno, por ejemplo, se pregunta:
¿cuál es la razón por la cual el ingeniero trata de utilizar todos los
instrumentos musicales para la batalla electoral del año próximo, en la que
objetivamente no tendría que tener problemas, mientras sostiene el combate
contra la inflación con un solista, con una sola mano además, conservando la
otra atada a la espalda?
Para un boxeador sería letal esa práctica; para un
economista, un desquicio a pagar el olvido del gasto público excesivo. Misterio
bifronte y suspenso, entonces. En un área, la política, en la que
no debería perder hasta por razones atávicas, un rostro de Macri
consagra todo tipo de esfuerzos; y en la otra, la económica, el otro
rostro hace sombra como en el boxeo, echa culpas, casi se distrae y exige a
unos lo que no se demanda a sí mismo.
En un rubro, es explícito y apela a recursos diferentes. Un modelo: en la provincia de Buenos Aires descuartiza adversarios o ex aliados para convertirlos en enemigos (Sergio Massa). Ni siquiera aguarda el apotegma de un ex ministro: “El mayor peligro de Massa es él mismo”. Lo necesita achicado. También alimenta, suma y agradece fracciones de otros partidos, sellos, intendentes, divisiones (Florencio Randazzo, Julián Domínguez), e intenta congelar los números de las encuestas como si fueran corazones a trasplantar dentro de un año. Tal el caso de Daniel Scioli: luego de la entrevista secreta que mantuvieron, el ex gobernador divulgó su vocación de postulante, justo cuando ya era un hombre descarnado y sin ambiciones; desde entonces, y manteniendo una obediencia inalterable, ha vuelto a confirmar su fe cristinista, superior a la que mostraba antes de la derrota. Para suspicaces: esa devoción, como se sabe, lo llevó al cadalso. Cristina, a su vez, se enorgullece por el lugar que encontró en la provincia –a la que seguramente no intentará representar, ya que Santa Cruz se presenta más fácil–, el favor del auditorio (entre 20 y 30 por ciento superior al de otros centros del país) que, le satisfaga o no, quizá le traslade a Scioli el año próximo. Además, quienes creen que la Justicia posterga decisiones sobre la ex presidenta, que prefieren no encarcelarla antes de los comicios del año próximo, que el oficialismo la necesita viva, limitada pero coleando, le facilitan a Cristina la respiración –sobre todo, quien se cree el Ave Fénix– aunque sea humillante el ejercicio. Ese cuadro del PJ, su revoloteo, le permite al dúo Macri-María Eugenia Vidal imaginar a costa de otros la constitución de un aparato territorial del que carecen, expandir lo que no tienen e, incluso, agregar especies que desnaturalicen sin prejuicios la pureza étnica del PRO. Lo que era inconveniente para la elección nacional ahora puede justificarse en el orden provincial.
Distinto el modelo macrista en Capital. Consiste en atrapar otro
público, no precisamente peronista, ampliar lo que sí tiene y dispone su
aparato partidario –el dominio territorial del PRO–, insuficiente sin
embargo para repetir una hegemonía en las elecciones. De ahí que, lejos de
apartar socios contingentes, Macri los entusiasma, como a Martín Lousteau y
Elisa Carrió , quienes presentarían lista propia en 2016 para disgusto y
venganza de Horacio Rodríguez Larreta, quien ahora propone la interna que antes
desechó. También provoca tempestad en la UCR: hay muchos que no comulgan con el
actual embajador en EE.UU., tanto que se le atribuye a Ernesto Sanz haberle
pedido a Lousteau que no regrese a la Argentina. Parece que no le hará caso y,
además, desde su marca poco conocida (Eco) ofrece una alternativa interesante a
la insaciabilidad de otros radicales: pueden ir unos correligionarios en la
lista de Rodríguez Larreta y otros en la que Lousteau comparte con Carrió. A su
vez, la dama de la Coalición Cívica, vencida hasta ahora por el cigarrillo y
orgullosa de fijarle condiciones a Macri, además de fotografiarse con “Rulitos”
y contrariar a Sanz (lo que vendría a ser un placentero hobby para ella,
después de haberlo agraviado en una reunión con el Presidente), brindará otro
servicio: habrá de blanquear a ciertos radicales que también desean
fotografiarse con Lousteau. Y para Macri, de continua y lisonjera comunicación
con esos dos partners, el juego de alianzas se torna redondo: pretende,
copiando a los peronistas de antaño, que colectoras del tipo Lousteau-Carrió lo
favorezcan en los cómputos finales, sin importar que ese rédito implique cierta
jibarización del PRO y del jefe de Gobierno porteño. Finalmente, como ha
manifestado Jaime Duran Barba –ausente tal vez del país hasta después de las
elecciones para no despertar iras–, no se trata de conseguir más diputados o
senadores propios en los futuros comicios, sino de consagrar la sensación del
triunfo. Como si el objetivo fuera ratificar una línea, una tendencia, un
gobierno bajo la binaria repetición de “Venezuela o nosotros”. La experiencia
de diez meses demuestra, por otra parte, que se puede administrar el Congreso
sin necesidad de tantos fieles. Será costoso, temporario, pero las
contrataciones rinden.
La otra faz de Macri, la económica, no registra la misma amplitud. Por el contrario, se encierra, revela inconsistencias preocupantes (déficit, actividad, desocupación, pobreza) y la superficialidad de Federico Pinedo o del propio Macri, tildando a los empresarios de “langas” o de que tienen que poner el traste, vulgaridades antes reprochables en funcionarios de menor jerarquía como Guillermo Moreno. No lo dijeron en el Mini Davos, son expresiones típicas de quienes no se preguntan de dónde proviene su sueldo ni de las implicancias finales por cambiar un lema de Bill Clinton por otro propio: “Es la política, estúpido”. Tal vez no alcance.
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