Por Guillermo Piro |
Nos pasamos la vida confrontándonos con hechos, mentiras,
verdades que parecen indudables y que en cambio lo son. Creemos en ciertas
cosas y en otras no, a veces de un modo arbitrario y sin tomarnos el trabajo de
ir a controlar, tal vez por el temor de saber que aquello en lo que nos gustaba
creer no existe. Convivimos con convicciones erradas, algunas nos hacen
compañía desde chicos, encontraron un lugar en nuestras mentes, hicieron allí
su morada y no nos abandonaron, tal vez porque entonces nos la dijo alguien a
quien considerábamos infalible, un padre o un maestro.
Wikipedia, ese gran
catálogo del saber humano y sus debilidades, tiene una página dedicada a las
convicciones erradas: List of common misconceptions. Estamos convencidos de que
hasta la aparición de Colón todos creían que la Tierra era plana, que en la
Edad Media la gente se moría joven, que Napoleón era petiso y que los murciélagos
son ciegos. Y bien: no.
Las galletas de la fortuna no son originarias de China:
fueron inventadas en Japón, y de allí pasaron a Estados Unidos. Es muy raro
encontrarlas en China, donde en cambio son reconocidas como un símbolo de los
Estados Unidos.
En el libro del Génesis nunca se habla explícitamente de una
manzana. El texto original hebreo hace referencia al “fruto prohibido” y al
“árbol”. La culpa la tienen los artistas franceses y alemanes del siglo XII,
que comenzaron a representar el fruto prohibido como una manzana.
No existen evidencias históricas suficientes para decir que
los vikingos usaban yelmos con cuernos: esta convicción maduró a partir de
1876, con las primeras puestas en escena de la ópera El anillo del nibelungo,
de Richard Wagner.
La clásica imagen de Papá Noel vestido de rojo no fue un
invento de Coca-Cola para una publicidad. La empresa comenzó a usar esa imagen
en los años 30, cuando en realidad desde décadas antes se habían usado imágenes
de viejos gordos con barba y cabellos blancos ataviados de rojo.
Albert Einstein nunca tuvo problemas con las matemáticas.
Sólo falló en un examen de ingreso al Politécnico Federal de Zurich en 1895,
pero de todos modos obtuvo un puntaje óptimo. Rindió bien el segundo examen.
Nunca existió un “teléfono rojo”, una línea de comunicación
segura entre Moscú y Washington durante la Guerra Fría. De hecho, nunca existió
una línea telefónica propiamente dicha. Desde 2008 hay una conexión segura para
intercambio de mails, pero entre el Kremlin y el Pentágono.
Los toros son indiferentes al color rojo. Como buena parte
de los bovinos, no ven el color rojo como nosotros, sino un color grisáceo. Son
los movimientos de la capa y del torero lo que lo irrita, porque percibe un
peligro.
Las uñas y los cabellos no siguen creciendo durante días en
las personas muertas. Se tiene esa impresión a simple vista porque después del
deceso la piel se seca, retirándose y exponiendo entonces mayores porciones de
uñas y cabellos.
Nadie usa el 10% de su cerebro. Esa convicción deriva de
algunas declaraciones del psicólogo estadounidense William James expresadas en
el siglo XIX. Pero eran erradas.
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