Por Pablo Mendelevich |
Por primera vez en su historia el peronismo celebra hoy el
llamado Día de la Lealtad sin líder ni hoja de ruta. Se lo puede decir de otra
manera: el primer 17 de octubre fuera del poder después del gobierno más largo
que haya habido desde Rivadavia no encuentra al peronismo ni muy unido ni tan
disperso, más bien en transición hacia un posicionamiento y una organicidad
todavía inciertos, con el sueño común de retomar en algún momento el poder.
Recuérdese que es también inédito, desde que existe el peronismo, que no
gobierne un peronista, ni un radical, ni un militar. Lo que está en veremos,
justamente, es el tipo de oposición que se consagrará a partir de las dos
corrientes actuales, la negociadora y la intolerante.
Esta indefinición general del movimiento creado en 1945
paradójicamente parece inocular más fervor que otros años a la gran efeméride.
Más actos, quizás, más solicitadas y, sobre todo, más dispersión discursiva. Un
poco es desquite. Cuando mandaba, Cristina Kirchner entronizaba a su difunto
esposo, no a Perón ni al 17 de octubre ni a la Marchita ni al bombo. Ella
oscilaba entre un ideologismo de autor -el cristinismo, que no pasó de La
Cámpora- y un peronismo con Perón ninguneado y Evita "setentizada" y
robusta. Literalmente: la hizo esculpir gigante dos veces para ponerla en el
edificio de Obras Públicas con la estética del Che Guevara de la Plaza de la
Revolución, mientras ignoraba la ley (no una, hay dos leyes) para hacerle de
una buena vez un monumento a Perón. El desenlace fue digno de Esopo: por fin el
monumento lo impulsó y lo inauguró, hace un año, Mauricio Macri.
Hay constataciones de que por entonces el liderazgo
principal del peronismo lo ejercía Cristina Kirchner, a la sazón el presidente
argentino que mayor poder concentró. Con su dedo índice ella lo puso a Daniel
Scioli (antes de las PASO que su propio gobierno había inventado para
profundizar la democracia) de candidato presidencial. El gobernador perdió,
aunque consiguió un decoroso segundo lugar, salvo en la cultura victoriosa del
peronismo, donde suele considerarse a la derrota prima de la traición y se
tiene la vé dibujada con dos dedos como un acto reflejo frente al fotógrafo. El
hecho de que el tercero también fuera peronista - Sergio Massa - no refuta el
liderazgo cristinista, que de modo indirecto quedó registrado en las urnas. Y
que se desmoronó ni bien ella volaba a Río Gallegos en un avión de línea y
Macri se hacía cargo de la fiesta de la sucesión y, lo que es más importante,
del Estado.
Muerto Perón, varias veces coexistieron líderes peronistas
diversos (Cafiero y Saadi en los ochenta, Menem y Duhalde en los noventa,
Kirchner y Duhalde hacia 2005, entre otros), pero la situación actual es
diferente: no hay líder principal. Ni siquiera asoma uno. Entre las frases más
repetidas en los actos de hoy está la que dice que "hay que volver a
Perón". Se sobreentiende, al primer Perón. A falta de definiciones,
emociones, evocaciones.
El 17 de octubre está relacionado con el más puro
verticalismo peronista. Pese a algunos esfuerzos historiográficos, en 1945 Eva
Duarte aun no tenía actuación política pública. Le cupo a Cipriano Reyes, no a
Evita, un papel fundamental en el armado de aquella jornada histórica.
Pero al considerar la fecha como fundacional, el peronismo
sí rinde homenaje a la verdad. Ese miércoles la concentración en Plaza de Mayo
de un sector social marginado que nunca antes había accedido a la cosa pública
(ni había pisado la Capital) marcó un hito, que se coronó cuatro meses después
cuando, contra los pronósticos en boga, el coronel Perón le ganó por 9,89
puntos porcentuales a la Unión Democrática.
La parte menos rigurosa de la historia de ese día
sacralizado por el peronismo no es esa sino la que se refiere a un Perón que le
hizo frente al gobierno de facto a favor de la clase obrera. Interpretación que
no explica cómo fue que a las once de la noche, cuando la multitud llevaba
horas en la plaza pidiendo por Perón, éste apareció en el mismísimo balcón de
la Casa Rosada junto con el general Farrell, quien presentó a su amigo y
camarada con el mejor talante. Le cedió el micrófono al "hombre que supo
ganar el corazón de todos". Farrell era el presidente de la Nación, aunque
el peronismo nunca lo llamó dictador como a los presidentes de otras
dictaduras, beneficio tal vez atribuible a que hasta diez días antes del 17 de
octubre Perón había sido su vicepresidente. Además de ministro de Guerra y
secretario de Trabajo. Hombre fuerte e ideólogo, incluso, de la segunda
dictadura, la llamada Revolución del 43.
Los hechos que desencadenaron la trascendente jornada del 17
arrancaron el día que Perón cumplió 50 años, 8 de octubre de 1945, cuando
renuncia a los cargos. Sólo se entienden a partir de la superioridad
intelectual y política de Perón respecto de sus pares, sumidos en divisiones y
desconciertos frente al manejo que él hacía de las masas y ante su ostensible
capacidad para subyugarlas. Los desencuentros castrenses lo llevaron a Martín
García y luego lo sacaron de Martín García, so pretexto de que la humedad del
Delta le había deteriorado la salud.
Entre 1946 y 1955 el 17 de octubre fue feriado nacional. Ya
que la verdadera importancia de los hechos se refiere al ingreso de las masas
marginadas en la historia, es extraño que el nombre que le pusieron a la
jornada no aluda a semejante proeza sino a los códigos internos del movimiento
peronista. Se supone que la lealtad es al líder. Es decir, a lo que ahora el
peronismo busca para encarar una nueva metamorfosis.
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