Por Julio María Sanguinetti (*) |
Imaginemos por un instante que el primer ministro de Grecia,
enojado por las condiciones que le impone la Unión Europea, especialmente
Francia, Alemania e Inglaterra, dijera de ellos: "Nos persigue la Triple
Alianza de torturadores, la oligarquía corrupta de Alemania, el demacrado
presidente de Francia, fracasado, repudiado por su pueblo. Aquí los vamos a
enfrentar y aquí los vamos a derrotar".
Está claro que el tema no sólo dejaría a Grecia afuera de la
Unión Europea, sino que Francia y Alemania estarían rompiendo relaciones,
retirando sus embajadores y asumiendo así una insalvable distancia.
Esto mismo es lo que acaba de hacer el presidente de
Venezuela. Paradójicamente, apenas ocurre que se hacen reuniones, se va para un
lado y se va para el otro, sin asumirse las consecuencias cabales de la
gravísima situación. El mandatario norteño acusa al presidente de Brasil de
dictador, apostrofa al Paraguay cono "oligarquía corrupta" e insulta
personalmente al "demacrado" presidente argentino.
Como antecedentes, recordemos que, cuando el Gobierno
cubano, en 2002, calificó al presidente Jorge Batlle de "abyecto
Judas", Uruguay rompió relaciones. Todo se había iniciado con una moción
uruguaya, en la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, para que se
invitara a Cuba a fin de aclarar determinadas situaciones. El Gobierno cubano
lo tomó como un agravio, habló de un gobierno "genuflexo" y todo fue
escalando hasta que los insultos llegaron a un nivel en que Uruguay no tuvo
otro camino que romper sus relaciones diplomáticas y comunicárselo al
respectivo embajador.
El caso de Venezuela se encuadra dentro de una situación
así. Es lo que días pasados el profesor Didier Opertti, ex canciller (aun sin
hablar de rompimiento de relaciones), comentó sobre la situación actual, al
explicar que ese país prácticamente se ha ubicado fuera del ámbito del
Mercosur, no sólo por los anteriores incumplimientos de sus obligaciones
económicas y por sus violaciones institucionales, sino ahora —además— por el
incumplimiento de las normas de respeto entre los Estados.
Desgraciadamente, el populismo latinoamericano ha roto
tantos códigos que ya la sensibilidad diplomática funciona en una longitud de
onda tan extraña que cuesta sintonizar. Que un jefe de Estado insulte
personalmente a otro jefe de Estado, lo acuse de las peores cosas y que no haya
una reacción como la descrita es algo inexplicable. Un mínimo de respeto a la
soberanía de cualquier Estado impondría hoy una actitud como la señalada.
Argentina, Brasil y Paraguay tendrían, actualmente, que estar rompiendo
relaciones con Venezuela y todo el Mercosur asumir las consecuencias de esta
situación. Los tiempos nos han traído una cierta anestesia diplomática que
lesiona la idea misma de la democracia.
Así como estamos, nada tiene sentido. El disparate de haber
incorporado a Venezuela en forma espuria, además, nos impondría hoy desandar el
camino. Por lo menos suspender su permanencia, a la espera de que algún día
haya —como esperamos— un gobierno racional y democrático con el que se pueda
reexaminar la situación.
Naturalmente, no es hoy nuestro país el principal agraviado.
Lo son, en cambio, nuestros vecinos. Pero todo conduce a un camino de fractura.
Es muy doloroso siempre, pero es así. O los socios del Mercosur definen el
fondo de la cuestión o seguiremos caracoleando alrededor de formalidades
vaciadas de contenido. A esta altura ya no es relevante quién debe presidir
este semestre el Mercosur. Es una anécdota. La pregunta es si podemos seguir
continuándonos como socios de una agrupación internacional tan desavenida y
alejada de las normas mínimas de las relaciones internacionales.
(*) Abogado, historiador y
escritor. Fue dos veces presidente de Uruguay.
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