viernes, 9 de septiembre de 2016

Marcos Peña, un poderoso que acumula recelos en el Gobierno


Por  Giselle Rumeau

Es una ley fundamental de la realidad: quien detenta el poder tendrá amigos, obsecuentes y seguidores, pero también detractores furiosos. Pues bien, el jefe de Gabinete Marcos Peña es un hombre poderoso dentro del Gobierno de Mauricio Macri y amontona militantes de los dos bandos, tanto dentro como fuera del equipo de Cambiemos. 

Aunque en medio de los errores políticos y la ineficacia de la gestión para controlar los vaivenes económicos, cada vez son más los que se atreven a criticarlo por esa acumulación de poder y la falta de respuesta o de conducción que aflora en Balcarce 50.

Este politólogo de 39 años es de los pocos hombres que más influyen sobre el Presidente a la hora de las decisiones clave. Además de integrar la mesa chica y coordinar la relación con los ministros, se encarga junto al asesor ecuatoriano Jaime Duran Barba de ordenar qué se dice y cómo en la comunicación del Gobierno. En resumen: todo debe pasar por él.

Cuando estaba al frente de la secretaría General de la Ciudad supo manejar con pericia ese papel de superfuncionario. La mayoría de los ministros le temían y cumplían sus órdenes como palabra santa. Pero en la Casa Rosada las cosas se complicaron. Por obra de las clásicas internas, los egos y la variedad política de sus miembros, no todos le responden como él estaba acostumbrado. Y quienes lo hacen, lo cuestionan en voz baja.

En la intimidad de los pasillos de Gobierno, aseguran que los más ‘autónomos’ son precisamente los más políticos del equipo, como el ministro del Interior, Rogelio Frigerio; su par de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, y el titular de la Cámara de diputados, Emilio Monzó. Este último, marginado de las decisiones de la provincia de Buenos Aires y molesto con la gobernadora María Eugenia Vidal y Peña, ya amagó varias veces ante sus íntimos con patear el tablero. Su origen peronista suele colisionar con la política del marketing que instrumenta Peña.

Prat-Gay -que mantiene una interna pública con el titular del Banco Central, Federico Sturzenegger- suele hacer declaraciones sin pasar por el filtro del número dos del Gobierno. La semana pasada la pifió cuando dijo que "la inflación ya no era un problema", frase que desautorizó el jefe del BCRA y reavivó el fuego de la pelea doméstica. Como si fuera poco, el ministro decidió no acudir a las reuniones de Gabinete que encabeza Peña cuando no está el Presidente, y en su lugar envía a su secretario de Hacienda, Gustavo Marconatto.

En rigor, el ‘ex Lilito’ siempre quiso el sillón del Ministerio de Relaciones Internacionales y se entusiasmó con una salida acordada de la canciller Susana Malcorra hacia la ONU, algo ahora improbable. El problema además es que hay pocos nombres entre los propios para reemplazarlo. Las lenguas filosas dicen que Carlos Melconian ya tiene los cubiertos en el bolsillo y hasta contrató a un importante asesor para renovar su imagen.

Frigerio, que sonó con fuerza en la campaña para ser el ministro de Hacienda, ni piensa en abandonar su cargo político: es el único del staff que se propuso seriamente ser Presidente. Con Peña juega al póker. "No se quieren pero se soportan con buenos modales", dicen quienes conocen a ambos.
Mal no le va. Según el decreto 991 de Boletín Oficial publicado el miércoles, Frigerio se hará cargo de la jefatura de Gabinete cuando Peña viaje. Hasta ahora, lo hacía la canciller Malcorra.

Los coordinadores del gabinete, los ex CEOs de Farmacity y LAN, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui, respectivamente, figuran en el organigrama por debajo de Peña, pero responden en forma directa al Presidente. Quintana viene creciendo dentro del equipo. Por caso, comenzó a participar de las reuniones de comunicación que encabeza el jefe de Gabinete los lunes y de la que participan distintos voceros como el secretario de Medios de la Nación, Jorge Greco; su par de Ciudad, Marcelo Nachón; el encargado en Provincia, Federico Suárez, y la encargada de Relaciones Parlamentarias, Paula Bertol.

Entre los aliados, la diputada Elisa Carrió no oculta su antipatía por Peña. Cada vez que puede lo cuestiona porque sus tácticas siempre responden a la estrategia de Durán Barba. Si bien el jefe de Gabinete ha enfriado su relación con el polémico asesor, ambos siguen pensando lo mismo: no creen en la política tradicional pero para combatirla muchas veces terminan olvidándose de hacer política. Esto es, desarrollar una visión a largo plazo, cubrir los flancos débiles, y cerrar acuerdos con propios y ajenos, dentro y fuera del Congreso. En especial, teniendo en cuenta que se trata de un Gobierno que carece de mayorías. Y esa es una de las principales críticas que le hacen los funcionarios, legisladores y empresarios que no los quieren.

El golpe propinado por la Corte Suprema de Justicia al rechazar el alza de las tarifas de gas demostró que el marketing y el uso de las redes sociales por sí solo no alcanza. En el Gobierno tomaron nota, el ala más política se impuso y comenzaron a convocar a las partes interesadas, de cara a las audiencias públicas. Incluso, intentarán llevar a algunos gobernadores a la audiencia por la suba del gas del 16 de septiembre, como Juan Manuel Urtubey, Roxana Bertone, o Alfredo Cornejo para sumar respaldo.Con todo, la Casa Rosada aún descuida el control político de la calle.

Recién se convocó a las dos CTA a una reunión en el Ministerio de Trabajo tras la contundente y ruidosa Marcha Federal que el viernes pasado reunió en Plaza de Mayo a las dos centrales gremiales, con organizaciones sociales y partidos de izquierda. El acuerdo del Gobierno con Hugo Moyano y la CGT unificada quedó corto, al punto que en plena tensión social esa central obrera se reunió el miércoles con las organizaciones sociales más duras, como Barrios de Pie, el Movimiento Evita y la Corriente Clasista y Combativa, para sumar fuerzas y analizar la posibilidad de realizar un paro conjunto el próximo 23.

Las críticas no mueren ahí. A Peña le achacan además que su interés por la comunicación está por encima de la preocupación por la gestión. Y que eso demora o traba las decisiones fundamentales. Citan un ejemplo: "Cuando Macri era jefe de Gobierno, podría dedicarse a la política porque la gestión descansaba en manos del entonces jefe de ministro y hoy jefe comunal, Horacio Rodríguez Larreta", dicen. Pero está claro que gobernar el país no es lo mismo que gestionar la Ciudad de Buenos Aires. Y el macrismo lo está aprendiendo de golpe.

© El Cronista

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