“Algunos empresarios
actuaban como rufianes a cambio de leyes o beneficios”
Stefano Zamagni: "Los argentinos no entienden el significado profundo de la vida democrática". |
Por Ezequiel Chabay
Hoy parece infructuoso discutir sobre una alternativa a la
economía de mercado, pero dentro del sistema capitalista existen diversas
versiones. El modelo neoliberal desarrollado por la Escuela de Chicago, que
persigue el bien total a través del incremento del capital de los individuos,
se contrapone con la tradición bautizada por el economista italiano Stefano
Zamagni como "economía civil", por tener como norte el
incremento del bien común.
Este esquema, según explica, busca un desarrollo
humano integral, con tres componentes fundamentales: el crecimiento, una
dimensión socio-relacional y un desarrollo espiritual. El profesor Zamagni, catedrático de Economía Política en la
Universidad de Bolonia, pasó por Buenos Aires para debatir acerca de los
desafíos del mundo empresarial invitado por la Asociación Cristiana de
Dirigentes de Empresa (ACDE) y habló con 3Días.
- Usted vino a debatir sobre cómo sostener el empleo en un contexto
dominado por la innovación tecnológica. ¿Cómo evitar nuevas situaciones de
exclusión?
- El hecho de que las máquinas sustituyan a las personas no
es algo nuevo. Sucede desde la primera Revolución Industrial. En el pasado, las
novedades tecnológicas tardaban 40 años en llegar y las empresas tenían tiempo
para adaptarse. Pero ese promedio se redujo a 15 años y, en algunos sectores,
como la ingeniería electrónica, a cinco o seis. El progreso per se no es el
problema, sino que las empresas no son capaces de adecuarse al nuevo contexto.
- ¿Por qué a tantas compañías les cuesta transformarse?
- Los empresarios que tienen 50 o 60 años no comprenden
estos cambios. Lo comprenden en el plano intelectual, pero no tienen la
capacidad psicológica de modificarse. Cuando hablo con un gerente o CEO de 50 o
60 años, entiende lo que digo, pero me reconoce que no puede cambiar, porque
está formado de una manera. Ésta es la razón por la que hoy se necesitan CEOs
de 40 años o menos. Los jóvenes son mucho más flexibles para adaptarse.
- ¿Cómo se le ocurre saldar esta falencia?
- Una posibilidad sería trabajar la relación entre el mundo
de la educación y el del trabajo. Hace unos años, uno iba a la universidad
hasta los 25 y después saltaba al mercado. Pero la tasa de obsolescencia
intelectual está estimada, por la OCDE, en 9 % al año. Quiere decir que,
después de 10 años, se ha perdido todo lo aprendido en la universidad. Por eso
hoy en día se empieza a hablar de lifelong
learning y nuevos estadios entre el mundo de la escuela y el trabajo. Y hay
tensiones: las escuelas son conservadoras y el empresariado se queja de los
recursos que debería destinar. La estrategia pasa por una política de Estado.
En Italia se sancionó una ley que establece la alternancia entre el trabajo y
la universidad. Después de 10 años de trabajo, el empleado irá seis meses a
estudiar a la universidad.
- ¿Hacia dónde cree que irá la economía en los próximos años?
- Hay sectores productivos que hasta ahora no han sido
escrutados. La green economy ha
estado en boga, pero poco se ha hecho en el desarrollo de la blue economy, basada en los recursos del
mar; es un sector que va a crear mucho empleo de aquí a 10 años, por ejemplo,
para la generación de energía. También puede hacerse mucho en el desarrollo de
los bienes culturales, porque la gente demanda cada vez más servicios. Y
también hay mucho por hacer en el desarrollo de bienes relacionales, ligados a
la salud y al cuidado de las personas. La gente de 80 u 85 años, a futuro, ya
no tendrá quién piense por ellas. Son tres claves para tratar de afrontar una
economía cada vez más caracterizada por la aceleración de los procesos.
- Usted habla de un "déficit de fraternidad", que condiciona
el desarrollo del capital social. ¿Son los clústeres y otras medidas de
asociativismo respuestas concretas a ese déficit?
