Por Jorge Fernández Díaz |
En algunos templos católicos y evangélicos hay cadenas de
oración por su vida, y cientos de mujeres humildes le piden al paso que se
cuide, la besan y le estrechan la mano: "Cuando la abro, muchas veces
encuentro un rosario", dice ella, reconfortada e inquieta. Durante la
campaña electoral, esas mismas mujeres le explicaban que estaban muy
agradecidas por los planes sociales del kirchnerismo, pero también que aquel
insumo les resultaba insuficiente, sobre todo si luego a sus hijos los
asesinaban en las calles, caían en la droga o ingresaban en el narco.
Ese
inconformismo dramático y popular, tan difícil de entender desde los
razonamientos pequeñoburgueses de Palermo Progre, cambió precisamente la
historia: empujó el triunfo de Vidal, derrumbó la corporación peronista y le
prestó el sillón de Rivadavia a Mauricio Macri. La secuencia demuestra algo que
tal vez la coalición gobernante no ha internalizado: fue votada principalmente
para combatir a las mafias. El macrismo y sus socios radicales tienen
especialistas de altísimo nivel en macroeconomía, pero carecen de la misma
cantidad y calidad de expertos en materia de seguridad y en lucha contra el
crimen organizado. Podemos intuir que, por imposición de la realidad
internacional y por algunas impericias propias, la recuperación tardará y
desdichadamente no será explosiva. Es muy probable que el macrismo sea juzgado
entonces por un tema de agenda para el que no se ha preparado muy bien y que
sólo ha encarnado plenamente la dama en peligro por la que rezan los pobres en
las parroquias del conurbano.
La gran pregunta es: ¿de qué hablamos cuando hablamos de
mafia? Y la respuesta todavía produce escozor y una cierta incredulidad: en los
últimos treinta años, la Argentina fue consolidando progresiva y
silenciosamente una cultura mafiosa y violenta, cruzada por el tráfico, la
coima y el delito amparado; un fenómeno de mil cabezas unificado por el Estado,
ese preciado botín, ese gran articulador de bandas internas y externas. La
caricatura reduce la mafia a los distribuidores de drogas peligrosas; la
inseguridad, a la pobreza extrema, y la corrupción, a los cristinistas
encausados. Pero se trata de un régimen mucho más complejo. Hay un vínculo
directo entre mafia, corrupción, inseguridad y déficit fiscal. "La mafia
es mafia por sus relaciones con los políticos", aporta el sociólogo e
historiador italiano Francesco Forgione, que conoce nuestro país porque somos
uno de los principales exportadores de cocaína del mundo, y el presidente Macri
acaba de revelar que Abad y Gómez Centurión descubrieron una sobrefacturación
de 14.000 millones dólares. Por supuesto que no es lo mismo un narcopolicía que
un funcionario coimero, pero se trata de dos criaturas de la misma cadena
alimentaria: ambas fabrican dinero ilícito, lavan en las mismas cuevas y
utilizan el refugio estatal para uso privado, algo que fue tolerado y protegido
por el otrora gran partido de poder. Arriba cunde entonces la cleptocracia, y
abajo hay gente haciéndose su agosto o mirando para otro lado. Son un ejército
de ocupación con miles y miles de generales, sargentos y reclutas. Y el Estado
como organización está infestado por esa milicia orgánica: la nueva
administración tendría que hacer tantas denuncias judiciales que esa tarea le
consumiría toda la energía y el tiempo; no habría horas para gobernar ni para
dormir. Existen personas probas y eficientes en la función pública, pero llama
la atención la cantidad impresionante de ventanillas armadas para el robo,
oficinas dedicadas al financiamiento partidario, entramados históricos y bien
aceitados, y múltiples redes de venalidad en las que participan jueces,
fiscales, espías, policías, sindicatos, laboratorios. Y empresarios eminentes,
algunos incluso que se rasgan las vestiduras pidiendo "reglas de juego
claras" y después sobornan burócratas sin el menor escrúpulo. Báez y Jaime
sólo son la punta del iceberg, un pedacito de hielo con una montaña oscura y
abismal que acecha bajo la superficie. "El Estado estaba loteado -admitió
Macri el lunes-. Vialidad, por ejemplo, se transformó en un ámbito dominado por
una mafia."
Los nuevos habitantes de la gestión pública se sienten de
algún modo usurpadores: la fuerza política que prohijó esta catástrofe pudo
gobernar en parte gracias a su capacidad para pactar, administrar y a veces
servirse de las prácticas mafiosas. Los comisarios corruptos de la bonaerense
esperan todavía que Vidal se rinda y pida una tregua, como hicieron tantos
antecesores, y que les devuelva la autonomía de los negociados a cambio de una
paz ficticia. Tantas veces escucharon la siguiente frase: "Hacé lo que
quieras, pero no me pidas plata y no me incendies el distrito". Muchos de
esos comisarios a lo largo de su carrera han visto hocicar a los machos alfa, y
decenas de cabecillas del paco van presos (se duplicó el decomiso), pero de
inmediato son reemplazados por otros jefes: la distribución no se cortó y, por
lo tanto, el comercio sigue produciendo una renta extraordinaria. "No
lucho contra un grupo de personas, sino contra un sistema", dice la dama
de los rosarios, que no sólo combate a la policía corrompida y a sus socios
narcos, sino también a los carteles de la obra pública y de los proveedores
truchos, a las mafias penitenciarias y a otros rebusques millonarios: el
"rey del juego clandestino" fue allanado la semana pasada en Morón
por un grupo de élite; le encontraron 15 sobres con más de 770.000 dólares,
confesó que eran para la policía y se quejó porque "el poder político
anterior nos dejaba actuar" (sic).
La gran duda que asalta a Vidal en la alta noche es si la
sociedad tendrá la paciencia necesaria para una mutación de largo aliento.
Porque si prima la tentación cortoplacista, volverá a tomar las riendas la
Asociación Parches y Purgas, y habrá de nuevo improvisación constante y la
falsa creencia de que más cámaras y patrulleros solucionarán este problemita, y
entonces continuarán subterráneamente los usos y costumbres que hacen posible
la extorsión, el miedo, la adicción y la muerte. La gobernadora admite que
cuenta con algo a favor: los intendentes del nuevo peronismo
("renovado" y renovador) han depuesto, en esta materia inflamable,
sus tensiones y discrepancias, y la están acompañando en su guerra personal.
La conflictiva provincia de Buenos Aires no está aislada;
situaciones endémicas y similares perviven en muchos otros conurbanos del país.
Por eso el gobierno nacional debería liderar de algún modo esta perestroika,
que aún no ha comenzado. Los servicios de inteligencia siguen produciendo todos
los días acontecimientos turbios y sospechosos, perviven en la Justicia
bolsones de deshonestidad y connivencia, y más allá de algunos planes no
aparece todavía un programa integral. El sugestivo desplazamiento de Gómez
Centurión en medio de una maniobra opaca, y el inexplicable bochorno de los 250
kilos de pseudoefedrina "encontrados" en Ezeiza sugieren que el
Ministerio de Seguridad, la AFI y la Aduana no sólo no actúan en línea, sino
que participan en presuntas internas de una gravedad inusitada. Esos tres
organismos son cruciales para la batalla contra los gangsters de camisa y
corbata, y este escándalo conspira, por lo tanto, contra la imagen de
Cambiemos, algunos de cuyos gerentes tienen más vocación para los números que
para la limpieza. Les convendría recordar aquella vieja sentencia de Joan Báez:
"Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás
formando parte de ella".
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