Por Nicolás Lucca
Un
profesor de periodismo de Uruguay se cansa de que el mundo no entienda su
visión de la vida y se enoja con un par de alumnos por no querer aprender.
Y
por un par me refiero a la totalidad de sus alumnos.
El profe publica una
carta en la que muestra un grave error periodístico: no sabe explicar bien el
motivo. Que el Facebook, que el Whatsapp, que “el celular”, todo lo mezcla y se
calienta porque los chicos no se apasionan por sucesos que él vivió como contemporáneo,
pero que ocurrieron veinte años antes de que los botijas nacieran.
Por si fuera poco, tampoco le gusta que no hayan leído a Vargas Llosa. No
podemos asegurarlo, pero supongamos que Vargas es su autor favorito.
Enojado,
jura no volver a dar clases. Como última lección, les deja a sus alumnos la
premisa de que son parias a quienes los más grandes nunca
aceptarán porque no los entienden, y que lo mejor que se puede hacer
cuando algo no resulta es apagar la consola para no perder.
Una
persona X, a la otra orilla del Río de la Plata, lee la carta, probablemente se
indigna por el uso de los celulares en clase, por el Whatsapp, por el Face y
por la falta de respeto a Vargas Llosa, y convierte la carta del profesor
uruguayo en nota. Cientos de miles comparten en sus muros de Facebook y
en sus timelines de Twitter la noticia, otros la envían por
Whatsapp y/o mail a todos sus contactos, preferentemente a sus hijos, para
romper la rutina de la cadena de oración de la Virgen Desatanudos. Primer
resultado visible: en una pelea que los alumnos del profesor yorugua no
decidieron librar, ellos ganaron. Y por paliza. La carta en sí data de
finales de 2015 y está publicada en varios portales de Uruguay. O
sea, un chasco, vieja, algo que cualquier editor se vería obligado a bajar del
portal luego de advertir el error. Pero el error parece no haber sido advertido
porque, también probablemente, la carta fue encontrada en el feis, en el
tuister o llegó al guasáp de alguien. Si todos “boludearan” como el
profesor indignado dice que hacían sus exalumnos, lo habrían notado.
Sin
embargo, la nota funciona.
En el
caso del profesor abandónico oriental, nadie se dio cuenta de que pudieron
compartir esa noticia nuevamente publicada como novedosa gracias a los
botones de redes sociales. Segundo resultado –previsible– a la vista:
si la compartieron es porque creen que las redes sociales y los celulares son
una vía de comunicación normal.
Y lo
es.
Si
bien los números pueden variar de un portal de noticias a otro, las
proporciones son similares: el 50% de las noticias se leen desde
dispositivos móviles, número que puede llegar al 70% en
el horario de la vuelta del trabajo al hogar. Y por dispositivos móviles nos
referimos a los smartphones, esos artilugios que además de oficiar de teléfono
son computadoras un millón de veces más potentes que la primera PC que
usamos, que se encuentra conectado en tiempo real a toda la información
disponible en el mundo, y que el responsable de formar a los futuros
periodistas define como “el celu”. El caso de las redes sociales es aún más
interesante, dado que las visitas directas –la gente que ingresa a la antigua,
tipeando la dirección del portal en un navegador– no cesan su caída frente al
avance de las visitas redireccionadas desde las redes sociales. La
tendencia no sólo es irreversible sino que es inevitable y el que no
lo quiere ver, se está revoleando por la ventana de un tren bala creyendo que
todavía funciona a vapor.
En
algún punto, la llegada del móvil televisivo “en vivo” puso nervioso a los
cronistas del mismo modo que la radio hizo temblar a los diarios allá por la
década de 1920. En la década de 1840, un empresario que se dedicaba a vender
servicios de información bursátil decide rechazar la confiabilidad del
ferrocarril y enviar su información a través de palomas mensajeras.
¿El motivo? Las aves eran más rápidas. En 1851, el mismo empresario adopta el
sistema de telégrafo por ser aún más veloz que las palomas mensajeras y el
ferrocarril. Probablemente, a los criadores de palomas no les cayó en gracia la
noticia. El empresario se llamaba Paul Reuters y la empresa
que fundó continúa siendo una de las agencias de noticias más importantes
del mundo. Pero todavía hay quien cree que es más importante
enseñar el formato que el contenido y el método periodístico.
