Por Jorge Fernández Díaz |
La inefable alcaldesa de ese vasto e idílico vergel
peronista llamado injustamente La Matanza vino estos días a destruir el viejo
axioma según el cual una persona no puede estar en dos lugares al mismo tiempo:
se desvivió como una colegiala por sacarse una selfie con Mauricio Macri y luego anunció frente a Máximo Kirchner
que la patria estaba en peligro.
Algo parecido había hecho unos meses atrás,
cuando para congraciarse con Sergio Massa declaró que la etapa de Cristina se
había cerrado en diciembre y a las pocas horas pronunció un discurso a puertas
cerradas donde les aseguraba a sus acólitos que recuperarían la Casa Rosada
para la arquitecta egipcia. Un insidioso militante, que estaba en ese acto, le
envió a un amigo de Massa el video con la prueba flagrante, y éste lo
transmitió al celular del susodicho. Sergio lo recibió con mordaz filosofía, y
de inmediato ordenó impulsar a fondo el proyecto para dividir en cuatro partes
el paraíso viviente de Verónica Magario.
Pero no seamos injustos: la alcaldesa no está sola. En un
clima en el que todos charlan con todos y tras una década donde casi nadie
hablaba con nadie, quienes se sientan a la mesa a mantener amables y jugosas
negociaciones suelen salir después a los medios con discursos agresivos. Es que
necesitan, a un mismo tiempo, cerrar acuerdos en los despachos y sacar chapa de
hipercríticos en las veredas. Como esta vez no hay castigo para los hipócritas,
parece que en este país no hay dios que esté conforme con nada. La realidad,
entre bambalinas, demuestra otra cosa.
A pesar de que la reactivación tarda y la mishiadura duele,
los sindicalistas confiesan encontrar en el Gabinete una alta sensibilidad para
los reclamos, el Movimiento Evita teje buenas relaciones con Carolina Stanley y
negocia una obra social piquetera, las organizaciones sociales tienen
escritorio en la segunda planta de Balcarce 50 para realizar un relevamiento
conjunto en más de dos mil barrios carenciados, los combativos vicarios de
Bergoglio dentro del mundo de la pobreza fustigan, pero admiten que este
gobierno escucha más que el anterior, y los mandatarios peronistas los
acompañan en ese curioso sentimiento: son tratados con mayor delicadeza que
cuando reinaba la jefa del látigo. Diez meses más tarde, estas oposiciones
duras llegaron por lo menos a dos conclusiones provisionales e indecibles: los
nuevos ocupantes del poder no son monstruos sedientos y ya no es creíble que
deban huir en helicóptero. El Gobierno, rodeado de problemas heredados y de
grandes chingadas propias, ha echado raíces, aunque lo hizo a costa de repartir
y de no bajar el gasto público. El precio de la gobernabilidad ha sido el
déficit, y ésta es a la vez la razón por la que el despegue se torna lento y
dificultoso. Vaya paradoja. Los ministros se defienden: "Primero nos
dijeron que no podíamos gobernar, luego que gobernábamos para los ricos, y
ahora no dicen: está bien, gobiernan y para todos, pero están destruyendo la
economía porque no hacen el ajuste". A continuación, aseguran que nadie en
el exterior les recrimina esos abultados números rojos y que igualmente
cumplirán las metas fiscales. "Cuando recortamos, somos ajustadores;
cuando no lo hacemos, el déficit es escandaloso, y mientras tanto los agoreros
ignoran la enorme confianza internacional, las señales positivas del mercado y
el repunte espectacular de las reservas", señalan. El Presidente, según
relatan, está igualmente sobre los gastos, y compara cualquier cifra que le
piden con comedores populares y jardines de infante. El resultado suele ser
cruel y dejar a su interlocutor tragando saliva. Un asesor pasó un mal momento
hace unos días cuando le pidió fondos para un proyecto de los
"amigos": se refería a aliados o en vías de serlo. "Mis únicos
amigos están dentro del 32% al que no le alcanza para comer", le disparó
Macri a quemarropa.
