¿Cuántos pobres había en 1989, 1999, 2001 o
2003? Porque las comparaciones son odiosas, aquí van algunas que deberían
molestarnos. A todos.
Por Nicolás Lucca
El
Instituto Nacional de Estadística y Censos volvió a publicar un informe oficial
sobre pobreza. De pronto, nos enteramos de que el 32,2% de
los argentinos es pobre, casi una persona de cada tres, o tres
personas y dos brazos de cada diez, o treinta y dos personas y un par de dedos
de cada 100.
Primera
sorpresa: se divulgó un índice de pobreza luego de años y ningún pobre se
sintió peor persona ni estigmatizado. Quizás, porque están preocupados en
eso de ser pobres y querer comer todos los días, contar con servicios básicos y
otras cosas que hacen a la condición humana occidental del siglo XXI.
Sin
embargo, el Gobierno pretendió que en una misma tarde nos empacháramos de cosas
que hacía tiempo no veíamos y Mauricio Macri dio una conferencia de prensa
sobre los números del Indec. Entre un montón de obviedades –”pobreza cero es
inalcanzable”– sostuvo que “este punto de partida es sobre el cual
acepto ser evaluado como presidente“. Si bien es una gran expresión de
deseo –las evaluaciones no existen y el escrutinio del público se hace sobre lo
que al público le interesa y no sobre lo que el evaluado pretende– también es
cierto que necesitábamos un número del cual partir.
He aquí
la segunda sorpresa: el kirchnerista romántico despechado con ese sector de la
sociedad que no aceptó seguir comiéndose todas las puteadas por todo lo que
salía mal en un gobierno en el que nada salía mal gracias al poder de la cadena
nacional, hoy encontró una nueva herramienta para fustigar al
actual gobierno. No es que uno haya perdido su capacidad de asombro,
pero estamos hablando de las mismas personas que marchaban a Plaza de Mayo
periódicamente cada semana y nunca jamás vieron a las familias que duermen
al lado de la Catedral, en la galería del Cabildo o sobre Avenida Alem y
Paseo Colón. No los vieron ni cuando los esquivaban en el piso para seguir
camino.
Durante
el kirchnerismo, el Indec decía que la pobreza era del 0% o que en Chaco
había pleno empleo, era palabra santa. En esa línea se movían en
2013 cuando la situación económica del fin del kirchnerismo empezaba a
subir y la solución que encontró Cristina Fernández fue poner a Axel Kicillof
de ministro de Economía, el economista que no cree en el mercado, el cura ateo,
el carnicero vegano.
Kicillof
llevó la justificación a un nivel novedoso. Guillermo Moreno nos imponía su
verdad por la fuerza de la chicana o de la agresión verbal patoteril. Axel,
directamente, dijo que no medía la pobreza para no estigmatizar a los pobres. O
sea, les estaba haciendo un favor al borrarlos de un plumazo de los
planes del gobierno. Porque, en definitiva, las estadísticas sirven
para direccionar, corregir a aplicar políticas de Estado y evaluar sus
resultados.
Hoy, ver
las críticas que esbozan los colegas y economistas que justificaron todas las
barbaridades estadísticas del kirchnerismo, da un poco de nervio. Es como que
tuviéramos que dedicar fuerzas a pedirles coherencia antes que en evaluar qué
es lo que se hará de ahora en más. A ver si se entiende: No se puede justificar
el éxito de políticas económicas sin poder ver el resultado de las mismas. Es
como festejar que ganamos un partido sin ver los goles, sólo porque el gobierno
nos dijo que ganamos.
Lo que
sí viene bien es aprovechar esta novedad para barajar y dar de nuevo algunas
condiciones a futuro. Porque desde que el autor de esta nota tiene memoria, los
índices de pobreza han servido como armas para cambiar gobiernos, como
escudos para mantener otros, siempre en comparación a un momento
caprichoso, nunca en contexto histórico internacional.
Ejemplos
sobran. Carlos Menem asumió la presidencia del país con una
pobreza cercana al 50%. Y no, Raúl
Alfonsín no gobernó casi
seis años con medio país bajo la pobreza, sino que se recontra disparó 20
puntos con la hiperinflación de 1988/89. Para mayo de 1994, la
pobreza llegaba a un piso de 16%, sin embargo, Menem será recordado por
haber dejado la pobreza en el 27% y la desocupación en el 13.8%.
