MARIO CARGNELLO: “LA
CORRUPCIÓN ES UNA LLAGA PUTREFACTA DE LA SOCIEDAD”
El arzobispo de
Salta, llamó “a los hombres de la política a sacrificar sus vidas en el
servicio al bien común”. Más de 800 mil personas participaron en la fiesta
religiosa.
Salta - De
acuerdo a la información brindada por la Policía de Salta, más de 800 mil
personas participaron este jueves en la Fiesta del Milagro, con un importante
operativo de seguridad realizado por cerca de 4.000 efectivos junto a
dispositivos especiales de brigadistas y personal médicos y de apoyo a los
peregrinos llegados hasta la capital salteña.
El dispositivos se extendió por las calles aledañas con
cortes de tránsito en varias avenidas y calles de acceso a la zona por donde se
desarrolló la procesión que año a año se realiza en la ciudad, portando las
imágenes del Señor y la Virgen del Milagro.
Antes de la renovación del denominado Pacto de Fidelidad del pueblo
con los Santos Patronos, el arzobispo de Salta, Mario Cargnello, preguntó: “¿Qué
camino recorrer? ¿Qué debemos hacer para vivir como personas dignas, para ser
felices? ¿Cómo construir una nación fraterna, abierta, justa, equitativa?
¿Podemos empezar de nuevo en estos tiempos del bicentenario de la independencia
de nuestra patria?”
El prelado también dijo que “el camino transformador de la
misericordia compromete a los funcionarios públicos y a los hombres de la
política a sacrificar sus vidas en el servicio al bien común que hoy tiene el
rostro de una nación que debe crecer en justicia, transparencia y equidad;
tiene el rostro de los pobres, de los niños sin hogar, de los jóvenes sin
esperanzas”.
Principales puntos de
las palabras de Cargnello
-Delante de Jesús el
reconocimiento de nuestra miseria nos libera y nos hace descubrir que Él venda
nuestras heridas, nos carga, nos coloca sobre su propia montura, y nos lleva al
albergue de su Iglesia para que ella nos cuide. Delante de Jesús, la aceptación
de la verdad de nuestra miseria nos dignifica con el abrazo del amor
misericordioso. “Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al
mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él”.
Encontrarnos con el
Dios Padre de las Misericordias es poder mirar el presente con actitud
responsable y proactiva lanzándonos hacia el futuro con esperanza, porque Él,
el Padre, nos ha considerado dignos de confianza. Encontrarnos con Jesús, el
Buen Samaritano, nos impulsa, como a Pablo, a lanzarnos hacia delante y correr
hacia la meta, siguiendo el camino trazado por el Maestro; dejarnos encontrar
por el Espíritu es vivir la comunión en la Iglesia, crecer como familia,
recorrer el camino interior trazado por Jesús: “No juzguen... no condenen...
perdonen... den”. Delante del Dios que es familia nos dejamos invadir por la
audacia de la Virgen, que en el origen del Milagro es capaz de decirle a Jesús:
“Perdona a este pueblo, si no la corona aquí te la dejo”.
Aceptar y vivir el
regalo de la misericordia significa recorrer el camino que nos lleva, desde el
sacramento de la Reconciliación, a una verdadera transformación interior hasta
convertirnos en hombres nuevos.
-En este año del
bicentenario de la independencia de nuestra patria cada uno de nosotros
experimenta la necesidad de comprometerse como ciudadano para construir cada
día la casa común. Una casa que nos incluya, que tenga el calor del hogar y el
olor y el gusto de la vida familiar. Señalaban los obispos de la Argentina, que
para ser constructores de la casa común es necesario pasar continuamente de ser
una multitud a ser un pueblo.
En la multitud queda
borrada la persona y se oculta su verdadera identidad. En la multitud
disimulamos, escondemos lo que somos y lo que llevamos dentro, nos ignoramos,
nos hacemos indiferentes, sólo nos interesa lo nuestro, lo mío. Convertirnos en
pueblo es, por el contrario, compartir valores y proyectos que conforman un
ideal de vida y de convivencia. Es exponerse, descubrirse, comunicarse y
encontrarse, dejando circular la vida, la simpatía, la ternura y el calor
humano. Convertirnos en pueblo es transitar el camino del diálogo respetuoso y
sincero que acorta distancias y tiende puentes. Se trata de recorrer, como
pueblo, el camino de la misericordia.
Ser misericordiosos
como el Padre traza un programa de vida que nos llama a mirar al hermano y
descubrir los sufrimientos que existen a nuestro alrededor; a vendar las
heridas de los que se han debilitado hasta perder la voz. El Papa Francisco nos
urge: “No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que
anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye.
Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos
hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar
su grito de auxilio”.
El camino de la
misericordia recibida hacia la misericordia compartida nos exige a todos.
Compromete a los esposos a amar a su cónyuge y a sus hijos sabiendo caminar con
el otro y animándose diariamente a descender de la cabalgadura de su propio
proyecto para compartir y crecer juntos. Urge a cada matrimonio y a cada
familia a anunciar la alegría del amor y de la vida aún en medio de las
dificultades, confiando en la fuerza poderosa del perdón y de la paciencia.
El camino de la
misericordia desafía al mundo de la educación: a directivos, docentes, al
personal que trabaja en diferentes tareas para hacernos cargos de los
niños y jóvenes que muchas veces yacen postrados a la vera del camino golpeados
por la falta de perspectivas de futuro en una sociedad cerrada y egoísta.
El camino de la
misericordia provoca a los profesionales a descubrir el don que han recibido de
un país que apuesta por ellos y tiene derecho a esperar un servicio que mire el
bien de los demás y no haga del lucro personal un ídolo.
El camino de la
misericordia urge a los empresarios a pensar su vocación de administradores de
talentos recibidos por Dios para favorecer el desarrollo de todos con el
compromiso por una economía al servicio del hombre y no de la especulación
financiera que mata a tantos pobres.
El camino creativo de
la misericordia invita a los trabajadores a descubrirse artífices de un mundo
nuevo con su servicio honesto, solidario, responsable.
El camino de la
misericordia desafía a los hombres y mujeres de la cultura a pensar un mundo
más humano, abierto, inclusivo, respetuoso de la libertad y de la dignidad del
hombre.
El camino transformador de la misericordia compromete a los
funcionarios públicos y a los hombres de la política a sacrificar sus vidas en
el servicio al bien común que hoy tiene el rostro de una nación que debe crecer
en justicia, transparencia y equidad; tiene el rostro de los pobres, de los
niños sin hogar, de los jóvenes sin esperanzas.
El camino de la misericordia es un llamado
para ustedes, queridos jóvenes, a no dejarse vencer por la vejez de un mundo
que los inmola en un clima tóxico de disimuladas pero efectivas esclavitudes en
las adicciones que esclavizan, en un libertinaje sin destino ni futuro, en un
exitismo sin consistencia ni proyecto.
El camino de la misericordia nos compromete a
nosotros, obispos, sacerdotes, religiosos, a entregar la vida por testimoniar a
Cristo, el Rostro visible del Padre de las Misericordias, superando
aburguesamientos y mediocridades y creciendo en dedicación a los hermanos con entrega
y amabilidad.
El camino de la misericordia es el camino de
los desafíos que se renuevan porque ofrecen al hermano la oportunidad de
empezar de nuevo, como el Señor nos la da a nosotros cada día. Este es el
camino para construir la casa común. Recorrámoslo.
Porque no construimos la casa común cuando cedemos a la tentación de la
corrupción, llaga putrefacta de la sociedad, pecado que clama al cielo, ácido que corroe y destruye los fundamentos
de la vida personal y social. Con valentía nos recuerda Francisco que la
corrupción “impide mirar el futuro con esperanza porque con su prepotencia y
avidez destruye los proyectos de los débiles y oprime a los más pobres. Es un
mal que anida en gestos cotidianos para expandirse luego en escándalos públicos”.
No construimos la casa común cuando favorecemos de alguna manera al
flagelo del narcotráfico que se va haciendo endémico en nuestra patria y tiende a corromperlo todo. Permítanme
expresar la solidaridad de la Iglesia con tantos jóvenes que intentan superar
sus adicciones, con tantas familias que sufren muchísimo a causa de este
verdadero cáncer que tanto mal nos hace.
No construye la casa
común los que se dedican a la trata de personas y a la explotación laboral y
sexual de las mismas. No construye la
casa común el que favorece el tráfico de armas, el que alimenta la violencia
contra la mujer, el que acumula dinero alimentando la avaricia y
destruyendo a los más necesitados. A todos ellos los invitamos a dejarse mirar
por los ojos misericordiosos de Jesucristo en la Cruz. Abran su corazón a la
misericordia de Dios!
-La Iglesia ha dicho su
palabra más fuerte a nuestra patria en el Congreso Eucarístico Nacional que
celebramos en Tucumán el pasado mes de junio en el clima del bicentenario de la
independencia nacional. Las dificultades de la hora presente no son más fuertes
que el amor de Dios. La riqueza más segura de la Argentina son los argentinos,
cada uno de los habitantes de nuestra patria, siempre abierta a toda la
humanidad.
Informe: Agensur.info
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