La intensa geografía
moral de la literatura
en lengua española
Juan Carlos Onetti: Sus creaciones son un reencuentro permanente e indiscutible con un maestro de la literatura. |
Por Miguel Munárriz
En 1980 Eduardo Galeano le preguntó a Juan Carlos Onetti si
los diarios uruguayos podían publicar su nombre, a lo que Onetti respondió:
«…Hasta no hace mucho, los libreros no se animaban a poner mis libros en los
escaparates y en los diarios yo estaba negado. Los chicos de El Día, que es el único lugar donde se
puede decir algo, ponían: “Como escribió el autor de La vida breve…” y los tipos pensaban que era Manuel de Falla,..».
¿Cuál había sido el pecado?: «Presidir un jurado de literatura y premiar un
cuento que la dictadura consideró pornográfico». Resultado: tres meses de
cárcel. Después vendría el exilio en España.
Onetti mantiene una lenta pero intensa dedicación a la
literatura, con libros que confirman su vigorosa personalidad literaria, además
de un Premio Cervantes en 1980. Un largo camino desde su primera novela, El pozo (1939) hasta los Cuentos Completos (Alfaguara, primera
edición en 1994), en los que me he basado para escribir este post.
Mientras el poder cambiaba de manos en su país, Onetti
saltaba el charco sin mirar hacia atrás –Santa María al fondo de sus más
recónditos recuerdos— y entraba en el Madrid de la reconversión cultural e
ideológica. Pronto dejó de interesarse por las cosas de afuera y la ciudad se
le quedó reducida al estrecho marco de su ventana. Colocó en su mesilla de
noche el tabaco y la botella, y se acostó para siempre: «Si camino, es peor. Ya
probé. Una vez», dijo.
Onetti ha creado a lo largo de su obra un universo literario
ruinoso, desesperanzado y críptico llamado Santa María, en el que el sutil
tratamiento del tiempo y del espacio hace que sus historias parezcan flotar en
un plano irreal.
La atmósfera de estos relatos —como en sus novelas— planea
entre lo cotidiano; la rutina y la inercia mueve a sus personajes, amordazados
a una existencia vacía y gris y a la sordidez en la que viven, aman o mueren. Son
personajes que se niegan a la resignación, pese a vivir invadidos por un hondo
pesimismo.
Hay permanentes desencuentros a causa de una especie de
malentendido existencial cuyo destino es la incomunicación y la soledad, como
en el cuento “El posible Baldi”, en que el protagonista habla con una mujer que
le aborda en la calle y le pide que le cuente cosas de su vida. Baldi, en un
transformismo brutal «contra una lenta vida idiota», convierte su pasado en un
cenagal de acciones horribles e indignas, como, por ejemplo, el tiempo que dice
haber estado en Sudáfrica: «No necesitaba saber inglés porque las balas hablan
una lengua universal. En Transvaal, África del Sur, me dedicaba a cazar
negros».
Todo va surgiendo en él a modo de peldaños oníricos de una
existencia que odia. Como Baldi, los demás personajes onettianos parecen ser
devorados por el tedio que marca sus vidas en un mundo complejo y recurrente,
tanto en los temas como en el perfil de algunos de sus personajes —Díaz-Grey,
Brausen—. Santa María configura el lugar mítico en ese sombrío ciclo literario
en el que la desesperanza es una parábola sobre el mundo.
Relaciones herméticas
Las relaciones amorosas en los relatos de Onetti son de una
complejidad agobiante, a veces enfermiza, a menudo con consecuencias fatales.
En “Bienvenido, Bob”, por ejemplo, narrado en primera persona, pueden
observarse esas relaciones herméticas y difíciles tan características: el joven
Bob prohíbe al narrador casarse con su hermana. Según él, es viejo. Tiempo
después, Bob se ha convertido en Roberto, un hombre acabado, y el narrador
masca su venganza viéndole en la ruina humana que ahora representa.
He aquí alguna de sus rotundas frases: «Ahora se llama
Roberto y se emborracha con cualquier cosa, protegiéndose la boca con la mano
sucia cuando tose…», o «… Usted no se va casar con ella porque es viejo y ella
es joven. No sé si usted tiene treinta o cuarenta años, no importa. Pero usted
es un hombre hecho, es decir deshecho, como todos los hombres a su edad cuando
no son extraordinarios». En otro momento el narrador dice no haber amado a
mujer alguna con la fuerza con que él ama su ruindad (la de Roberto), «su
definitiva manera de estar hundido en la sucia vida de los hombres».
