Por Román Lejtman |
Antes que Mauricio Macri llegara a Balcarce 50, las
relaciones políticas con la Corte Suprema tenían un manual de estilo que se
aplicaba de memoria. Si cumplías órdenes de Cristina Fernández, había que pedir
una audiencia con Eugenio Zaffaroni, el cortesano que animaba los cumpleaños de
Amado Boudou. En cambio, si los expedientes ponían en juego la hegemonía del
kirchnerismo, Ricardo Lorenzetti pedía café y escuchaba con atención a su
invitado.
No era un juego de suma cero y los beneficios se distribuían en
partes iguales: Zaffaroni fue nombrado por CFK en Washington y Lorenzetti es el
magistrado más conocido en Tribunales.
Pero ese manual ya es papel mojado. Juraron Horacio Rosatti
y Carlos Rosenkrantz y el equilibrio de poder se construirá sobre otras
variables políticas. Rosatti tiene origen peronista, es honesto y amigo de
Elisa Carrió, que no llegaba a la Corte por sus diferencias personales con
Lorenzetti. Rosenkrantz coqueteó con el radicalismo, también es honesto, y
exhibe una personalidad ajena a las tertulias políticas y al fragoteo
cotidiano.
No hay hoja de ruta para entender al Tribunal. Y Lorenzetti
sabe que su poder interno empieza a mermar. Rosatti, Rosenkrantz y Juan Carlos
Maqueda -peronista y cauteloso- no quieren ser actores de reparto en la nueva
coyuntura y exigirán la información al día antes de asumir una posición
jurídica con impacto en la corporación política. El Presidente de la Corte, si
quiere seguir en esa función, deberá ser Presidente de la Corte. Ni más, ni
menos.
En este contexto, nuevos protagonistas políticos pretenderán
tener juego propio en el Cuarto Piso de Tribunales. Carrió, por su cercanía con
Rosatti y Sergio Massa que construye poder pensando en los comicios de 2019.
Pero su acceso a la Corte está condicionado: desconfían de su discurso y de sus
propuestas.
Sin embargo, Massa tiene a favor la nueva conducción de la
CGT. Héctor Daer y Carlos Acuña, dos de los tres sindicalistas que lideran la
central obrera junto a Juan Carlos Schmid, integran su bancada en Diputados y
tienen peso específico en sus decisiones políticas. Si Massa asume un discurso
confrontativo con Mauricio Macri, la CGT jugará ese partido para beneficiar a
una de las alternativas del peronismo en 2019.
La crisis económica, el desempleo y la inflación son
problemas reales que ocupan a los sindicalistas, al margen de sus alineamientos
políticos y partidarios. En definitiva, se trata del método en el plan de
lucha: si hay acercamiento al gobierno, los reclamos se dirimen en el despacho
presidencial. En cambio, si Macri no acierta la estrategia para negociar con la
troika de la CGT, las protestas gremiales llegarán en forma de paro general
antes que concluya octubre.
El Presidente entendió tarde cómo funcionaban los cuatro
integrantes del alto tribunal y la mayoría opositora en el Parlamento, cuando
se trata de aumentar las tarifas en un contexto de aguda situación económica.
No tuvo información estratégica y erró en la solución de la crisis, pese a su
buena voluntad para enmendar el entuerto.
Ahora Macri se encontrará con un nuevo modelo de acumulación
de poder en la CGT y en la Corte Suprema, dos instituciones democráticas que
tendrán un protagonismo clave en los próximos meses. Y que no dudarán en
ejercer su poder institucional cuando haga falta. La información ya llegó a
Balcarce 50.
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