El gasto público se proyectó pensando en las
elecciones
y en ponerle fichas a la gestión Vidal.
Por Roberto García |
Se ha convertido en creencia política que las elecciones del año
próximo son determinantes para la vida política de Mauricio
Macri. Para su permanencia estable y, sobre todo, para su
eventual continuidad luego de 2019. Lo repiten y consienten periodistas,
historiadores, politólogos, oficialistas y opositores, encuestadores,
empresarios, economistas, dirigentes de diversa laya.
Para que no muera el
proyecto Cambiemos ni se disuelva Mauricio, entonces, se ha ingresado en un
limbo fetichista hasta esa fecha de medio término que justifica ciertos actos y
omisiones, subsidios y demoras. Basta la prueba del nuevo Presupuesto con un aumento del
gasto público que empareja a dos keyneseanos soberbios, Kiciloff con Prat-Gay,
o viceversa, aunque el hoy a cargo de Hacienda merece compasión: no puede parar
al resto del equipo que le desvalija la tesorería con el permiso del
Presidente. Ganar las elecciones es única prioridad, la causa, copiar
el modelo dadivoso de Cristina garantiza un resultado ganador, olvidando quizás
que esa munificencia con la plata de los otros no les alcanzó a Ella ni a
Scioli para triunfar en la última contienda. Pero ese detalle ni se contempla:
el Presidente está hechizado con la alternativa del gasto.
Nadie crea que la acrobacia macrista carece de límites o es indiscriminada: la generosidad se concentra en la provincia de Buenos Aires, en la promisoria figura deMaría Eugenia Vidal. Basta ver, otra vez, también el Presupuesto: quien sabe ordenar planillas, observar partidas y traslados contables descubrirá que el gobierno de la dama tendrá un auxilio que tal vez merezca pero que la coparticipación no expresa. Hay debate sobre el número de la contribución, algunos arriesgan hasta cinco puntos de mejora. Se comprende el obsequio: la Provincia es clave, dispone de una líder incuestionable hasta ahora y los especialistas entienden que ni siquiera requiere postulantes de nota para imponer su marca.
Ya sabe Macri, por ejemplo, que en la huérfana Santa Fe, con los socialistas en
estado de extremaunción, será cuesta arriba contrariar al candidato
justicialista Omar Perotti. En Córdoba, a su vez, se afianza el peronismo
provincial de Schiaretti y De la Sota, mientras la siempre pródiga Capital
Federal alarma en los sondeos por una volatilidad habitual y, sobre todo, por
la inquietud de que aparezca un aspirante reconocido mientras de las filas
propias no se registra nadie que revolucione la caldera.
A Vidal se la auxilia desde la Rosada por necesidad, conveniencia, a pesar de algunos cercanos al mandatario. La señora, hoy mejor producida que antaño, cada día construye en forma diferente al ingeniero Macri, sin título habilitante, con materiales de otro origen y un diseño más minimalista que el normando del Jockey. Inclusive, sin personal calificado para esa tarea. Pero se le rinden las encuestas y ella incorpora a su caudal peronistas por precio y simpatía, al revés del jefe; no los divide, más bien captura intendentes y hasta conduce, como si abriera una veta inexplorada para la ampliación de Cambiemos. Un dato a tener en cuenta para los próximos años, dentro del justicialismo también: finalmente, esa diáspora partidaria requiere líderes. Con poder y plata, mejor. Otras distinciones: negocia con Massa mientras a éste lo masacra el Presidente, se somete a audiencias públicas en lugar de anularlas; tambien difiere en los modos: Macri arma escenografías para viajar con un grupo de custodios en colectivo y se saca la foto correspondiente para ser publicada. Ella, que es también hija de Duran Barba en lo político, visita sin pompa hospitales hasta dos veces por semana y no se saca fotografías. Y, si lo hace, no se publican. No debe ser con lo único que provee la esperanza del Ejecutivo por ganar en la Provincia que, para él, es ganar en la Nación.
Aunque a la Nación, electoralmente, Macri también la atiende. Hasta en
menesteres que odia. Por ejemplo, la posible realización de
cambios en su gabinete, ejercicio que escasamente practicó cuando fue
dos veces jefe de Gobierno. Ahora es distinto: algunos hombres parten
hacia fin de año para nominarse en distritos varios, Bergman en Capital,
Martínez en La Rioja, Buryaile en Formosa. Siempre y cuando, claro, se les
recuerde esa obligación. Para muchos, servir a la patria desde un ministerio se
ha vuelto un agradable deber que desconocían. Si hasta Susana Malcorra, dicen,
no dejaría su cargo de canciller si no la eligen para Naciones Unidas ni
para un cargo menor en Nueva York, desmintiendo a quienes ya piensan en
probarse su vestuario. Comprensiblemente la mujer querrá conocer un ministerio
que en diez meses casi no ha visitado y armonizar una política exterior con el
propio Macri, quien en su comentario inopinado y voluntarioso sobre Malvinas
hasta objetó lo que la Malcorra debe pensar. Quien, seguramente inspirada en el
partido que la acercó al poder (el radicalismo), suscribirá la doctrina
aislacionista de las islas que en su momento predicó Miguel Angel Zavala Ortiz
y a la cual hoy, en forma singular, también adhiere hasta Cristina de Kirchner,
con tanto fervor que alabó a los muertos y héroes de Malvinas como Gómez
Centurión y Aldo Rico. Merece la viuda ser invitada al próximo desfile militar.
Se viene, por obligación, una lavada de pintura que en la limpieza tal vez arrastre a funcionarios que el Presidente hoy desplazaría sin dolor si encontrara un reemplazante satisfactorio. Ese, ha confesado, es su gran dilema, la falta de plantel, elenco o banco si se utiliza su jerga futbolística. Es comprensible: la falla data desde que impuso una caprichosa nómina ministerial de 22 carteras (con sus cargos adyacentes) que han servido en buena parte nada más que para incorporar gente e incrementar el gasto público. Tanto que en este país de singularidades, gremialistas poco contemplativos (Hugo Yasky) se molestan porque el Estado abrió sus puertas a trabajadores calificados, mensaje que se creía reservado para economistas ortodoxos o neoliberales. No es lo único insólito: en las reuniones de sindicatos y gobierno, con curas dilectos de Francisco, la Iglesia reclama: “No queremos lío”. Cuando, todo el mundo recuerda que Bergoglio llegó a la cima del Vaticano pidiendo a la gente que haga lío. Intríngulis.
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