Reapareció la
aliada del Presidente y la onda expansiva alcanza también a la oposición.
Por Roberto García |
Una fábrica de torpedos. Definición clásica para la agrupación
política de Elisa Carrió: empresa que, según su
mentora, no detendrá su producción bélica.
Ese anuncio –y la convicción que la
acompaña– aterroriza a opositores, angustia al Gobierno y genera zozobra en la
coalición oficialista.
Se observó en el apagado lanzamiento de Cambiemos hace 48 horas,
algo resignado Mauricio Macri, del PRO (“la última palabra siempre la tiene
Lilita”, confesó como un esposo exhausto de discutir, para no ingresar en otros
capítulos más profesionales del psicoanálisis), cabizbajo Ernesto Sanz, de la
UCR, y Carrió convencida de que su destino en el grupo es la fiscalía y no
preguntarse de dónde proviene el salario para el alimento común. Cualquiera
diría que hay una crisis indisimulable en ese núcleo dominante en
el que, además de personalidades complejas, compiten por cargos, ubicaciones,
presupuestos y lugares en las listas para las elecciones del año próximo. Todos
se preocupan por ganar o aparentar que van a ganar (teoría de Duran Barba),
ninguno sabe cómo van a llegar. Ni se interrogan por la eventualidad de que el
milagro económico que se promete para 2016 tal vez ni se produzca.
Carrió, más que repuesta luego de la colocación de dos stents, le impone condiciones éticas a Mauricio Macri como prioridad, se remite a sí misma en la conducta por si fuera lo último que le toca en la vida –tema que, ya a los 60 años y tras algunas advertencias médicas, comienza a inundarla– e impulsa la cesación de funcionarios (Silvia Majdalani), el alejamiento de influyentes como Daniel Angelici, la descalificación de candidatos (Jorge Macri), observa la realización de ciertos proyectos públicos de parientes y amigos y hasta sospecha de pactos secretos después de la reunión secreta Macri-Daniel Scioli, justo cuando ella denuncia anomalías en la administración bonaerense anterior e investiga estancias en Balcarce y Tandil, villas y emprendimientos en Italia (a propósito, dicen que sus pesquisas también apuntan a argentinos del régimen pasado –más precisamente argentinas– con intereses inmobiliarios en la gigantesca Societé des Bains de Mer que domina Mónaco). El Presidente dice alegrarse por esta incesante tarea de su socia, la realza en público y, para ser justos, cuando Laura Alonso le preguntó por sus funciones en la Oficina Anticorrupción, le contestó que si atrapaba a alguien de su confianza, “mejor”. Aunque doliese. Frase que tal vez no comulgue con el tembladeral al que lo somete Carrió. Pero él la lisonjea y se inquieta por su salud, la colma de atenciones (también de custodias) y su abogado preferido, Fabián Rodríguez Simón, el Pepín, estacionado en la nómina de YPF y de empatía con Lilita, le sugirió a ella que, frente a los problemas cardíacos, tal vez le conviniera sosegarse en un lugar bucólico, como embajadora en Portugal, “y sacamos al que está”. Poca consideración, claro, con el diplomático asentado en Lisboa, algún recelo político por la naturaleza de la amorosa propuesta e incertidumbre por el carácter serio o humorístico de la iniciativa. Aunque todos saben lo que Freud pensaba sobre las bromas.
No se divulgan rencillas, pero se admiten. Hasta alentadoras en un
estado de deliberación democrática, según Carrió. Trascienden dificultades
ideológicas, personales, pugnas por adecentar la administración y sus
cercanías, tarea que la dama se autopropinó –algunos dicen que por encargo de
Macri, quien no se atreve a emprolijar ciertos rincones– aunque coseche todo
tipo de agravios y hasta insinuaciones non sanctas sobre una familia de su
vecindad íntima, colorida y exitosa. Alguien tirará esa piedra. Pero ese hervor
también se acopla a otras demandas ciertas, más decisivas: el PRO se
come todo, los radicales aparecen decepcionados por falta de localidades en el
palco y la Coalición Cívica, en discreto silencio, pero en la misma
cola de la boletería por espacios púbicos rentados. Finalmente, nunca se
agrandó tanto el casillero de funciones pagas, los ministerios, las insondables
designaciones de “coordinadores” con nombres esotéricos (de cuidados mentales
en la Provincia a aplicación de políticas transversales en el orden nacional o
de articulación regional). Como si se necesitaran más burocracia y nuevos
impuestos sobre una población sin Robin Hood.
Esas refriegas por plata en Cambiemos también alcanzaron al Congreso, hasta ahora en velocidad crucero por despachos a gobernadores sedientos y opositores con necesidades irresueltas. Pero hubo un límite. “Nosotros llegamos hasta el Presupuesto; si quieren otras leyes pídanle los votos a la gorda”, amenazó parte del peronismo que ha habilitado casi sin chistar la sanción de diversas normas requeridas por Macri. Por supuesto, a cambio de especies comunes en la gestión, sean cargos, partidas, habilitaciones, obras. Plata, claro. El apartamiento ocurrió luego de que Carrió dijera: “No acompaño leyes con nombre y apellido”, bloqueando una norma que anticipaba la cesación en el cargo de la procuradora Alejandra Gils Carbó, una de las tantas bendecidas por el Papa. Esa jugada tardía de Carrió, apoyada en sólidos argumentos jurídicos que había despreciado el propio Macri, dejó en situación comprometida no sólo al Gobierno, también a los opositores que habían consentido la operación contra la jefa de los fiscales. Vino el hartazgo por la traición legislativa, la novedad de que sólo habrán de consentir –siempre a cambio de algo– ese Presupuesto imaginario que postula el oficialismo para el año próximo. Un último favor de ese peronismo diferenciado del cristinismo que, sin embargo, tampoco se pregunta de qué modo se va a llegar a las elecciones del año próximo, ya que los números oficiales no resultan consistentes. Será por esa razón que Macri le ha otorgado el contralor de la economía a alguien que nunca estudió economía, como hizo Perón con Miguel Miranda, seguramente porque los profesionales no la embocan.
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