Por Gabriela Pousa |
“Mucho
ruido y pocas nueces”, el escenario nacional parece estar signado por el
despropósito y la calamidad. A simple vista todo es caótico: desde el intento
rutinario por llegar al trabajo sin sobresaltos, hasta la lógica más elemental,
si quiere tener luz y gas hay que pagar. Nada es razonable como lo
sería en un país normal y es que, en trance de sincerarnos, aún no hemos
logrado normalizar una Argentina maltratada hasta el hartazgo.
Sí hay
signos que muestran un avance. Entre ellos, la caída de mitos, el ocaso de la reverencia ciega a
pañuelos blancos por el solo hecho de ser “políticamente correcto” hacerlo, la
fatua creencia de que los cortes de calle son un derecho, la pretensión de
pobreza para apropiarse de terrenos, etc.
Esa “cultura
de los derechos” (devenida en “hago lo que quiero“) que sembró durante
doce años el kirchnerismo sin la contrapartida de los deberes cívicos, esa
falacia de aceptarlo todo porque en caso contrario nos cae el mote de
“represores” o “fachos” no puede perpetuarse con este gobierno. Hay que reponer
el diccionario que otorgue cabal significado a cada término. Otro triste logro del kirchnerismo fue vaciar los
vocablos de definición y llenarlos con eufemismos arbitrarios.
En este
ámbito , aparece la “resistencia” como sustantivo trastocado o trasnochado. No
es la resistencia de Ernesto Sábato, no. En las antípodas de ésta, la
resistencia del “cristinismo” tiene un solo y claro objetivo: retomar el
relato. Instalar la idea de persecución judicial, de revanchismo político, de
víctimas y victimarios (auto adjudicándose el primero ellos, y situando al
resto del otro lado)
Cabe admitir
que durante la última década, los kirchneristas han sido eficaces en la
arquitectura de relatos. Manejaron el aparato comunicacional con tal desparpajo
que lograron tres periodos presidenciales sin gestión alguna, con campaña
permanente, con mentira sistemática, con circo, cuotas y fines de semana
largos.
Claro que
los tiempos han cambiado, una mayoría comprendió que la fiesta no es gratis,
aún cuando subsista cierta tentación al despilfarro sin conciencia de las
consecuencias. En ese marco, la resistencia del llamado “núcleo duro”
kirchnerista (en rigor es lo único que quedó) no resiste a Mauricio Macri ni a
ninguna medida administrativa. Resiste a lo inevitable: la cárcel.
Quieren
instalar la idea de persecución pero hay un detalle que no tienen en
consideración: no los persigue Macri, ni el PRO ni siquiera la Justicia
sin venda. Los persigue la evidencia, los dedos pegados que han dejado en todos
los ámbitos del Estado. No los persigue un juez determinado sino el Código
Penal y todo su articulado. Intentan sembrar el miedo y advertir que si los
tocan habrá muertos como si no hubiese habido tantísimos durante su gobierno.
Las figuras
más emblemáticas del último gobierno se han convertido en piezas que encajan a
la perfección en el rompecabezas de las leyes y los incisos condenatorios. Son
la tipificación más exacta de todos los delitos. Julio de Vido, Luis D’Elia,
Amado Boudou, Ricardo Echegaray, Guillermo Moreno, José López han sido
delincuentes no funcionarios. Hay que obrar sobre lo que ya está probado
evitando la conveniencia de los tiempos tanto de uno como del otro
lado.
Mientras,
Cambiemos aprovecha aquello que necesita como oxígeno: la oportunidad de
rectificar rumbos, de enmendar prisas innecesarias y de aprender a comunicar.
Es verdad que al actual gobierno le conviene esperar la cercanía de los
comicios para completar el pabellón de presos que inauguraron Ricardo Jaime y
Lázaro Báez. Cristina presa, hoy dejaría demasiado despejado el
escenario y cualquier error o falencia por mínima que fuera, quedaría expuesta
como única protagonista de esta novela.
