Hitler, como
siniestro malabarista, creó un corpus filosófico que justificó el régimen nazi
Por Jaime Fernández-Blanco
Inclán
La revolución nacionalsocialista que terminaría convirtiendo
Alemania, y con ella a media Europa, en un páramo humeante, consiguió atraer
para sí a algunas de las figuras más importantes de la filosofía alemana, a la
vez que tomó elementos del pensamiento de las mentes más privilegiadas de su
cultura.
Hitler, como un siniestro malabarista, tomó lo que quiso de los
filósofos más importantes de su patria, dando como resultado un cóctel
explosivo, destinado a darle la justificación moral y teórica en la que
sustentar su régimen.
Una de las bases del pensamiento de Hitler era la violencia.
La fuerza como motor del mundo, el miedo como arma de dominación. Hitler otorgó
a la violencia un carácter moral: la gente desea el miedo. Desea un líder
fuerte que personalice ese miedo, que les guíe y les inspire la emoción que
desean, respeto. Sus ideas se basaban en ese supuesto: la existencia de un guía
para seres inferiores que dictara el destino de una nación y la filosofía se
convirtió en la puerta de entrada para la nazificación de la sociedad.
Hitler no era estúpido. Su interés por la filosofía era
meramente contextual. Se trataba de una herramienta con la que educar a las
masas en la ideología nacionalsocialista. Se vio a sí mismo como el filósofo
líder, una mezcla de teórico, organizador y ejecutor que llevaría, por fin, a
Alemania al puesto que le había designado la historia. La filosofía sería el
bastón que le ayudaría a llevar a la práctica el sueño retratado en Mein Kampf: El dominio del mundo por
parte de la raza aria.
Las influencias
Hitler no fue un hombre excesivamente cultivado. Sus
lecturas eran parciales y tenía tendencia a abandonar libros y autores si no
los comprendía o no se adecuaban a sus ideas. Por ello, no puede juzgarse a los
siguientes pensadores como ‘protonazis’ a pesar de su papel.
Durante su ‘nazificación’ personal, uno de los filósofos que
más influyeron a Hitler fue Immanuel Kant (1724-1804). El de Königsberg se
alzaba como el filósofo más importante de la historia de Alemania, el más
grande moralista de la ilustración. Kant, el príncipe de la razón, era un
hombre de la modernidad que renegaba del dogmatismo y las ideas preestablecidas
del pasado, que consideraba supersticioso y lleno de prejuicios. Asociaba eso
con el irracionalismo, lo cual iba intensamente relacionado con las nociones
caducas de la religión, especialmente la más antigua de todas: el judaísmo.
Como dijo en La religión dentro de los límites de la razón: “El judaísmo no es
propiamente una religión, sino una simple unión de una masa de hombres de una
determinada tribu”. Si el más grande filósofo de Alemania cargaba contra los
judíos, Hitler tenía una legitimación para hacer lo mismo. Así, del filósofo
tomó el líder nazi sentencias aisladas que influirían profundamente en su
pensamiento.
No fue el único pensador que mostró reticencias hacia los
judíos. Paul Lagarde (1827-1891), el erudito bíblico alemán, retrató a los
judíos como un grupo social similar a una vulgar fulana: una panda de
oportunistas que solo eran alemanes cuando les venía bien, siendo extranjeros
si podían sacar algo de ello. Consideraba su mera existencia incómoda y abogaba
por que no se les permitiera vivir con los alemanes. Teorías que también
casaban con otro grande del pensamiento alemán, Johann Gottlieb Fichte
(1762-1814), que no veía otra manera de otorgar derechos cívicos a los judíos
que “cortarles a todos la cabeza y reemplazarlas por otras nuevas, de manera
que no quedara una sola idea judía”. También aportó otros principios, como sus
fuertes valores militares y la idea de que los alemanes eran un pueblo
excepcional, digno de ser preservado sobre los demás.
Su continuador, G. W. F. Hegel (1770-1831), aportó otro
granito de arena: “El templo de la razón es más sublime que el templo de
Salomón. Ha sido edificado racionalmente, en absoluto a la manera de los
judíos”. Relegó a los hebreos fuera de la civilización. Una raza inferior con
un dios inferior. Por si fuera poco, también ofreció otra idea que casaba a las
mil maravillas con los sueños del joven de Braunau am Inn: el progreso humano
nace del conflicto, y es necesario un estado fuerte que sea capaz de
afrontarlo.
El triunvirato nazi
Pero los tres pilares que sustentarían al nacionalsocialismo
eran, sin duda, Arthur Schopenhauer, Friedrich Nietzsche y Charles Darwin. De
ellos se valdría el caudillo nazi más que de ningún otro.
