Ricardo Lagos Escobar |
Por Patricio Navia
La forma en que Ricardo Lagos Escobar anunció su candidatura
presidencial deja en claro la profunda disociación entre el Chile al que le
está hablando y el Chile que se ha desarrollado desde el retorno de la
democracia en 1990.
Precisamente porque Lagos fue clave en ayudar al
crecimiento de este nuevo Chile, resulta paradójico que el ex Presidente
articule un discurso para un Chile que él mismo ayudó a enterrar.
A la usanza de la vieja política, Lagos anunció su
candidatura presidencial declarándolo de modo alambicado. En vez de decir “seré
candidato presidencial”, Lagos prefirió decir “yo no me restaré a este nuevo
desafío”. En un país donde el hablar franco y directo se ha impuesto por sobre
las formas profundamente elaboradas, Lagos aparece como un viajero del pasado
que irrumpe en un mundo acelerado, con poco tiempo y menos paciencia para los
formalismos. En época de reggaetón, la candidatura de Lagos tiene la cándida
ambigüedad del estilo que usaba el Profesor Jirafales para cortejar a Doña
Florinda.
Pero la forma en que Lagos anunció su candidatura también
refleja el centro de atención del ex Presidente. En vez de poner el énfasis en
la Presidencia, Lagos pone el énfasis en su valentía, al anunciar que no se
restará del desafío. Es más, en las explicaciones que dio de por qué anunciaba
ahora su candidatura, Lagos explicitó que lo hacía, en parte, para “que no me
digan a mí que por temor a perder una elección no seré candidato”.
La trayectoria política del ex Presidente Lagos ha sido
notable. El programa televisivo en que enfrentó a Pinochet mirando directamente
a la cámara lo catapultó a la fama. Si el plebiscito de 1988 fue el momento en
que Pinochet perdió el poder, también se convirtió en el momento en que Ricardo
Lagos se probó el traje de candidato presidencial. Después de su derrota ante
Eduardo Frei en las primarias semi-abiertas de 1993, Lagos trabajó para
consolidar sus aspiraciones presidenciales. En enero de 2000, con Pinochet bajo
arresto domiciliario en Londres, en un Chile sin ley de divorcio y con censura
en el cine, Lagos se convirtió en Presidente. Sus críticos le achacan las
últimas privatizaciones, las carreteras concesionadas, el fallido tren al sur,
el diseño del Transantiago y el Crédito con Aval del Estado (CAE) para la
educación superior. Pero entre sus legados destacan también el fin de los
senadores designados y otras reformas de 2005 a la Constitución de 1980, el
impresionante desarrollo de infraestructura, la masificación en el acceso a la
educación superior y la ampliación de las libertades individuales. Chile fue un
país mucho mejor después de Lagos que antes de que llegara al poder el primer
izquierdista después de Allende.
Pero precisamente porque Lagos contribuyó a desatar los
vientos de cambio que transformarían a Chile de forma tan profunda en lo que va
de este siglo, resulta difícil de entender por qué Lagos le sigue hablando al
Chile que ya no existe. Es verdad que el Presidente usó las redes sociales para
comunicar su mensaje y repetidamente habló del futuro. Pero el estilo de Lagos
sigue siendo de pasado. Lagos gusta de hablar desde un púlpito. Se refiere a sí
mismo en tercera persona. Casi infantilmente, se esfuerza en recordarnos que él
es valiente.
Lagos no les habla horizontalmente a los chilenos. Tampoco
se anima a salir a las calles de Chile a hablar con la gente. Lagos no lleva su
candidatura a las ferias, centros educacionales, calles, plazas y malls del
país. La candidatura de Lagos se viste de modernidad y tecnología, pero no
emana ni interactúa con el Chile moderno. No usa el lenguaje del Chile moderno,
pero por sobre todo, no se adapta al principal requisito del Chile actual: los
candidatos deben hablarle a la gente horizontalmente, de frente, a su misma
altura. Lagos sigue siendo el líder que golpea la mesa, que habla fuerte, que
predica desde el púlpito.
En un Chile que vivía bajo el autoritarismo, esa estrategia
funcionó para dar certezas y garantías de seguridad y orden. Pero en un Chile
que se ha acostumbrado a la democracia, a la deliberación y que aprende a vivir
en la horizontalidad que supone la vida democrática, el dejo autoritario de
Lagos parece encontrar más apoyo en un mundo nostálgico del autoritarismo de
antaño que en aquellos que cotidianamente viven en la sociedad donde todos
aspiramos a ser iguales.
Por eso, aunque genere entusiasmo en los poderes fácticos y
en la vieja guardia concertacionista y despierte nostalgias en la elite por un
Chile que ya no existe, para ser viable, la candidatura de Lagos deberá
demostrar también que es capaz de bajarse del púlpito, recorrer las calles y
hablarle horizontalmente al Chile de hoy. Porque el Chile de hoy es muy
distinto al Chile que vio nacer al Lagos candidato y, especialmente, porque el
propio Lagos ayudó a enterrar a ese Chile, las candidaturas presidenciales de
hoy no serán viables a menos que, parafraseando a Nicanor Parra, los políticos
bajen del Olimpo”.
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