Por Fernando Savater |
Lo vi en la tele, el mes pasado. En una playa levantina se
había ahogado un bañista, que se internó en el mar con bandera roja y fue
arrastrado por la resaca. Al día siguiente, en las mismas condiciones, una
pareja de mediana edad estuvo también a punto de perecer pero fueron rescatados
con gran esfuerzo y peligro por el equipo de salvamento de la playa.
En la orilla, la mujer cuenta su peripecia al periodista,
con asombro y algo de orgullo: “Oye, una barbaridad. El agua nos arrastraba que
no te lo puedes creer...”. Por lo visto, la buena señora pensaba que la bandera
roja se izaba porque la playa era comunista. El periodista recordó que el día
anterior se había ahogado otra persona. “¡Claro, es verdad! Pero si estábamos
nosotros aquí mismo. ¿Te acuerdas, Pepe?”. El marido asiente con la cabeza, muy
satisfecho por su buena memoria. Todo en lugar de estar arrodillados ante sus
salvadores, pidiendo perdón por su imprudencia y por haberles obligado a arriesgar
su vida.
Varias personas en atuendo playero escuchaban la entrevista.
Pregunta a uno cualquiera: “¿Usted se bañaría a pesar de la bandera roja?”.
Respuesta ufana, seguro de sus derechos: “¡Pues claro que sí! Voy a meterme
ahora mismo. Yo he venido aquí para bañarme... ¡Para cinco días que tiene
uno!”. Al fondo, los de salvamento, tratando de recuperar el aliento...
Estos tarugos de la gente soberana, por encima de toda
norma, dispuestos a hacer su real gana porque si algo va mal ya les salvarán quienes
cobran para eso... son el verdadero peligro que amenaza nuestros valores y a
las democracias occidentales, no esa nadería del burkini que casi logra ridiculizar al laicismo y la Ilustración de
mi vieja maestra, la Francia republicana.
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