Por Fernando Savater |
Si tuviese que aconsejar un libro para entender la
actualidad política en España y en Europa recomendaría Sentimentalismo tóxico (Alianza), de Theodore Dalrymple (seudónimo
de Anthony Daniels, médico y psiquiatra que ha trabajado en una prisión y
conoce varios países africanos y los problemas de la ayuda al desarrollo). Como
soy muy sentimental conozco los peligros de esta dolencia a escala personal
pero el libro no trata de ellos.
Critica en cambio la intrusión del exhibicionismo
sentimental en la argumentación sobre asuntos públicos, en detrimento de la
lógica y la motivación racional.
El sentimentalismo en la esfera política es la expresión de
emociones sin el contrapeso del juicio crítico. Permite o exige a las
autoridades adoptar medidas halagadoras de los buenos sentimientos según sus
estereotipos, evitando soluciones más impopulares pero basadas en el análisis
de los hechos: la demagogia es sentimental. “El intento de llenar las mentes
que carecen de cualquier otra información ha llevado al adoctrinamiento a base
de sentimentalismo”, dice Dalrymple. La expresión pública del sentimentalismo
es coercitiva e intimidatoria: ¡ay de quien no se una prontamente a ella o se
atreva a criticarla! Si uno aspira a la popularidad, debe llevar el ramo más
grande de flores al túmulo de las víctimas...
La obra repasa ejemplos centrados en la educación, la
atención a los desfavorecidos y marginados, o la propia moral, donde la
proclamación del amor al bien sustituye en ocasiones al sentido de la
responsabilidad. Trata de refilón un campo especialmente sensible en nuestro
país, el de la violencia de género. Y no menciona otros donde la toxicidad
sentimental es particularmente agresiva, como el nacionalismo o nuestra
relación con los animales y sus supuestos “derechos”. Quizá habría que pedir un
apéndice para uso de españoles...
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