Schopenhauer fue uno de los primeros filósofos que abogó por
la voluntad como elemento superior a la razón humana, una idea que compartió
con Nietzsche y que era tremendamente atractiva para Hitler. Más aún,
antisemita declarado, escribiría: “Ahasverus, el judío errante, es la
personificación de la raza judía (...) en ningún lugar en casa y en ningún
lugar extraño (...) afirmando su nacionalidad judía tenazmente, viviendo
parasitariamente en otras naciones. La mejor manera de poner fin a esta
tragicomedia consiste en matrimoniar al judío con el gentil de manera que en
poco más de un siglo no sepa dónde está su morada”.
La gran influencia filosófica de Hitler fue, sin embargo,
Nietzsche, al que leyó profusamente durante su estancia en la prisión de
Landsberg, tras el Putsch (Golpe) de 1923, en el que los nazis trataron de
tomar el poder por la fuerza. Ambos tenían muchas cosas en común: disfrutaban
de la soledad y sentían que eran diferentes, especiales; a los dos les había
marcado a fuego la experiencia de la guerra (de un modo positivo) y compartían
adoración por la filosofía de Schopenhauer y el romanticismo de Wagner. No es
de extrañar que, antes de tomar el poder, Hitler visitara con asiduidad el museo
de Nietzsche en Weimar, donde la hermana del filósofo, Elizabet, daba con gusto
acceso a los archivos allí guardados al futuro líder de Alemania.
Pero la unión explosiva vino de sus concepciones
filosóficas. Contra la frialdad de la razón, Nietzsche proponía el poder de las
emociones y la imaginación, un elemento creativo hecho de fuerza. Además,
Hitler tradujo el amor del filósofo por la cultura antigua, que él adaptó a la
raza aria y los mitos paganos nórdicos. Como Nietzsche, odiaba el cristianismo
por ser una religión de débiles, promoviendo una filosofía basada en la
fortaleza y el dominio. El ubermensch, el “caballero blindado con la mirada
fija”, sería el ideal que trataría de emular Hitler, un caudillo que acabara
con la democracia y pusiera en marcha el ideal nietzscheano: un mundo de
perfección, alejado del igualitarismo, donde los más fuertes aplastan a los más
débiles. Hitler reinterpretó el superhombre con la raza aria. Una
tergiversación que resultaría fatal para la historia.
Y si Nietzsche y compañía dieron las alas teóricas que
necesitaba Hitler para formar su discurso, las enseñanzas prácticas y
científicas que le permitirían defenderlo se las dio Charles Darwin. El
naturalista inglés y su idea de la selección natural fue todo lo que necesitaban
los nazis para sustentar moralmente sus actos, claro que antes habría que
darles el punto de vista adecuado. De esto se encargaría Ernst Haeckel
(1834-1919), quien interpretó las tesis de Darwin para la nación alemana. En su
obra Los enigmas del universo, defendía que todas las ventajas evolutivas
habían sido consecuencia del conflicto, la lucha y la supremacía de los más
aptos, que identificaba, obviamente, con la raza germana. Ahí se forjó su
obsesión por la pureza de esta y su defensa de la eugenesia, la muerte de los
más débiles o imperfectos, para preservarla. No es de extrañar la admiración de
Haeckel por la antigua Esparta, que eliminaba a aquellos recién nacidos que no
fueran 100% sanos. Otro alemán que adaptó las tesis evolucionistas de Darwin al
nacionalismo alemán fue Friedrich Karl Gunther (1891-1968), autor de El caballero, la muerte y el diablo. La
idea heroica, obra en la que refunda el romanticismo pagano alemán, dándole la
forma del ‘nacionalismo biólogo’ que tanta influencia tendría en organizaciones
nazis como las SS de Heinrich Himmler.
La lista de filósofos de los que tomó ideas Hitler incluye a
otros, como Ludwig Feuerbach (1804-1872), quien consideraba a los judíos como
irracionales y primitivos, o Julius Langbhen (1851-1907), que los consideraba
directamente veneno, y como tal defendía tratarlos. No obstante, Hitler no
podía basarse solo en frases y posturas de filósofos antiguos. Necesitaba otra
cosa: su propio equipo de filósofos actuales, que vendieran su idea y la
convirtieran en realidad.
Los colaboradores
El número de filósofos que se adhirieron a la causa
nacionalsocialista es amplio, cerca de unos cincuenta intelectuales, por lo que
nos ocuparemos aquí solo de la crème de la crème.
Hitler tenía un objetivo claro: encontrar una filosofía que
conceptualmente arrasara la democracia y creara un nuevo estado identificado
con el ideal nazi. Su mentalidad tóxica y violenta debía ser transformada en
una idea filosófica, y encontró un personaje inestimable para ello, Alfred
Rosenberg, un intelectual y fanático nacionalsocialista en la misma línea de
Hitler con una ventaja añadida: un carácter frío pero débil, perfecto para ser
dominado por el Fürher. Al igual que Hitler, Rosenberg había dedicado sus
estudios a filósofos antisemitas y que defendieran una idea de Alemania como
nación superior, especialmente influenciado por el pensador inglés
nacionalizado alemán, Houston Stewart Chamberlain, y cuando se le dio el
control del Völkischer Beobachter, el periódico oficial del NSDAP, asumió su
papel como filósofo-jefe de la Alemania nazi.
