Por Ernesto Tenembaum
La atractiva animadora Panam ya había hecho bailar a los
nenes con sus mamás, cuando apareció en el escenario el octogenario y mítico
Carlitos Balá.
-¿Qué gusto tiene la sal?-gritó.
Desde la primera fila, Sergio Massa se divertía con la
multitud.
-Saladaaaaaa.
La jornada parecía celestial, para las aspiraciones del
líder renovador. Una multitud lo acompañaba en los festejos del Día del Niño.
Sin embargo, detrás de la algarabía hay una historia que contar que puede ser
clave en su futuro político, y en el del Gobierno.
Los cuadros medios de los grandes sindicatos no son
habitualmente conocidos por la mayoría de la prensa, salvo que ocurran hechos
que en el mundo normal son excepcionales pero no así en la Unión Obrera de la
Construcción. Hace algunos años, se hizo famoso el Pata Medina, capo de la filial de la UOCRA de La Plata, cuando
Hugo Moyano intentó trasladar los restos de Juan
Domingo Perón a San Vicente y la gente de
Medina los recibió de tan malas formas que todo
terminó en un inverosímil tiroteo donde se pudo ver disparar un revólver a
Madonna Quiroz, uno de los choferes del camionero. Otro de los hombres destinados a ganar
celebridad en este rubro se llama Juan Olmedo y le dicen el Lagarto. Se trata
de un ex presidiario y pastor evangélico que hoy es el hombre fuerte de la
UOCRA en Quilmes, Florencio Varela y Lomas de Zamora. El Lagarto logró su
hegemonía con métodos no muy distintos a los que usó el pata Medina aquella vez. Múltiples crónicas registran su pasión,
y la de su gente, por las armas de fuego, que se expresó durante varios
enfrentamientos que mantuvo con el sector de Walter Leguizamón, un viejo
colaborador que se transformó en su archienemigo. De esos enfrentamientos
quedaron heridos, locales calcinados y algún que otro muerto, aunque la
Justicia nunca culpó al Lagarto.
Sergio Massa es uno de los políticos más hábiles, rápidos y
formados del país. Justo por eso, es sorprendente que cometa dos veces un error
tan similar. En el 2013, cuando apenas terminaba de derrotar al kirchnerismo en
las elecciones y parecía a un paso de llegar a la Casa Rosada, decidió abrazar
a Raúl Othacehé, el violento caudillo de Merlo. Lo poco que, gracias a ese
gesto, ganó de aparato no compensó el enorme rechazo que generó en una
población refractaria hacia los sectores más turbios del peronismo del
conurbano.
Ahora, el futuro para Massa vuelve a brillar.
Los sondeos lo ubican como el favorito para las elecciones
del año que viene en Buenos Aires. El se mueve con astucia: tan cerca de Macri
para dar la imagen de oposición constructiva, pero tan lejos como para
capitalizar su desgaste, en el exacto punto donde se supone que caerán los
desencantados del Gobierno.
Sin embargo, hace dos domingos, Massa realizó su primer acto
multitudinario en la provincia de Buenos Aires. Fue en un predio de Florencio
Varela. Allí se lo vio contento, rodeado de personas disfrazadas de Lagartos
que animaban a miles de familias reunidas por el Día del Niño. Se divirtió con
Panam y Carlitos Balá. Se sacó fotos con todo el mundo. Pero todo eso fue
matizado por su discurso, el de Gerardo Martínez, y el de, justamente, Juan “el Lagarto” Olmedo, el
anfitrión de la jornada.
Fue la primera demostración de que una parte del aparato
sindical se empieza a alinear con Massa. La presencia de Olmedo cerca de Massa
no generó costo aun porque su historia no es tan conocida como la de Othacehé.
Pero tal vez, el personaje sea aún más oscuro y Massa, por supuesto, no lo
ignora.
He allí una gran disyuntiva para el líder del Frente
Renovador: ¿cuántos Olmedos tolera una campaña para que, finalmente, esos
personajes compensen el meticuloso armado de imagen que intenta, rodeándose de
Roberto Lavagna y Margarita Stolbizer? ¿Cuántos harán falta para que, al menos,
esta última empiece a dudar sobre si ese es “el
lugar donde debo estar”?
