Por Julio María Sanguinetti (*) |
Desconocer el vínculo del judaísmo con Jerusalén
constituye —amén de un absurdo histórico— una repudiable expresión de
judeofobia, que se torna más grave al haber tenido lugar en el marco de un
organismo multilateral dedicado a la educación, la ciencia y la cultura.
El Comité de Patrimonio Mundial de la Unesco, una
vez más, asume la actitud de desconocimiento de la presencia judía en el sector
histórico de Jerusalén.
La resolución, aprobada por mayoría, con una fuerte abstención (mayor
que la votación favorable), declara la unidad excluyente de la mezquita Al Aqsa
con todo el Monte del Templo, lo que significa que hasta el Muro de los
Lamentos perdería su condición de monumento sagrado del pueblo judío. El
histórico lugar sería todo musulmán y nada más que musulmán, lo que también
excluye al mundo cristiano, cuyos lugares sagrados están también en el área.
La directora general de Unesco ha recordado, con
buen criterio, que el patrimonio de Jerusalén es indivisible y que si fue
declarado Patrimonio de la Humanidad, es —justamente— porque allí conviven las
tres religiones monoteístas. Como ha recordado, en la Torá, Jerusalén es la
capital del rey David, donde Salomón construyó el templo que albergaba el arca
de la alianza; en el Evangelio cristiano, es el escenario de la pasión y la
resurrección de Cristo; y en el Corán, el destino del viaje nocturno que hizo
Mahoma desde la Meca a la mezquita de Al Aqsa.
No obstante esta declaración, similar a la que
realizaron el actual secretario general de la ONU Ban Ki-moon y su sucesor
António Guterres, el Comité Ejecutivo de la Unesco ratificó la discutida
decisión de su Comité de Patrimonio.
Desgraciadamente, la Unesco, por nefasta influencia
de un grupo regimentado que encabezan algunos países árabes, no ha ayudado a
buscar un real entendimiento entre palestinos e israelíes. Sucesivas declaraciones
contrarias a Israel, aun en su historia, lejos de ayudar, enconan a las partes.
Israel se siente agraviada y la Autoridad Palestina asume que puede llegar a un
reconocimiento pleno sin ninguna concesión. Ocurre que en la Unesco ha sido
aceptada como Estado, más allá del órgano político de Naciones Unidas, para el
cual es solamente un Estado observador no miembro.
Como era previsible, la Autoridad Palestina emplea
constantemente ese lugar como tribuna pública para planteos como el que, junto
con Jordania, acaba de realizar. Cuenta con el voto automático del mundo árabe
y de varios países que se consideran afines. En esta ocasión, sin embargo, su
exceso llevó a que algunos, como Argentina, España y Francia, que venían
votando en contra de Israel, ahora se abstuvieran.
Lo que revela es esa actitud negacionista sin
matices, que así como llega, en su versión extrema, a desconocer el holocausto
y hasta la existencia de Israel, pretende disociar la historia judía de
los lugares más ligados a su existencia. Piénsese que solamente en el
Antiguo Testamento hay 656 referencias a Jerusalén como parte del mundo judío y
que la Biblia sitúa la conquista de Jerusalén por el rey David en el 1004
a. C., o sea, el 3212 en el Talmud. La soberanía judía recién cae cuando el
emperador Tito toma Jerusalén, episodio evocado en el arco instaurado en su
honor en Roma, donde se ve una enorme menorá, el tradicional candelabro judío
de los siete brazos ya mencionado en el libro del Éxodo de la Biblia.
El hecho histórico es que Jerusalén sólo fue
capital judía. Nunca lo fue musulmana, cuyos mayores lugares sagrados son la
Meca, donde nació su Profeta, y Medina, considerada la primera ciudad de su
religión. Para el cristianismo, naturalmente, numerosos lugares de Jerusalén (y
Palestina en general, como Belén, donde nació Jesús de Nazaret) están
vinculados con su tradición, pero no por ello se asume una actitud
reivindicatoria. Por otra parte, la capital del mundo católico es,
naturalmente, Roma. Nada de esto importa desconocer los rastros cristianos o
musulmanes en la región; lo que sí se hace necesario decir es que Jerusalén
es el corazón mismo del judaísmo, fue su capital legendaria y el lugar al que
han rezado retornar generaciones y generaciones de judíos.
Es inexplicable que aun países latinoamericanos se
presten a esta manipulación constante que hacen los palestinos y algunos
Estados árabes, cada uno por una razón particular de su interés. Lejos de
aproximarnos a la pacífica solución que todos anhelamos, así —cada día— nos
alejamos de ella e indirectamente se convalida una acción terrorista que
constantemente agrede al Estado judío. Que Brasil o República Dominicana se
presten a algo así no es explicable.
Desgraciadamente, Israel paga un pesado tributo a
su sobrevivencia. Ya no es el pequeño David frente al poderoso Goliat de los cinco
ejércitos árabes que pretendieron impedir su nacimiento. Aun con su menguado
territorio y su escasa población, Israel ha logrado construir una ejemplar
democracia —la única en la región— y una isla de modernidad. No se le perdona.
Y por eso hoy revistan entre sus adversarios, o el gran partido de los
indiferentes, muchos países que fueron sostenedores de su alumbramiento y por
principio hoy, más que nunca, deberían estar de su lado.
(*) Abogado, Historiador y Escritor. Fue dos veces
presidente de Uruguay.
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