Rosenberg se encargó de elaborar una lista de filósofos
protonazis que incluían desde las lecturas tempranas de Hitler hasta Platón y
Homero, así como el darwinista social Wilhelm Marr, autor de La victoria del
judaísmo sobre el teutonismo. Rosenberg se lanzó con pasión a la creación de
una religión de ‘sangre aria’, sosteniendo que Jesucristo era miembro de un
enclave nórdico en Galilea que había luchado contra los judíos. Así, dio a luz El mito del siglo XXI, código ideológico
del nazismo junto a Mein Kampf.
Elaboró teorías como la ‘escala racial humana’, que situaba a negros y judíos
en lo más bajo y a la ‘raza suprema’, los arios alemanes, en lo más alto,
seguidos de arios nórdicos y británicos.
Sin embargo, Rosenberg no estaba solo. Contó con la ayuda
inestimable de Ernst Krieck, pedagogo que escribió El primer nazi: manual oficial para la educación de la juventud
hitleriana, en el que la raza es el aspecto definidor del ser humano, y la
contaminación de esta, especialmente judía, la mayor amenaza.
Los nazis sabían que había que pulir aún más su filosofía.
Un conjunto filosófico-científico podía ser enseñado, pero necesitaba de unas
leyes que lo sustentaran, y esta responsabilidad llegó a las manos de Carl
Schmitt, un filósofo del derecho de gran prestigio internacional que, si bien
se mostró muy crítico con el NSDAP antes de su llegada al poder, sufrió una
abrupta conversión en 1933, quizá viendo una oportunidad de escalar
socialmente.
El nazismo había dado a su ideología todo lo que necesitaba:
un cuerpo legal, teórico, científico y práctico con el que moldear la mente de
la sociedad alemana, pero ciertamente todos los referentes del nazismo eran
alemanes y, salvo excepciones, totalmente desconocidos en el extranjero. Hitler
no podía permitirlo. Encontraría un auténtico Übermensch de la cultura que
fuera un referente mundial, que hiciera brillar el nacionalsocialismo de
Alemania al mundo.
El supermán del
nazismo
Martin Heidegger era la gran promesa de la filosofía
alemana, y ahí radicaba su utilidad. Un hombre diferente, con una filosofía
diferente. Había sido el abanderado de Edmund Husserl, el filósofo más
importante de los últimos años en Europa y catedrático de la Universidad de
Friburgo, con una fama de sabio y un poder de seducción sobre los estudiantes
como no se había conocido antes. El “mago de Messkirch” llenaba aulas y su obra
Ser y tiempo (1927) le había aupado a
lo más alto de la filosofía internacional. Un hombre misterioso de mirada
profunda y penetrante cuya filosofía era romántica, nueva y refrescante. Esa
combinación era exactamente lo que Hitler buscaba.
Heidegger se afilió al NSDAP el 1 de mayo de 1933, en una
ceremonia desmesurada en la que se comprometió a “la construcción de un nuevo
mundo intelectual y espiritual para la nación alemana” y considerando la
nazificación de las universidades como “la tarea nacional de más alto rango”.
Tres semanas después, el autoproclamado “Führer de la vida académica” era
nombrado Rector de la Universidad de Friburgo y se puso alegremente a la tarea,
poniendo en marcha los Decretos de Baden, que expulsaban a todos los elementos
no arios de las instituciones alemanas. Eso incluía a su antiguo amigo,
Husserl, que perdió su condición de emérito. Heidegger rompería todo contacto
con él.
La relación de Heidegger con el nazismo es curiosa.
Glorificaba a Hitler, con el que compartía su nacionalismo, su pasión por la
naturaleza, sus críticas a la modernidad, etc. Pero en otros aspectos era la
antítesis de un nazi. Mantuvo una relación prolongada con una judía, Hannah
Arendt, y hasta la llegada del nazismo mantuvo colaboraciones y amistades con
famosos judíos. Ciertamente no era una actitud que sostendría un nazi convencido.
¿Era un simple oportunista o realmente compartía aspectos de la visión
hitleriana del mundo? Lo cierto es que, si bien abandonó el rectorado un año
después al sentir que había sido ‘usado’ en cierta manera, continuó siendo
miembro del partido y su fe en Hitler se mantuvo intacta.
El peso filosófico
En la destrucción de los viejos valores y la nazificación de
la sociedad alemana, los cambios en los planes de estudios y la creación de
nuevas instituciones, la expulsión sociocultural de los judíos y la deificación
de la guerra y el conflicto, los filósofos jugaron un papel fundamental.
Ofrecieron la explicación académica, los principios teóricos y el apoyo docente
que los nazis necesitaban para llevar a cabo su política. No solo apoyaron el
proyecto y el ascenso de Hitler, sino que le dieron su base intelectual hasta
llevarlo al mismo extremo. Y ese es un hedor que tardará en desaparecer de la
cultura alemana.
© Filosofía Hoy
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