"Con frecuencia,
el lujo viene a llenar
una vida vacía"
Yves Michaud: "Es ppreciso distinguir bien entre el artecomo práctica y el arte como objeto de consumo". (Foto: Julien Falseimagne) |
Por Pilar Gómez Rodríguez
Está especializado en estética y filosofía del arte. Dirigió
durante siete años la Escuela de Bellas Artes de París y creó la Universidad de
todos los saberes, un singular proyecto de difusión del conocimiento en todas
sus ramas a través de conferencias diarias. Es un gran conocedor de la cultura
islámica y estudioso y teórico de la violencia.
Vamos, que Yves Michaud (Lyon, 1944) no es un filósofo de
los que están en la luna, sino hijo de su tiempo y de las cosas concretas de su
tiempo; que se estremeció –como todos– con los atentados en el semanario Charlie Hebdo en la ciudad donde reside
cuando solo debía ocuparse de la promoción de su último libro, El nuevo lujo. Experiencias, arrogancias, autenticidad, publicado en España por
Taurus. Queríamos saber más sobre las implicaciones filosóficas, quizá
antropológicas del lujo y nos interesaban sus respuestas concretas, precisas,
tan ‘de este mundo’ como el Casio con brújula que le ayuda a saber la hora y a
orientarse.
-Una de las características del lujo es la necesidad de ser diferente y
de ser considerado diferente. ¿Cree que esta necesidad de diferenciación es
primaria, básica, como la protección o el alimento?
-No en todas las sociedades, pero sí en la nuestra. En las
sociedades donde el individualismo no existe o es más débil, la demanda de
distinción y diferenciación también es más débil, o bien, está estrictamente
controlada. Y sin embargo, también en ellas se pueden hallar ciertos trazos o
estrategias de diferenciación. Me inclino en este punto a retomar las ideas de
Darwin sobre la selección sexual: los individuos quieren, al menos, sobresalir
y diferenciarse para encontrar compañeros sexuales. Es la razón por la que el
lujo siempre tiene un carácter sexual bastante pronunciado. Ahí está la
publicidad y sus anuncios, llenos, en la mayoría de los casos, de hermosas
mujeres felinas y machos arrogantes.
-¿Por qué el sector del lujo es capaz de sortear tan bien las crisis,
mucho mejor que los demás?
-Porque cada vez hay más ricos. No solamente en los países
desarrollados, sino entre los que acceden al desarrollo, y eso es mucha gente.
Existe un mercado creciente del lujo en países como Nigeria o África del Sur.
El número creciente de ricos es también un fenómeno derivado de los monopolios
y la concentración de la riqueza; existen los superricos, que tienen, en primer
lugar, demasiado dinero y en segundo lugar, la necesidad de exhibirlo. Cito el
libro de Robert Frank y Philip J. Cook, The winner-take-all society (La
sociedad del ganador se lo lleva todo), que luego dio título a una canción de
Abba allá por los años 80...
-Si el lujo es una “constante antropológica” como afirma en su libro,
no tendría nada que ver con las clases sociales... ¿Cómo explicar esta
contradicción aparente?
-Porque toda sociedad conoce sus divisiones –no solamente en
lo que respecta a las clases sociales definidas por la economía, sino también
por costumbres sexuales, afinidades políticas o religiosas–. Los modos de
diferenciación son necesarios y el lujo es uno de ellos, pero no el único. El
secretismo, la distancia también marcaban las diferencias, por ejemplo, en la
corte de las monarquías del pasado. Pero el lujo no es nunca algo lejano.
Siempre me impresiona comprobar hasta qué punto las lecciones de antropología y
de historia se olvidan en favor de los estereotipos arqueomarxistas que pueden
tener su pertinencia, pero también su límite.
-Es especialista en filosofía del arte y arte contemporáneo. ¿El arte
es un lujo o una necesidad?
-El arte es una necesidad para quienes lo hacen y lo
practican –y hay muchas maneras de practicar el arte; desde tocando música o
bailando hasta escribiendo en un periódico o haciendo pinturas malas el domingo
por la mañana–. Ahora bien, el arte es un lujo cuando se convierte en algo caro
y excepcional, sea porque demanda un virtuosismo particular para ser producido
o porque existe una competición entre compradores que hace que aumente su
precio y sus exigencias. Es preciso distinguir bien entre el arte como práctica
y el arte como objeto de consumo. Según las distintas culturas se hace hincapié
en uno, en otro o en ambos. Entre las clases populares, la preferencia es la de
la práctica: cantar en un orfeón, hacer teatro amateur; entre las clases más
pudientes se prefiere consumir. A veces, ambas concepciones se reúnen; pensemos
en la difusión y la práctica de la música entre la burguesía del siglo XIX en
Europa.
-El lujo cambia y se transforma según la época. Si antes teníamos (y
seguimos teniendo) el lujo de las “cosas” y los bienes, parece que ahora hemos
incorporado el lujo de las experiencias. ¿Cuál será el futuro del lujo o los
lujos futuros?
-El futuro del lujo irá en dos direcciones; el de los
objetos y el de las experiencias. El primero, porque habrá que diferenciarse.
Los compradores chinos, por ejemplo, son poco sensibles hasta ahora a las
experiencias porque en una sociedad “sin clases” lo importante es distinguirse.
De igual manera, también los compradores japoneses son poco sensibles al lujo
de las experiencias, en este caso porque su refinada cultura es ya una cultura
de experiencias sutiles (la ceremonia del té, el arte del kimono, la
artesanía...). Pero el lujo de experiencias se desarrollará considerablemente
por tres razones: nuestra demanda insaciable de placer y hedonismo; nuestra
capacidad técnica de inventar nuevas experiencias cada vez más sofisticadas y
el hecho de que las experiencias son personales y, por ello, pueden ser
declinadas de múltiples maneras y para todos los bolsillos (o casi): cada uno
estará contento con las experiencias que le parecen lujosas, incluso aunque no
lo sean para el vecino.
