Por Carlos Ares (*) |
Cuando va a tocar el timbre, el militante repara en el
cartel que advierte sobre los horarios de atención: 1) Scones para el mate,
chipá, tortas fritas, huevos, pollos, corderos, embutidos y ofrendas
comestibles, siempre por la mañana, antes del mediodía. 2) Proveedores de otra
merca, a la noche, cuando termina Tinelli. 3) Casamientos, misas, bendiciones,
manoseos de pibes, pedir turno por internet. 4) Donaciones en bolsos, valijas,
chanchitos de cerámica, cheques, joyas y pago de cuotas por el terrenito del
perdón en el “reino de los cielos”, de madrugada, previo envío de clave
¿Olvidaste la contraseña? Llama al 0800Diezmo. 5) Calenturas, “diablo en el
cuerpo”, tentaciones sexuales, tres timbres, dos cortos y uno largo, en
cualquier horario. 6) Extremaunción, ver conventos de turno.
El militante comprueba que no hay referencias específicas a
la hora de la siesta, y toca el timbre. Espera. Nada. Decide probar con los dos
toques cortos y uno largo. El timbre no acaba de sonar cuando se oye un alarido
de mujeres, como de hinchas que festejaran un gol. El ruido metálico del cerrojo
apaga lo que parecen ser jadeos. Las puertas del convento se abren y a la vista
del militante asoman dos monjas. Se las ve excitadas, con las mejillas
encendidas. El pelo suelto, largo y revuelto. Una se abrocha el corpiño, la
otra se baja y alisa la falda. Sorprendidas, miran a ambos lado de la calle.
“¿Estás solo?” pregunta la que parece mayor.
El militante asiente. La monja, ansiosa: “¿Caliente?”. El
militante piensa, admite que sí. “Recaliente estoy”, dice. Las monjas se miran
entre sí. La de apariencia más joven da un paso adelante y deja ver parte del
muslo de la pierna izquierda. “Podemos ayudarte, nene”, le dice. El militante
baja la cabeza, niega. Levanta la vista, las mira con ternura y les dice:
“Gracias, pero con rezar no hacemos nada”. La mayor, ríe. El militante, se
lamenta: “A este país lo arreglamos entre todos o no lo arregla nadie”. Las
monjas sospechan. La mayor, duda: “O sea
que tu calentura sería porque...”. El militante la interrumpe: “¡Por todo! El
choreo a mansalva, la estafa ideológica con los derechos humanos, el tendal que
dejaron, la cantidad de gente a la que le robaron la vida...”
Las monjas se miran, decepcionadas. Una de ellas reacciona:
“Si vas a llorar, a la Iglesia”. La otra le señala el cartel con los horarios
de atención al público. El militante, advierte: “Es la hora de la siesta”. La
monja más joven, le aclara: “No, nene, es la hora de la tortura”. El militante,
se asusta: “¿Torturan? El cartel no dice nada”. La más joven, ríe: ¿Y qué
querés que pongamos “¿Torturamos de dos a cuatro?”. El militante, retrocede. La
monjita, explica: “Tranquilo, es entre nosotras”. El militante, entiende: “¿Se
flagelan como penitencia?”. La monjita entorna los ojos: “Eso era antes, ahora
nos hacemos caricias”. El militante no comprende: “Pero... ¿eso es una tortura?
La mayor abre los ojos, asombrada por la pregunta: “¿¡Cómo!? Es más duro que
darse con el cilicio en la espalda”. El militante, pregunta: “¿Y sufren
mucho?”. La monjita menor, se relame: “Y, sí, imaginate, somos monjas, pero es
un placer entregarse al Señor”.
El militante revisa sus papeles. Explica: “Una vez por mes
salimos a timbrear, se trata de estar cerca”. Las monjas, acuerdan: “Eso es lo
que nos gusta de este gobierno”. El militante, pregunta: “¿Cómo ven la
economía?”. Las monjas se miran. La mayor dice: “Dios proveerá”. El militante,
duda: “¿Es sólo una cuestión de fe?”. La monja mayor, dice: “¿Vos viste algún
obispo flaco, buscando trabajo, en la cola de los jubilados?”. El militante,
pregunta: “¿La Iglesia tiene una teoría económica?”. Las monjas, gritan: “¡Sí,
claro!”. El militante saca su birome del bolsillo superior de la camisa, aparta
una hoja en blanco y se dispone a anotar. Las monjas hacen la mímica de recoger
algo y colocarlo en un bolso y una
valija, luego explica: “Así de fácil, ¿ves? Recaudamos, juntamos, y una vez al
mes tiramos todo para arriba. Lo que Dios quiere, agarra, y lo que no...”.
(*) Periodista
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