Por Gideon Rachman
La alocución de Barack Obama en la convención demócrata de
la semana pasada tuvo lugar 12 años después del día en que dio el discurso que
le valió la atención nacional, en Boston en 2004. En Filadelfia, en cambio, el
actual presidente comenzó recordando su primer discurso en la convención - pero
no repitió las palabras que lo hicieron famoso.
En 2004, el joven senador cautivó a su público con una
convocatoria a la unidad nacional. No hay América roja o azul, insistió, sino
que existe solamente un Estados Unidos de América. Esta semana, en cambio, no
hizo ningún intento similar para negar las divisiones entre el rojo
(republicano) y el azul (demócrata). La brecha es demasiado profunda y el odio
y la incomprensión mutua es demasiado evidente.
Las convenciones de los dos principales partidos políticos
estadounidenses de este mes -los Republicanos en Cleveland y los Demócratas en
Filadelfia-pusieron de manifiesto un panorama político de divisiones en campos
hostiles. Los partidos y sus candidatos rivales Donald
Trump y Hillary Clinton no sólo
discrepan profundamente, sino que niegan la legitimidad y la aptitud para
gobernar del otro.
Durante la convención republicana resonó el grito de
"enciérrenla" de parte de los delegados que exigían que Clinton sea
encarcelada. Los demócratas mostraron un desprecio por Trump tan profundamente
sentido como la de los republicanos en su aversión por Clinton. Orador tras
orador en la convención demócrata se puso en tela de juicio la moral, el juicio
e incluso la cordura de Trump.
Sin embargo, aunque en la convención demócrata resonaron las
condenas, hubo pocos intentos de comprender por qué tantos estadounidenses
están dispuestos a votar por el candidato republicano. Tampoco hubo gran
esfuerzo de comprender la división partidaria. Muchos de los eventos en la
convención de Filadelfia parecieron casi diseñados para confirmar todos los
prejuicios que el estadounidense medio tiene acerca de que representan los
demócratas. Incluso algunos de los baños en la arena de Wells Fargo fueron
etiquetados elegantemente "Todos los Géneros".
La convención contó con sesiones dedicadas a los derechos de
los homosexuales, derechos de las mujeres, los discapacitados, las familias de
las víctimas de la violencia armada y la difícil situación de
"trabajadores indocumentados", justamente a los que republicanos
llaman inmigrantes ilegales y que el señor Trump se comprometió a deportar.
El peligro, sin embargo, es que la impresión colectiva
propuesta por la convención demócrata es que el partido es cada vez más una
coalición de los marginados y los desfavorecidos, con poco que decir sobre la
América Media, excepto que deben "superar sus prejuicios".
La convención republicana presentó una imagen especular de
un partido que se alinea cada vez más en su propio campo étnico y social. Sólo
18 de los 2.472 delegados republicanos eran afroamericanos, un mínimo
histórico. Por el contrario, había 1.182 delegados afroamericanos en la reunión
Democrática, de un total de 4.766. La convención también fue presidida por la
congresista Marcia Fudge, una mujer afroamericana.
Ambas partes parecen estar adoptando estrategias similares
para las elecciones del 8 de noviembre. En lugar de competir por un número cada
vez menor de indecisos, ambos están tratando de reunir a sus principales
partidarios. Para los republicanos, este es el blanco de la clase obrera en las
afueras y pequeña ciudad de América. Para los demócratas son los negros,
hispanos y liberales urbanos.
Hay, sin embargo, un par de importantes matices en esta
imagen. A pesar de que Trump ha logrado darle vida al voto duro de los
republicanos, alejó a gran parte de la élite. Muchos de los expertos en
seguridad nacional del partido están consternados por el coqueteo de Trump con
aislamiento y con la Rusia de Vladimir Putin.
En la última noche de su convención, los demócratas trataron
de sacar provecho de esta debilidad, dándole un espacio predominante al
discurso del general John Allen, un marine retirado, quién condenó a Trump y
dio un respaldo contundente a la señora Clinton como próxima Comandante en Jefe
del país.
Hillary lanzó también dudas sobre el temperamento de su
rival, al sugerir que es demasiado irascible para confiarle el arsenal nuclear
de Estados Unidos.
Esta carácter fuerte, además de las políticas propuestas ya
habían convencido a Mitt Romney, John McCain y George W Bush -sus tres
predecesores como el candidato republicano a la presidencia- a alejarse de la
convención de Cleveland.
Es posible que este alejamiento lo muchas de las figuras de
mayor confianza del partido republicano podría persuadir a suficientes votantes
rojos de desertar hacia el bando demócrata o de abstenerse y así facilitar el
triunfo de Clinton. Pero en ésta elección, la más impredecible en años es
igualmente posible que la clara incomodidad de los republicanos ante la
vulgaridad estridente del señor Trump pueda solidificar su imagen como un
verdadero campeón de la American blanca ordinaria.
Si eso sucede, Donald puede representar la venganza final de
estado rojo de América -no sólo contra Obama y los demócratas, sino contra el
liderazgo tradicional del partido republicano.
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