“Marea salvaje,
amarga, que se agita, sube
y baja del corazón a las tripas”
Por Carlos Fuentes |
Los celos matan el amor, pero no el deseo. Éste es el
verdadero castigo de la pasión traicionada. Odias a la mujer que rompió el
pacto de amor, pero la sigues deseando porque su traición fue la prueba de su
propia pasión. Los celos dependen de que una relación amorosa no termine en la
indiferencia. La amante que nos abandona debe tener la inteligencia de
insultarnos, rebajarnos, agredirnos salvajemente para que no la olvidemos con
resignación. Para seguirla deseando con ese nombre pervertido de la voluntad
erótica que son los celos.
Norman Mailer dice que los celos son una galería de retratos
en que el celoso es el curador del museo. Yo siento que los celos son como una
vida dentro de nuestra vida. Podemos tomar un avión, regresar a nuestra ciudad
o una ciudad extraña, llamar a los amigos y a veces hasta perdonar a los
enemigos, pero todo el tiempo, estamos viviendo otra vida, aparte aunque dentro
de nosotros, con sus propias leyes. Esa vida dentro de la nuestra son los celos
y se manifiestan físicamente. Como dice la expresión popular mexicana, nos hace
circo la barriga. Una marea salvaje, amarga, biliosa que se agita, sube y baja
del corazón a las tripas y de las tripas al sexo baldado, inútil, convertido en
herido de guerra. Dan ganas de colgarle una medalla al pobre pene. Y luego una
corona fúnebre.
Pero la marea de los celos no celebra nada ni se detiene por
mucho tiempo en ninguna parte del cuerpo. Lo recorre como un líquido venenoso y
su objetivo no es destruirlo, sino asediarlo y exprimirlo para que sus peores
jugos asciendan a la cabeza, se fijen verdes y duros como escamas de serpiente
en nuestra lengua, en nuestro aliento, en nuestra mirada...
Los celos nos hacen sentirnos expulsados de la vida, como si
hubiese muerto un ser amado. Sólo que el dolor de la muerte lo podemos
manifestar. En cambio, el dolor de los celos hay que esconderlo oscuro y
envenenado, para evitar la compasión o el ridículo.
El celo expuesto nos expone a la risa ajena. Es como volver
a la adolescencia, esa edad infausta en la que todo lo que hacemos públicamente
—caminar, hablar, mirar— puede ser objeto de la risa del otro. La adolescencia
y los celos nos separan de la vida, nos impiden vivirla.
© Carlos Fuentes – “En
esto creo” (2002)
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