Cuando Fernando
De La Rúa dejó el poder en diciembre de 2001, la pobreza trepaba al 33%.
Eduardo Duhalde llegó para arreglar las cosas y mandó la pobreza al 52% en
días. Triste récord histórico de Argentina que pasó como “parte de la
solución”.
Los
números pueden ser aún más crueles. En 1998 –el peor año de la recesión
menemista– el ingreso nominal promedio de los hogares rondaba los 1.100 pesos.
Cuando Duhalde le entregó el mando a Néstor Kirchner, el ingreso
promedio era de 892 pesos por familia. Pero la clave está en el término
nominal: 1.100 pesos en 1998 eran 1.100 dólares de un dólar que valía incluso
más en poder adquisitivo de lo que vale hoy. Para 2003, 892 pesos eran
casi 300 dólares. Un tercio del poder adquisitivo promedio de 1998, 20
puntos más de pobreza que la crisis de De La Rúa, y muchísimo más que el
promedio menemista.
De un
modo lógico, el kirchnerismo decidió medir el éxito de sus políticas económicas
en comparación a los índices de 2002, mientras que, discursivamente, se
comparaba con “el colapso del modelo neoliberal” que, dependiendo del
temperamento de Néstor o Cristina a la hora de hablar, podía remontarse a 1999,
1989 o 1976. Una ensalada en la que el éxito constaba en contradecir
políticas que, si nos guiáramos sólo por los números, fueron más exitosas
que las aplicadas.
Para
2006, el kirchnerismo tenía para mostrar números sólidos: la pobreza
había caído al 24% en tres años. Un 24% que se encontraba por debajo de los
números de pobreza del segundo gobierno de Menem pero, siempre fiel a la
frialdad estadística, fue el mejor número que pudo mostrar el kirchnerismo: 8
puntos por arriba que el mejor del temido menemismo.
Para
2007, la pobreza subió un punto y se evaluaron distintas medidas, una de las
cuales consistía en crear equipos de trabajo para ver qué había que
corregir, qué había rectificar. Pero las medidas políticas tienen costos
también políticos, un riesgo que el gobierno no estaba dispuesto a
correr en un año electoral. La opción que triunfó fue la más estúpida
de todas: dibujar los números justo cuando dejan de cerrar. El resultado lo
conocemos todos: el kirchnerismo siguió publicando índices oficiales
impresentables e increíbles, pero indiscutibles, ya que cualquier opinión en
contra resultaba un planteo apátrida.
Hoy,
con un nuevo índice publicado, la actual gestión coloca una vara a la altura
que ellos pretenden tener por alta. No vamos a practicar futurología, pero el
principal problema de los números es que son tomados como vallas: si el
gobierno baja dos puntos, redujo la pobreza. Y es tan cierto como que
el 30% seguiría siendo pobre.
Si hay
algo triste es que, con cada crisis terminal que atraviesa la Argentina,
cientos de miles de personas son arrojadas a la pobreza de la cual
saldrán muchos menos de los que ingresaron. O sea: del 50% de 1989 quedó un
16% pobre por toda la década de los noventas. A ese número llegaron los que
vinieron después hasta sumar el 52%, de esos quedaron un 24% al que se sumaron
otros hasta llegar a este 32,2%. Si encima vamos al censo poblacional, es
muchísimo más el 32,2% de 44 millones que el 20 de 33 millones. Por si no se
entiende: existe una base de pobreza que lleva generaciones enteras
siendo pobre, que nunca dejaron de serlo y que no conocen otra forma de vida ni
por referencia de algún ancestro, ya que el abuelo era pobre. Y no son números,
son personas con nombre, apellido y sueños. Como vos, como yo.
Para
redondear la crueldad de los números, les dejo lo peor que se puede hacer:
comparaciones palpables.
8.7
millones de pobres entran en 141 canchas de River repletas. O podrían entrar en
1.000 estadios Luna Park, por si quieren algo más íntimo. Sí, se podría llenar
el Luna Park de pobres distintos todos los días durante 3 años.
© Noticias
0 comments :
Publicar un comentario