Tal vez el encuentro entre Massa y Olmedo sea una pequeña
anécdota, un tropezón, un hecho menor. Pero disyuntivas así complican mucho el
complejo proceso de reconstrucción del peronismo. No es que Cambiemos no tenga
cosas que explicar. Ahí están, sin ir más lejos, los vínculos del intendente de
Lanús, Néstor Grindetti, con las barras bravas locales y su protagonismo en los
Panamá papers, o la trayectoria bastante
similar del primo presidencial, Jorge, en Vicente López. Pero la verdad es que,
por ahora, el halo de María Eugenia Vidal transforma todo lo que toca en oro, y
nada augura que ese efecto vaya a diluirse de aquí al año que viene. En el
peronismo se esperanzan en que la pelea sea contra el ajuste de Macri pero,
como en el 2015, deberán enfrentar antes al escudo Vidal, cuyo efecto sorprende
incluso a los intendentes más kirchneristas cada vez que aparece en sus
distritos. Además, Cambiemos está en el poder. Quien debe esmerarse más, es el que
aspire a remplazarlos.
El peronismo está dividido, a priori, en tres sectores. Por
un lado, el que rodea a Cristina Fernández, integrado por los minúsculos restos
del kirchnerismo: La Cámpora, el sabatellismo, Luis D’Elía con sus compañeros
Fernando Esteche y Amado Boudou, Guillermo Moreno, y un sector del bloque de
diputados del Frente para la Victoria. Cristina está jugada y no pretende
simular lo que no es. Desde hace muchos años apuesta a que su carisma podrá
contra todo y disciplinará al resto del mundo. En los últimos tiempos, las
cosas no parecen haber ocurrido de esa manera. Pero es su método.
El segundo sector lo constituyen los dirigentes con poder
territorial que hasta el 10 de diciembre pertenecían al Frente para la Victoria
y ahora insinúan una tibia renovación. Tienen impulsos en tantas direcciones
que sus fuerzas se anulan entre sí, tanto que los inmoviliza. No están con
Cristina ni están contra ella. No están con Massa ni están contra él. Entre los
renovadores figuran gobernadores que están en sus sillas desde hace 21 años e
intendentes que ocupan las suyas desde hace 24, la ex mano derecha de Boudou,
Juan Zabaleta; el ex jefe de Gabinete de Cristina, Juan Abal Medina; el
candidato de CFK en 2013 Marín Insaurralde, la intendente de La Matanza que le
dio albergue a muchos ex miembros del gabinete de Cristina. Por alguna razón,
ellos creen que basta con ignorar a quien hace dos años fue su jefa para que la
sociedad crea que cambiaron. Parece un tanto ingenuo.
Y el tercer sector es el de Sergio Massa, el que tiene un líder
con posibilidades reales de ganar. Los disidentes del kirchnerismo están hoy
más cerca suyo que de Cristina. De hecho, impidieron a Daniel Scioli subir al
escenario de la puesta realizada la semana pasada, pero permitieron que lo haga
Felipe Solá, quien se definió como un emisario de Massa. Lo que no quieren es
entregarse sin hacer antes una demostración de fuerza. Es el ida y vuelta
habitual de la política.
El dilema es para Massa ¿aceptará a Insfrán? ¿y a Abal
Medina? ¿y a Hugo Moyano? ¿y a la ex mano derecha de Boudou? ¿y al aparato, en
general, que era kirchnerista hasta el 10 de diciembre? ¿Existe la fórmula
perfecta que le permita conservar el voto peronista, o el kirchnerista, sin
quedar manchado ante el enorme sector social que lo mira con simpatía pero
pretende dejar atrás ese período? En el Gobierno contemplan con entusiasmo esa
complejidad. Si no incorpora al aparato, le surgirá a Massa otro sector
peronista con quien deberá competir. Pero si lo incorpora, le marcarán una y
otra vez que nunca rompió con el kirchnerismo. Cada mancha contrastará con la
transparencia de la gobernadora.
Massa confía en su olfato, en que su recorrido irregular
pase desapercibido, en que la sociedad le perdone todo, con tal de olvidar el
pasado y castigar el presente.
Por eso, la pregunta para su olfato sería: ¿Cuántos lagartos
está dispuesto a tolerarle la sociedad sin huir despavorida de esos reflejos tan
inútiles y autodestructivos?
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