Si en “Justo el treintaiuno”, Onetti, después de meternos de
lleno en el sórdido ambiente del protagonista, nos salva con un final
tímidamente esperanzado en la respuesta que Frieda le da al narrador cuando le
pide dejar la prostitución: «Como quieras» -dijo-. «Dame otro trago, vamos a
festejar el año», en “El infierno tan temido” el ejercicio del horror cotidiano
vuelve a la carga. La crueldad de Gracia César, la mujer de Risso, que le envía
desde distintos lugares fotografías suyas al lado de diferentes hombres que
elige para su venganza, es uno de los cuentos en el que la carga
existencialista, el amor, la angustia, la crueldad y la decadencia moral se
multiplican hasta el paroxismo. Poder leer “Un sueño realizado”, “La casa en la
arena”, “Tan triste como ella”, o cualesquiera de estos cuentos completos, a
los que se añaden dos inéditos, constituye una espléndida ocasión para
reencontrarse con un maestro indiscutible de la literatura.
Onetti hablaba de Balzac, Henry James o Melville como
novelistas a los que siempre volvía. Entre todos dijo entregarse más a
Faulkner, del que acababa diciendo: «Yo he leído páginas de Faulkner que me han
dado la sensación de que es inútil seguir escribiendo». Afortunadamente no ha
sido así y Juan Carlos Onetti continuó, con la lentitud conocida, enviando
mensajes. Sus novelas y cuentos sirven para confirmar que estamos ante el
creador de la más intensa geografía moral de nuestra literatura, uno de los mejores
escritores en nuestra lengua.
Hay un volumen dedicado a Julio Cortázar que en 1980 publicó
la revista Cuadernos Hispanoamericanos
(en aquel tiempo la dirigía José Antonio Maravall y era subdirector Félix
Grande -qué grande su Blanco spirituals-)
que incluye una carta que Onetti le escribe a Cortázar, plena de amistad y de
crítica al establishment.
CARTA A
JULIO CORTÁZAR
Después de varios intentos acepté mi congénita capacidad
para escribir críticas en materia de literatura. Terminé por decirme que
escriban ellos. Y es seguro que en este número de justo –ya era imprescindible–
homenaje que dedica Cuadernos
Hispanoamericanos a Julio Cortázar habrá muchos de ellos y un alto
porcentaje de estudios estructuralistas, considerando que la moda aún no ha
muerto y que permite pasar momentos felices a los lectores.
De manera que sobre Julio solo puedo escribir una carta
amistosa como contribución humilde al homenaje; y una carta breve, historieta
con obligadas pausas a pesar de la sinceridad mutua.
Cuando vi a Cortázar por primera vez en Buenos Aires,
desconfié. No por opiniones políticas, en las que coincidíamos; no, tampoco por
una subterránea riña amorosa, de la que luego él salió triunfante en París,
dejándome la resobada tristeza de una letra de tango.
Desconfié porque yo era arltiano y él parecía un brillante
delfín de la revista Sur. Había publicado Cortázar un libro llamado Los reyes,
que él sigue defendiendo y yo, a estas alturas, no.
Pasaron los años y Cortázar, no sé si en París o en Buenos
Aires, publicó un libro de cuentos, varios libros que me deslumbraron y siguen
haciéndolo cada vez que los releo. Y son muchas veces. Después, sin aviso
previo, apareció Rayuela. Ahí
Cortázar se descolocaba y colocaba. Se descolocaba de la tradición novelística
de nuestros países, aceptada o robada de lo que se escribía en España o
Francia. Su actitud resultó escandalosa para infinitas momias, rechazo que no
lo conmovió porque deliberadamente se trataba de provocarlo. Y el autor se
colocaba, sin buscarlo, sin buscar nada más o menos que un entendimiento
consigo mismo. Al frente de una juventud ansiosa de apartar de sí tantos
plomos, de respirar un poco más de oxígeno, de entregarse con felicidad a la
zona lúdica y sin respuesta satisfactoria de su propia personalidad.
Claro, Julio, que las momias lo siguen siendo –aunque a
veces se desembaracen de algunas escasas vendas– y la literatura nuestra
necesita muchas e imprevisibles rayuelas.
Pero recuerdo que se trataba de una simple carta, que pisé
terreno resbaloso y que me acaban de anunciar que el poseedor de más de veinte
títulos encomiásticos que las legiones de cobardes y adulones acercan al
patrón, poseedor además de millones de dólares robados con astucia o
brutalidad, ha sufrido un leve infarto en Paraguay, la hermética.
Ahora pienso sin remedio en otra dimensión de cosas y me
despido de ti con el abrazo que sabemos reiterado, aunque pasemos otros años
sin vernos.
PS.- Gracias por tu última carta; era tan buena que quedó
sin respuesta.
JUAN C. ONETTI // Septiembre, 1980
Juan Carlos Onetti nació en Montevideo, Uruguay, el 1 de julio de 1909
y murió en Madrid el 30 de mayo de 1994.
Fue director del semanario Marcha (1932-42) y dirigió también la
delegación de la agencia Reuter, además del semanario Vea y Lea. Estuvo al frente de una empresa de
publicidad y de las Bibliotecas Municipales. Su primera novela, El pozo (1939), inicia su producción centrada en el
análisis de la incomunicación y la soledad y «marca el nacimiento de la nueva
novela hispanoamericana», según Mario Vargas Llosa.
© Zenda – Autores,
libros y compañía
0 comments :
Publicar un comentario