sábado, 13 de agosto de 2016

TARIFAZO / Como la 125

Macri está obsesionado con el alza de la energía. 
Igual que Néstor en 2008.

Por Roberto García
Desde que el kirchnerismo impuso la infausta moda del amigo-enemigo, esa satánica recreación de Laclau traducida por benevolentes opositores como “la grieta”, el vocablo se extendió como una mancha. Y persiste a pesar de que una aprovechadora del odioso término, Cristina, fue desalojada a votos del poder. Hay hábitos que exceden a sus propagadores. 

Quizás en lo político o ideológico, esa divisoria perdió volumen por  la ingravidez K, pero se filtra en lo económico y no sólo entre predecesores de un régimen y los continuadores de otro. Como si “la grieta”, más o menos fanática, fuera inherente al ejercicio gubernamental. Se explica: unos viven en la alcazaba, en altura, ven con mejor perspectiva, por encima de todos; ignoran, en cambio, lo que les ocurre a otros en la superficie, los olores, las miserias. 

Basta, como ejemplo, seguir el abortado curso del aumento de tarifas (gas),  las imprevisibles derivaciones políticas, el desconcierto y  la necedad de pelear, aunque todos confiesen su acuerdo por la corrección de precios sin coincidir en el ritmo de las subas. 

Parece una remake de aquella caprichosa y fatua obsesión de Néstor Kirchner por imponer la 125 al campo, ese disparate confrontativo para demostrar el tamaño de su hombría. Hasta olvidó que empeñaba su carrera, y la de su esposa, por defender un engendro de Martín Lousteau que en el pizarrón lucía como una maravilla económica. Sólo pretendía vencer y, al perder por la gracia desertora de Julio Cobos, hasta pensó en el abandono. “Nos vamos”, le dijo a ella en un momento de infatuación, tanta era la arrogancia. Por momentos, Mauricio Macri hoy parece repetir aquel mandato, como si no supiera que sólo el ser humano se encanta de tropezar dos veces con la misma piedra.  

La traba a la 125, máximo exponente inicial de “la grieta”, invocaba en lo político el mismo argumento que ahora expresa el Presidente: no lo dejan gobernar, lo desestabilizan, le dinamitan el proyecto, se encubre una asonada en su contra. Entonces, se rebela frente al complot presunto e imputa; el arco va de Massa al peronismo, de los K a la izquierda, hasta complica en el enojo a su frágil sociedad con Carrió y los radicales. Por si no alcanzara, para el Gobierno los jueces son el instrumento de la conjura, quieren gobernar ellos en reemplazo de quienes fueron realmente elegidos. Ni atiende que los magistrados, tal vez, se escudan en discutibles salvaguardas constitucionales. Por lo tanto, a luchar contra todos y todas, como Néstor. 

Este martes le corresponde al ministro Juan José Aranguren justificar manu militari en el Congreso los  incrementos tarifarios que no admiten retrocesos, cambios, ni disminuciones. 

Si el senador Pichetto por orden de Kirchner,  antes de la votación de la 125 produjo un discurso memorable, lo cierto es que, además de inútil, expresaba una falsa convicción. Aranguren – quien cree que Macri como político es la conjunción de Adenauer con Erhard– reitera lo de Pichetto, le cuesta creer en lo que va a decir, ya que no fue el autor de los brutales aumentos. En rigor, pensaba en una corrección paulatina durante tres años hasta normalizarse en 2019, considerando al Gobierno como una transición y advirtiendo los riesgos de una liberalización abultada de precios. Disponía de un plan, pero fracasó en su porfía interna: ganó el dúo LopeteguiQuintana, intérpretes del pensamiento ejecutivo de Macri, quien hasta hace poco suponía que Miguel Galuccio era un valioso funcionario al frente de YPF y que Ricardo Echegaray debía continuar en la conducción de la AFIP. Eran tiempos en que sus colaboradores profesionales juraban que el agujero negro de la energía se resolvía con una mano de pintura, sin advertir el gigantismo de la crisis provocada por el kirchnerismo.

Hay un cambio. Ahora Macri cree en su firmeza más que en la sabiduría para mantener los severos aumentos, paga para que lo acompañen los gobernadores –también inquietos por una eventual avanzada de los jueces– y aspira al respaldo de la nueva Corte con Rosatti (Carrió) y Rosenkrantz (Clarín). Soberbia sí, negocio también. La discusión interna sobre la variante más feroz de los aumentos no se limitó a tres funcionarios y la terquedad  presidencial. Había otros proclives a considerar el shock como demasiado gravoso para los presupuestos familiares (Garavano, por caso, lo hizo público). Pero privó el concepto sarmientino del mandatario –la letra con sangre entra– como Néstor con la l25, que rechazaba cualquier intento de transacción.  Macri decidió  no exponer su debilidad por una mala praxis a la hora de aplicar los aumentos ni la responsabilidad por no haber podido brindar una explicación razonable sobre el pago o no de la nueva  tarifa. Para él, ahora, imponer los aumentos constituye un punto de inflexión en materia de sustentabilidad, un cambio de expectativas para futuros inversores, según su juicio.

Medir ese tamaño de hombría en la confrontación también lo conjuga, en su visión conspirativa del rechazo opositor a los aumentos, en que éstos se suceden justo cuando la inflación empieza a descender. Como si los adversarios pretendieran ensuciar la fotografía de ese logro, de “lo que yo le prometí” a la gente para esta fecha, hablando casi como ministro de Economía y con un repentino personalismo. Otra contribución a una nueva  grieta. 

De 4 a -2 baja el costo de vida, con tendencia declinante para los meses venideros, le informaron. Se viene una campaña al respecto, aunque esa cifra fue la que dejó Kicillof al despedirse. Los datos que le acercaron a Macri se basan en el comportamiento en provincias (Córdoba: l,7%) y en la confianza técnica de prolijas encuestas de una consultora que sigue la materia con unción religiosa día a día y que, entre sus directivos, aparece un hijo del ex ministro Domingo Cavallo. 

Al Presidente le llega una bocanada de aire con esta novedad de planear a menor altura inflacionaria, le sirve para contener o replicar a los gremios que aspiran a revisar las últimas paritarias, como el caso de los docentes bonaerenses que fueron a la huelga hace 72 horas. 
Y generar un entusiasmo aliviador para una compañía que pregona participar del mejor gobierno de los últimos tiempos y que, por ejemplo, en materia impositiva asegura que nadie hizo tanto como Macri para la reducción de tributos. Material de calle, para salir a “timbrear” puerta a puerta, sin distinción de raza y color, convencidos. 

Como Néstor con la 125 o Cristina, en la Villa 3l, señalando que ése es el lugar más seguro del mundo. Demagogia menor. Ni consultó a uno de los curas villeros de Francisco que allí viven, trabajan, ayudan y asisten: lo asaltaron seis veces. Y no fue para robarle comida.

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