Por Manuel Vicent |
No han pasado tantos años desde que muchas mujeres españolas
se bañaban en el mar con enaguas, desde que la muerte de un familiar imponía a
una adolescente un luto riguroso que ya no se quitaba jamás, desde que el
recato femenino la obligaba a llevar mantilla en la iglesia, las mangas hasta
el codo y la falda por debajo de la rodilla, desde que las abuelas se cubrían
la cabeza con un pañuelo negro anudado en la barbilla para salir de casa, desde
que la esposa estaba jurídicamente atada al marido, desde que una chica en
bikini en la playa provocaba un escándalo hasta el punto que podía ser detenida
por la Guardia Civil.
Fue el contagio con las jóvenes europeas que ejercían su
libertad en nuestras playas el que acabó con los vestigios de una vieja moral,
aunque todavía queda algún juez que ante una agresión sexual tiende a culpar a
la mujer de haber provocado al violador por la forma licenciosa en el vestir.
Se debate ahora la cuestión de prohibir o tolerar entre
nosotros el velo que el islam impone a sus mujeres. El velo o el burka son
símbolos de la absoluta sumisión de la hija o la esposa ante el padre o el
marido musulmán, que cree que les pertenecen en propiedad y les da derecho a
taparlas de arriba abajo para que en la calle no provoquen deseos impuros ni
nadie pueda mancillarlas con miradas obscenas.
Eso mismo les sucedía a muchas mujeres españolas no hace
tantos años. Pero prohibir directamente el velo musulmán supone usar las mismas
armas del fanatismo religioso y contra lo que parece, es una señal de
debilidad, una forma de dar la batalla por perdida.
Por el contrario, la tolerancia y la libertad son la
fortaleza de nuestra cultura. Da igual que una mujer lleve velo o un pollo
frito en la cabeza.
Al final la libertad por contagio acaba por derribar todas
las barreras. Así salió vencedor el bikini frente a las enaguas.
0 comments :
Publicar un comentario