-¿Admite el lujo una valoración “moral”: es bueno, es perverso...?
-La eterna cuestión. Depende de lo que tomemos en cuenta; la
cantidad de empleo y de puestos de trabajo que genera su industria o la vanidad
de sus objetos y experiencias o, peor, la maldad que esconde esa necesidad de
diferenciación social. Es difícil juzgar. Creo que un criterio podría ser el
exceso y la violencia de la ostentación, pero se trata de un criterio sesgado,
porque ya el lujo es, en sí mismo, excesivo...
-¿El conocido “porque yo lo valgo” define un nuevo modelo de lujo
democrático, para todos (cada uno en su nivel)?
-Por lo que a mí respecta, yo veo en él una expresión de
narcisismo y de individualismo contemporáneo: cada uno tiene la necesidad de
reforzar el sentimiento de su propia valía. Y, efectivamente, eso se puede
hacer en todos los niveles. En el libro menciono que la democratización del
lujo tiene como contrapartida la “lujorización” del consumo cotidiano: a cada
uno, su lujo. Por un lado, el lujo se construye de arriba abajo; y por otro, se
aumenta de gama en el consumo ordinario.
-La experiencia del lujo crea dependencia. ¿Cuáles son sus riesgos?
-El riesgo es una dependencia del placer y un refuerzo
narcisista. Vivimos en la sociedad de la adicción; por un lado, es muy práctico
para quienes nos ofrecen productos y quieren volver a vernos; por el otro,
también es práctico para nosotros, porque la adicción impide que nos hagamos
preguntas y proporciona punto de anclaje. Cuando estoy enganchado a algo no me
cuestiono nada. Y hay riesgos de que la adicción vaya en aumento...
-El lujo es un mecanismo de distinción, pero ¿qué significa ser
“distinguido”?
-Hay distinciones y distinciones. En el sentido más
elemental, la distinción es el hecho de estar apartado y resultar visible.
Existe una noción más antigua que supone que la persona ‘distinguida’ ha
trabajado su distinción buscando las mejores formas y la aprobación de los
otros. Se aproxima a la definición del ‘hombre de calidad o de mérito’ de los
moralistas del XVII. Entre este ser humano ‘elegante’, podríamos decir, y la persona
distinguida por el hecho de ser meramente visible (Paris Hilton, por ejemplo)
se encuentra el dandi del XIX... La distinción demanda también un cierto tipo
de público y como hoy el público es el de los medios, el mero hecho de ser
visible parece bastar. Este fenómeno me interesa mucho porque se trata de las
personas ‘distinguidas de nuestra época’. Y, ahora, se puede argumentar que es
algo un tanto rudimentario...
-¿Puede alguien mantenerse ‘aislado’, o ajeno, al menos, al mundo del
lujo?
-Sí. Se puede buscar vivir de una forma sencilla, aunque, si
no se trata de una pobreza forzada, hay un gran riesgo de que esta ambición de
sencillez se convierte en una experiencia refinada y sofisticada y, por
consiguiente, un lujo. A menudo, hoy día, las cosas sencillas se han vuelto muy
caras; aquello que es fabricado y tratado es más barato que lo simple, no hay
más que fijarse en la ropa o la comida.
-Al terminar el libro uno tiene la impresión de que todo el lujo (y sus
derivados) no sirven sino para rellenar un individuo que se siente vacío, que
no es auténtico. ¿Cuál podría ser el contenido del verdadero ser auténtico?
-Efectivamente, creo que el lujo, con frecuencia, viene a
llenar (o rellenar) una vida vacía; si no sé quién soy ni lo que quiero, al
menos me reconforta encontrar mi identidad en las apariencias del lujo. La
búsqueda de la autenticidad es una forma de la búsqueda de sí mismo. Con la
dificultad de que, si no se es persona, cómo se va a encontrar la autenticidad.
Mi libro es una crítica también a la noción de la autenticidad: basta con que
tengamos la impresión de vivir una experiencia para que la creamos auténtica.
Detesto la jerga heideggeriana sobre la autenticidad.
-Para usted, ¿cuál es el verdadero lujo?
-El verdadero lujo para mí es el de la sencillez y el de la
distinción de las cosas simples, pero no sería honesto si no dijera que esto
también es caro. Vivir en una casa sencilla, sin ser invadido por los vecinos,
en un entorno natural y teniendo placeres sencillos y de calidad... Todo eso
necesita esfuerzos, lleva su tiempo y su dinero... Yo nunca voy a hoteles de
lujo ni a tiendas de lujo y procuro vestirme de forma sencilla, pero un abono
en la ópera –por ejemplo– cuesta bien caro, a menudo, demasiado caro...
-Acabamos con una broma (muy seria) que usted usa en diversas partes
del libro: la frase del publicista Jacques Séguéla: “Si a los 50 no tienes un
Rolex, es que has malgastado tu vida“. ¿Tiene usted un Rolex?
-No, no tengo un Rolex y, francamente, no entiendo a la
gente que se encapricha de los relojes de lujo, a menos que se trata de una
manera de colocar y conservar el “dinero sucio” (en español). Llevo desde hace
muchos años el mismo reloj Casio, pero con una brújula. Y está muy bien para
saber la hora y para poder orientarse. Hay muchos sitios donde no hay sol y
donde no sabe uno dónde dirigirse al salir de un aparcamiento o de una estación
de metro. Eso es lo que le falta a muchos hoy día; sentido de la orientación.
Mejor que ansiar tener un Rolex, deberían sentir la necesidad de una brújula...
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