Por Jorge Fernández Díaz |
"El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y
en ese claroscuro surgen los monstruos." La famosa cita de Gramsci ilustra
nuestra morosa y traumática mutación de un régimen político a otro, y también
las criaturas abominables que empolla actualmente el fanatismo recargado. Acaso
la peor tragedia de nuestros tiempos no se encuentre en la megacorrupción, ni
en la cultura vertical de la dádiva y la prebenda, sino en la firme decisión
que ha tomado el cristinismo: alejarse de la democracia republicana en el poder
y conspirar contra ella en el llano.
Hay tres conceptos íntimos que esta secta
múltiple y ruidosa no puede confesar en público: la venalidad no es grave
cuando quien "recauda" lo hace para la felicidad del pueblo, la
República es una aspiración reaccionaria y la alternancia un estupidez burguesa
(sólo debe gobernar eternamente el partido emancipador), y la militancia está
obligada a trabajar día y noche para que el actual gobierno caiga lo antes
posible. Hay también tres conceptos fundamentales que la mismísima Cristina
Kirchner no puede pronunciar: repudio las pedradas y las amenazas de muerte,
rechazo la idea de que estamos en presencia de una "dictadura" (como
cantan mis acólitos) y a pesar de que me disgustan las políticas oficiales
estoy dispuesta a sostener hasta el último día de su mandato la gestión del
presidente constitucional de mi país. Su sonoro silencio, con respecto a estos
tres puntos, es un implícito mensaje de agitación hacia su tropa y una
confesión táctica de su ánimo destituyente. Cuando un partido no puede
desmentir hechos tan básicos y cuando, desde lo operativo hasta lo simbólico,
adopta a Quebracho como fuerza de choque, todo se vuelve de pronto cristalino y
escalofriante.
El relato elaborado por la Pasionaria del Calafate consiste
en presentar al turno de Cambiemos como carente de legitimidad real,
reencarnación del régimen de facto y descendiente de la derecha sangrienta que
viene a hambrear a los pobres: el votante es un imbécil que votó contra sí
mismo (debemos reeducarlo) y frente a semejante amenaza a la Patria, no queda
más que resistirse por todos los medios. La realidad es un tanto indócil a este
cuento: el Gobierno fue votado por la mayoría y por lo tanto es legal, y un
grupo cada vez más radicalizado está intentando desestabilizarlo con el
objetivo manifiesto de que se derrumbe antes de que la líder vaya presa.
Cristina encarna por fin la revolución, que es libertadora. Libertadora de sí
misma: la cercan las denuncias y está dispuesta a incendiar la democracia para
que no la toquen. Los "monstruos" actúan en base a sus órdenes, a sus
gestos y a sus mensajes tácitos. Hay un juez federal que ha denunciado este
plan sistemático, dos dirigentes han confesado imprudentemente la intentona, y
se han registrado decenas de episodios demenciales que comenzaron mucho antes
de los ladrillazos de Mar del Plata. El 20 de junio, después del acto del Día
de la Bandera, el carapintadismo kirchnerista apedreó salvajemente el ómnibus
que llevaba a ministros y legisladores nacionales. Por milagro, nadie salió
herido. La arquitecta egipcia no reprendió a sus muchachos, y éstos entendieron
entonces que iban por el buen camino y que debían redoblar la apuesta. Esta
semana actuaron en Moreno, en la autopista Buenos Aires-La Plata y en el "manzanazo"
de Plaza de Mayo. Y en algunos casos, contaron con la inestimable ayuda de
Cambiemos.
El martes fue un día singular: los productores frutícolas
venían anunciando desde hacía varias semanas la modalidad, la prensa
kirchnerista había informado largamente sobre el asunto y los punteros de base
no tuvieron, por lo tanto, más que calentar la pava en las barriadas pobres. Ya
lo puso por escrito (aunque luego lo negó) el flemático lord Luis D'Elía: la consigna es alentar todo tipo de protestas y
apoyar cualquiera de ellas, sin importar su origen o legitimidad. El Gobierno
dejó indolentemente que esto creciera bajo sus narices, y el resultado fue una
postal que dio la vuelta al mundo: argentinos famélicos haciendo ocho cuadras
de cola por tres manzanas. La sensación de que estamos metidos en una hambruna
africana, digna de la intervención de Médicos sin Frontera, creció ese mismo
día cuando el Gobierno envió al titular del Indec a soltar asépticamente la
nueva cifra del desempleo, sin acotaciones políticas y contextuales que
hubieran aclarado la realidad: la desocupación aumentó como consecuencia de la
recesión actual, pero eso apenas fue la frutilla del postre, porque el
estancamiento y la multiplicación de la desigualdad y la mishiadura tienen al
menos cinco años, y sus evidencias numéricas fueron ocultadas de manera
metódica y vergonzosa por la anterior gestión. Una mirada rápida de la
información hacía pensar al ciudadano distraído que Macri creó solito ese
doloroso 9%, y los kirchneristas aprovecharon para cristalizar la impresión y
hacerse los otarios. Estos dos desaciertos del oficialismo se sumaron al débil
anuncio de la única buena noticia que tenía para dar: la inflación comenzó
finalmente su descenso, algo que hasta hace dos meses nadie creía posible.
Nadie.
El macrismo perdió como en la guerra con el
"Manzanazo", empató en Moreno (porque se recuperó con un desalojo
veloz y pacífico) y caminó el filo de la navaja en la autopista, donde impuso
al menos la idea de que es capaz de ejercer la autoridad sin producir estragos
ni muertos (los conjurados sueñan con un Kosteki-Santillán). Lo curioso es que
muchos punteros que están incentivando el caos por orden de la jefa, viven del
dinero que les proporcionan el Ministerio de Desarrollo Social y la gobernación
bonaerense. Que hasta les entregan más fondos de los que les cedía el glorioso
movimiento nacional y popular. La mínima contraprestación que podrían
requerirles a esos dirigentes sociales de doble faz es que ejerzan una cierta
responsabilidad en las calles: nada que vaya en contra de sus convicciones,
pero tampoco nada que roce la violencia y la ilegalidad. Sin esa advertencia,
parece como si los dos gobiernos pagaran protección, y como si el servicio les
resultara defectuoso. Los kirchneristas se parten de risa.
Gobernar en la tierra arrasada del neopopulismo no resulta
sencillo, sino que lo diga la propia María Eugenia Vidal, que fue comisionada
por los vecinos para combatir el narco y el delito: en aquellos distritos donde
desactivó la mafia de la maldita policía, resulta que ahora crece la
inseguridad. Y la gente anda más enojada que antes. Está llena de paradojas
toda esta faena. De hecho la mayor "resistencia" política no se da en
las plazas sino en la propia burocracia: hay en la Argentina un Estado dentro
del Estado que se ha propuesto la ingobernabilidad. No existe, desde 1983 hasta
la fecha, ninguna experiencia de una operación tan peligrosa e infame: un
gobierno que hereda una "orga" secreta y minoritaria, conducida por
personajes desprestigiados pero que tienen plata y voluntad, y cuya tarea
diaria consiste en socavar desde adentro al presidente democrático y a la
gobernadora. Que deben seguir pagando sus sueldos y subsidios sin chistar.
Cambiemos tiene que luchar contra las mafias, pero el aparato estatal que
conduce está infiltrado por ellas, y debe imponer el pluralismo soportando el
permanente sabotaje que anida en las entrañas de su administración. La mente
que ideó esta operación de copamiento y sedición no cree en la democracia. Que
como todo el mundo sabe es un "invento de la derecha".
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