- Sí, son formas concretas de aplicar el principio de
fraternidad. Hay que tener una mirada más amplia: los estadounidenses crearon
en 2010 las benefit corporations,
empresas con doble fin: la ganancia y un fin de utilidad social. Es un buen
ejemplo de cómo el principio de fraternidad puede vivir en las empresas.
- Ha dicho que esta transformación depende de la política. ¿Cómo evalúa
las acciones del nuevo gobierno argentino?
- Todavía no ha podido hacer mucho, más allá de las medidas
tomadas para corregir la política anterior. Pero una novedad de esta época es
que las empresas han llegado a ser agentes políticos, capaces de modificar las
situaciones dadas. El mundo de la empresa tiene que dialogar con las autoridades
políticas para modificar el sistema de ley. Hasta ahora, sucedía que algunos
empresarios actuaban como rufianes y ofrecían dinero al Gobierno a cambio de
leyes o beneficios. El Gobierno precedente tenía algunos empresarios entre sus
amigos, a quienes benefició a cambio de "propinas". Eso es un
escándalo. Lo que sí deben hacer los empresarios es presentar una plataforma a
los políticos y a los sindicatos con lo que quieren hacer y sus razones.
- ¿Y qué opinión le merece la presencia de empresarios en la plantilla
del Gobierno?
- El mundo de la empresa no puede confundirse o mezclarse
con el poder político. Es parte del principio de laicidad, es decir, que cada
entidad mantenga su propia identidad y dialogue con las otras. En el pasado, lo
mismo sucedió con los sindicatos, y el resultado no fue bueno. No es bueno que
las empresas estén junto al Gobierno. La democracia presupone la dialéctica; si
no hay dialéctica, no se puede hablar de democracia. Sé que en este país es muy
difícil hablar de democracia. Los argentinos no entienden el significado
profundo de la vida democrática. Acá se confunde mucho, entre otras cosas, como
consecuencia del populismo. Pero estoy seguro de que, en el futuro, esto se va
a cambiar.
- ¿A quién ve más desarrollado: al sindicalismo o al empresario?
- En este momento histórico, la fuerza de cambio es el poder
empresarial. Hubo períodos históricos donde la clave pasó por los movimientos
sociales. Pero la fuerza real de cambio, en este momento, son los empresarios.
- ¿Cuál es, a su criterio, el mayor obstáculo para el mundo de los
negocios?
- Hace unos años, investigadores de la Universidad Nacional
de Córdoba desarrollaron un índice de confianza interpersonal que muestra ups and downs desde 1983, cuando rondaba
el 27%, hasta 2010, donde estaba en 14%. Esto es malo, porque impide
planificar. Si esa confianza entre las personas fuera poca, pero constante,
sería más fácil. Trasladado al ámbito privado, significa que algunos
empresarios no confían en otros empresarios, y eso es una vergüenza.
- ¿Cómo es su relación con el Papa?
- Soy miembro del Consejo Pontificia Justicia y Paz y soy
directivo de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales. He tenido relación
con él, como la tuve con Benedicto XVI y Juan Pablo II. Pero no busco tener
relación con el Papa. En este sentido, yo soy muy laico: no quiero una relación
personal con este Papa, porque si él desaparece
yo
estoy al servicio, porque soy creyente, católico.
No pido nada: ellos me piden colaboración y yo, feliz de ayudar.
- ¿Cómo explica el pensamiento económico de Francisco?
- Sé que acá las personas no quieren al Papa. Algunos medios
e intelectuales se equivocan, porque el Papa no está contra la economía de
mercado y no está contra los empresarios, sí está en contra un tipo de economía
que excluye a una categoría social. Eso es lo que llama "cultura del
descarte". ¡El problema no es el Papa, son los argentinos! Ninguno es
profeta en su tierra.
- Lo han tildado de enemigo del mercado.
- El Papa no puede estar contra el mercado, porque sería ir
en contra sus propias raíces. El mercado fue algo creado por los franciscanos
en el 1400; ergo, nació entre la Iglesia católica. El problema es otro: acá
nadie estudia la historia. El punto es que éste es un Papa que habla de manera
diferente a los otros: no es un diplomático, es un pastor. Algunos creen que no
puede ser así, pero si se valora la substancia del discurso, se ve que está en
la misma línea que sus predecesores.
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