De algún
modo, no se ha acabado la política concebida como guerra. Si bien el
macrismo atenuó las contiendas, sigue aprovechando la presencia de un enemigo
para evitar, quizás, dejar espacio a adversarios que serían más difíciles de
frenar. Es menos complejo lidiar con un kirchnerismo zombie y
desvencijado que con un eventual peronismo reciclado.
Macri sabe
bien que cuando el enemigo se está equivocando hay que dejarlo hacer. Por eso no avanza la justicia, por eso Cristina
sigue cercada pero lejos del traje a rayas. A su vez, es dable asumir que en
el seno del Poder Judicial, amén del germen de “Justicia Legítima” hay
ineficiencia y mediocridad. Cualquier vecino sabe que lo privado ha muerto con
las tecnologías y la viralización de noticias. Nadie medianamente
sensato graba algo que no conviene que se propague en un mensaje de whatsapp o
celular. O crecemos y maduramos o será imposible el verdadero cambio. No
nos podemos dar el lujo de frenarnos o perder tiempo con nimiedades fruto de la
impericia o la necedad.
En un orden
semejante, ¿cómo es posible que pasemos una semana polemizando sobre la seguridad
de un mandatario? En cualquier concesionaria de autos, le dan al
cliente la opción de poner laminas antibalas a los cristales o blindar puertas
y neutralizar neumáticos. Un jefe de Estado no es menos democrático ni
más valiente y humano por andar como cualquier ciudadano. Una cosa es
no hacer ostentación y otra evitar cuidarse como se cuida cualquier presidente
del mundo desarrollado. Que el blindaje del automóvil presidencial sea
noticia es una vergüenza por la obviedad, no debería ser novedad.
El clima
social enrarecido por amenazas, toma de predios, agresiones, etc., es triste
porque delata cuán infantil es aún la democracia en estos pagos. El pueblo no
es tonto, sabe qué se esconde detrás de los llamados. Al margen, estas
cuestiones deberían quedar en manos de la Inteligencia del Estado en lugar de
encabezar portadas de diarios. Pero claro, los servicios de inteligencia
también fueron diezmados y transformados en usinas de operaciones políticas.
Urge remediarlo.
Finalmente
hay que entender que los calendarios son los mismos para la dirigencia que para
los ciudadanos. Este apresuramiento que vive hoy la política es
peligroso para todos. Faltan 14 meses para las próximas elecciones, 14 meses en
Argentina son una vida. Aún así, el gobierno salió a tocar timbres, y el
peronismo a tratar de despegarse del kirchnerismo como si no fuesen lo mismo o
bueno, como si no fuesen primos hermanos… La única premura
comprensible es la del cristinismo que se sabe cercado, no por Macri sino por
sus propios actos.
La gente no
demanda campaña electoral, demanda probidad más allá de que haya igual cantidad
de mujeres y hombres en los despachos. La cuestión de género es otro tema que se está exagerando por demás. La
grieta no se cierra, y aunque no sea políticamente correcto exponerlo, tal vez
está bien que así sea. Porque las diferencias no son ideológicas ni de clase
como pretenden hacer creer algunos por conveniencia. Las diferencias
esenciales son de sistema. Y aquellos que bregan por una república democrática
jamás podrán cerrar filas con los que propician regímenes populistas y
dictatoriales.
No se trata
de ignorar lo que pasa, se trata de seguir adelante sin “dar por el
pito más de lo que el pito vale”, y que los sobresaltos que están viviendo
los ciudadanos queden en manos de quienes tienen la responsabilidad y el deber
de hacerse cargo. La crisis cultural es mayor que la económica en Argentina y
es, consecuentemente, más perjudicial. Es hora de entender los
beneficios de la división del trabajo sino, la gente común, terminará
ocupándose de lo que no se ocupan los que saben. Los escraches que tanto se
repudian son un ejemplo claro.
O se sale de
la imberbe “cultura del derecho” – aunque eso implique mayor rigor en las
medidas de gobierno -, o seguiremos siendo un país tibio, sin matices,
convirtiendo todo en un Boca-River, en un blanco o negro.
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