En Cambiemos están acostumbrados al doble discurso y a los
gritos teatrales proferidos para la tribuna opositora. No terminan, sin
embargo, de encajar los elegantes susurros de banqueros, industriales,
politólogos y economistas, que les filtran distintos sentimientos: bronca,
decepción, subestimación y miedo. Muchos de ellos fueron entusiastas consejeros
de Menem y luego de Fernando de la Rúa, que con diez meses de gobierno ya le
había estallado el escándalo de los sobornos y renunciado el vicepresidente, le
arreciaban los paros, los justicialistas conspiraban para voltearlo y la
actividad caía por el tobogán irreversible de la depresión. En la mesa chica de
Macri suelen escucharse soliloquios amargos: "Nos tratan como a boludos. No
entienden que la historia no se repite. Somos una anomalía en un país con
supremacía peronista, ganamos por apenas tres puntos, tenemos minoría en las
dos cámaras del Congreso, luchamos contra la cultura profundamente acendrada
del populismo, y no podemos hacerlo con las viejas fórmulas, que además
fracasaron. Éste es el modelo del acuerdo versus el modelo de la hegemonía.
Negociar está asimilado a una debilidad y no a una virtud. Y la Argentina no
está condenada a triunfar. Pero sí a negociar". Tal vez en este último
punto tengan algo de razón. Según la FAO, somos la nación con más potencial
ictícola del mundo; otros organismos internacionales detectan idéntica
capacidad latente en materia de energías eólicas. En minería, sólo hemos
desarrollado el 3% de nuestras posibilidades, y la explotación de Vaca Muerta
nos convertiría en la tercera potencia petrolera y gasífera del planeta.
Tesoros bajo llave que sólo son accesibles con veinte años de seguridad
jurídica y políticas de Estado garantizadas por las principales fuerzas del
sistema. "Pichetto y Massa están convencidos de eso -aseguran-. El Pacto
de la Moncloa ya empezó."
Pero tanto optimismo choca con la mirada severa del
"círculo rojo". Allí se escuchan monólogos del siguiente tenor:
"Están reventando la tarjeta, huyendo hacia adelante. No ha habido un
cambio de orden, se convive con el anterior régimen, se les da prioridad a los
gremios y las organizaciones sociales, y se incentiva algo peligrosísimo: la
figura de Cristina, con quien juegan con fuego. Debería estar presa". En
el palacio, recuerdan que no hay manual para salir del neopopulismo, y se
quejan porque no les reconocen haber llevado a cabo en pocos meses un arduo
ordenamiento económico (que dejó muchos heridos), mientras le ponían la proa
como nunca antes al narco, la policía gangsteril, la mafia penitenciaria y la
aduana corrupta. "Ya sabemos que todo es frágil, y que la sensación
térmica recién se sentirá en marzo -aceptan-. Todavía no mejoramos, pero
dejamos de empeorar. ¿Qué esperan de los gremios con semejante situación? Han
sido razonables. ¿Y es posible con 40% de informalidad y tanta pobreza
estructural no reconocer las organizaciones sociales como un gran actor
político? En la Fundación Pensar debatimos durante todo el año pasado el camino
que íbamos a tomar, no estamos improvisando. Y no hay espalda para otra cosa.
Se necesita paciencia y no caer en clichés ni en tabúes." En cuanto a
Cristina, es indisimulable que la prefieren libre y competitiva, aunque no
moverán un dedo para torcer el destino judicial. La Pasionaria del Calafate
debería saber que el interés mayor porque los expedientes la borren por fin de
escena no está en el Gobierno, sino entre algunos de sus antiguos vasallos. Que
antes se desvivían por una selfie con
ella, y que hoy le desean el ostracismo. Tal vez la sombra.
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