Macri está obsesionado con el
alza de la energía.
Igual que Néstor en 2008.
Por Roberto García |
Desde que el kirchnerismo impuso la infausta moda del amigo-enemigo, esa
satánica recreación de Laclau traducida por benevolentes opositores como “la
grieta”, el vocablo se extendió como una mancha. Y persiste a pesar de
que una aprovechadora del odioso término, Cristina, fue desalojada a votos del
poder. Hay hábitos que exceden a sus propagadores.
Quizás en lo político o
ideológico, esa divisoria perdió volumen por la ingravidez K, pero se
filtra en lo económico y no sólo entre predecesores de un régimen y los
continuadores de otro. Como si “la grieta”, más o menos fanática, fuera
inherente al ejercicio gubernamental. Se explica: unos viven en la alcazaba, en
altura, ven con mejor perspectiva, por encima de todos; ignoran, en cambio, lo
que les ocurre a otros en la superficie, los olores, las miserias.
Basta, como ejemplo, seguir el abortado curso del aumento de tarifas
(gas), las imprevisibles derivaciones políticas, el desconcierto
y la necedad de pelear, aunque todos confiesen su acuerdo por la
corrección de precios sin coincidir en el ritmo de las subas.
Parece una remake de aquella caprichosa y fatua obsesión de Néstor
Kirchner por imponer la 125 al campo, ese disparate
confrontativo para demostrar el tamaño de su hombría. Hasta olvidó que empeñaba
su carrera, y la de su esposa, por defender un engendro de Martín Lousteau que
en el pizarrón lucía como una maravilla económica. Sólo pretendía vencer y, al
perder por la gracia desertora de Julio Cobos, hasta pensó en el abandono. “Nos
vamos”, le dijo a ella en un momento de infatuación, tanta era la arrogancia.
Por momentos, Mauricio Macri hoy parece repetir aquel mandato, como si no
supiera que sólo el ser humano se encanta de tropezar dos veces con la misma
piedra.
La traba a la 125, máximo exponente inicial de “la grieta”, invocaba en
lo político el mismo argumento que ahora expresa el Presidente: no lo dejan
gobernar, lo desestabilizan, le dinamitan el proyecto, se encubre una asonada
en su contra. Entonces, se rebela frente al complot presunto e imputa; el arco
va de Massa al peronismo, de los K a la izquierda, hasta complica en el enojo a
su frágil sociedad con Carrió y los radicales. Por si no alcanzara, para el
Gobierno los jueces son el instrumento de la conjura, quieren gobernar ellos en
reemplazo de quienes fueron realmente elegidos. Ni atiende que los magistrados,
tal vez, se escudan en discutibles salvaguardas constitucionales. Por lo tanto, a
luchar contra todos y todas, como Néstor.
Este martes le corresponde al ministro Juan José Aranguren justificar manu militari en el
Congreso los incrementos tarifarios que no admiten
retrocesos, cambios, ni disminuciones.
Si el senador Pichetto por orden de Kirchner, antes de la votación
de la 125 produjo un discurso memorable, lo cierto es que, además de inútil,
expresaba una falsa convicción. Aranguren – quien cree que Macri como político
es la conjunción de Adenauer con Erhard– reitera lo de Pichetto, le
cuesta creer en lo que va a decir, ya que no fue el autor de los
brutales aumentos. En rigor, pensaba en una corrección paulatina durante tres
años hasta normalizarse en 2019, considerando al Gobierno como una transición y
advirtiendo los riesgos de una liberalización abultada de precios. Disponía de
un plan, pero fracasó en su porfía interna: ganó el dúo LopeteguiQuintana,
intérpretes del pensamiento ejecutivo de Macri, quien hasta hace poco suponía
que Miguel Galuccio era un valioso funcionario al frente de YPF y que Ricardo
Echegaray debía continuar en la conducción de la AFIP. Eran tiempos en que sus
colaboradores profesionales juraban que el agujero negro de la energía se
resolvía con una mano de pintura, sin advertir el gigantismo de la crisis
provocada por el kirchnerismo.
Hay un cambio. Ahora Macri cree en su firmeza más que en la sabiduría para mantener los
severos aumentos, paga para que lo acompañen los gobernadores –también
inquietos por una eventual avanzada de los jueces– y aspira al respaldo de la
nueva Corte con Rosatti (Carrió) y Rosenkrantz (Clarín). Soberbia sí, negocio
también. La discusión interna sobre la variante más feroz de los aumentos no se
limitó a tres funcionarios y la terquedad presidencial. Había otros
proclives a considerar el shock como demasiado gravoso para los presupuestos
familiares (Garavano, por caso, lo hizo público). Pero privó el concepto
sarmientino del mandatario –la letra con sangre entra– como Néstor con la l25,
que rechazaba cualquier intento de transacción. Macri decidió no
exponer su debilidad por una mala praxis a la hora de aplicar los aumentos ni
la responsabilidad por no haber podido brindar una explicación razonable sobre
el pago o no de la nueva tarifa. Para él, ahora, imponer los aumentos
constituye un punto de inflexión en materia de sustentabilidad, un cambio de
expectativas para futuros inversores, según su juicio.
Medir ese tamaño de hombría en la confrontación también lo conjuga, en
su visión conspirativa del rechazo opositor a los aumentos, en que éstos se
suceden justo cuando la inflación empieza a descender. Como si los adversarios
pretendieran ensuciar la fotografía de ese logro, de “lo que yo le prometí” a
la gente para esta fecha, hablando casi como ministro de Economía y con un
repentino personalismo. Otra contribución a una nueva
grieta.
De 4 a -2 baja el costo de vida, con tendencia declinante para los meses
venideros, le informaron. Se viene una campaña al respecto, aunque esa cifra
fue la que dejó Kicillof al despedirse. Los datos que le acercaron a Macri se
basan en el comportamiento en provincias (Córdoba: l,7%) y en la confianza
técnica de prolijas encuestas de una consultora que sigue la materia con unción
religiosa día a día y que, entre sus directivos, aparece un hijo del ex
ministro Domingo Cavallo.
Al Presidente le llega una bocanada de aire con esta novedad de planear
a menor altura inflacionaria, le sirve para contener o replicar a los gremios
que aspiran a revisar las últimas paritarias, como el caso de los docentes
bonaerenses que fueron a la huelga hace 72 horas.
Y generar un entusiasmo aliviador para una compañía que
pregona participar del mejor gobierno de los últimos tiempos y que, por
ejemplo, en materia impositiva asegura que nadie hizo tanto como Macri para la
reducción de tributos. Material de calle, para salir a “timbrear” puerta a
puerta, sin distinción de raza y color, convencidos.
Como Néstor con la 125 o Cristina, en la Villa 3l, señalando que ése es
el lugar más seguro del mundo. Demagogia menor. Ni consultó a uno de los curas
villeros de Francisco que allí viven, trabajan, ayudan y asisten: lo asaltaron
seis veces. Y no fue para robarle comida.
© Perfil
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