¿Cómo
pretender que los futuros periodistas se aparten de las herramientas con las
que sus también potenciales futuros lectores consumen el producto de lo
que están estudiando? ¿Acaso fracasaron los pibes que usan los celulares porque
sienten que están estudiando cosas abstractas que nunca verán en la
vida real–y tienen razón–, o el que fracasó es el profesor de periodismo
que desea que el mundo deje de girar porque la nostalgia lo puede y pretende
que los demás se adapten a su mundo ideal de linotipo e imprenta manual?
Entiendo
lo fácil que es caer en la tentación de trazar paralelismos con cualquier otra
carrera y soy consciente de que el déficit de atención de los alumnos es
alarmante. Tan alarmante como la falta de autoridad de un docente para imponer
el cumplimiento de reglas de convivencia sin que estas sean “debatibles y
cuestionables” por cualquiera. Tan alarmante como saber que en buena parte del
mundo moderno ni se discute el uso de dispositivos móviles en clase y en
algunos estados de norteamérica son obligatorios desde la primaria.
No
dejo de pensar que hoy el smartphone resulta más alcahuete, porque si el chico
aburrido en clase se pusiera a dibujar como hacíamos antes, pasa desapercibido,
como así también creo que si el alumno le falta el respeto al docente y éste no
puede hacer nada, la culpa no es de la tecnología ni “de los tiempos que
corren”. De todos modos, en el caso puntual de la carta del
docente oriental, hablamos de un profesor de periodismo que enseña
periodismo en una facultad de periodismo a estudiantes de periodismo que tienen
la intención de ejercer periodismo.
No
tuve el placer de leer que el profesor haya enseñado a los chicos los códigos
para buscar una palabra clave en todos los medios de noticias gracias a un shortkey en
Google. Tampoco sé si se preocupó por explicar cómo es que Twitter
fue la vía de información que convirtió una protesta en Túnez en 2010
en una marea desestabilizadora en 18 países que hizo caer
regímenes históricos, despelote del que todavía no logran frenar sus
consecuencias en Siria. Su prioridad fue intentar que se emocionen con
la película The Insider, la cual trata sobre un periodista de
televisión, un medio que también viene en caída libre. Y el profe se
enojó porque sus alumnos se aburrieron.
Al
hablar del uso de smartphones tenemos que evitar caer en la imagen de
falta de respeto. No es nuestra pareja chequeando el horóscopo en el
restaurante durante una cita, o nuestro hijo jugando al Pokémon Go en
la mesa del domingo mientras el abuelo cuenta una historia. Tampoco son
estudiantes boludeando en una clase de toxicología en la facultad de medicina. Son
alumnos de periodismo a los que se les está pidiendo que se saquen de encima un
aparato que debería ser su medio de vida desde la misma facultad. Uno
no se imagina a un estudiante de ingeniería mecánica sin posibilidad de tocar
un motor. Bueno, los dispositivos móviles son los motores del periodismo ya
no del mañana: está pasando ahora.
No sé
bien cuál es la receta para que los pibes estén más atentos a lo que
se les explica. Pero si nos preocupamos en enseñar la pasión por el
periodismo en vez de la pasión por una cámara Super 8 o un tabloide, puede
ser que formemos a profesionales que el día de mañana no
sientan miedo a los cambios tecnológicos al punto de despreciarlos. Porque
mientras los docentes no se adaptan, los portales se van nutriendo de dos
vertientes de horrores: los periodistas que no tienen método y publican
gravísimas acusaciones con la validez que le dan fuentes inexplicables y sin
conexión alguna; o periodistas excelentemente formados que, por carecer de la
educación en las nuevas tecnologías, pueden llegar a publicar como nueva una
noticia de hace un año.
Pero
bueno, todo es objeto de debate. El tema es no quedarnos encerrados en la nostalgia
de que todo tiempo pasado fue mejor y que terminemos llorando el
pasado como vieja en matiné.
Bonus
track. Mientras tanto, el
último libro de Vargas Llosa publicado en Argentina tuvo ventas inferiores a la
cantidad de lecturas que tuvo la nota sobre el profesor ofendido. Aplicando la
lógica más rudimentaria, se indignó más gente al saber sobre un
profesor enojado porque sus alumnos no leen a Vargas Llosa, que la que
leyó lo último de Vargas Llosa. El dato fue chequeado a través
de un celular. Tercer resultado visible: al que cree ser el dueño de la
verdad revelada, la vida suele reírsele en la cara.
Por
último: este texto fue íntegramente escrito, editado y publicado desde
un smartphone, ese oscuro objeto del demonio.
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