El proyecto no
tiene un responsable único, pero sí muchos
que esperan capitalizarlo
políticamente.
Por Roberto García |
Cuentan que el primer incidente personal entre el
ex presidente Néstor Kirchner y su colega uruguayo Tabaré
Vázquez ocurrió en la quinta de Anchorena, residencia de verano del gobierno
vecino, en las cercanías de Colonia. Ni un mínimo interés mostró entonces el
santacruceño por este parque único, cargado de rarezas de la flora mundial,
donado por su anterior ocupante, el argentino Aarón de Anchorena, un excéntrico
millonario de principios del siglo pasado que se inclinaba por aventuras de
todo tipo (navegación, excursiones, automovilismo) y que había cruzado por
primera vez el Río de la Plata en globo (Pampero), junto a otro intrépido mito
de la época: Jorge Newbery.
Más bien atrevido y arrollador, lejos de la
historia, en ese momento Kirchner trató de aprovechar la presunta afinidad
progresista de los dos gobiernos para satisfacer una resentida curiosidad y,
abusando de cierta confianza física –como el día que, en señal de respeto y
cariño, le tocó las piernas a George Bush–, le reclamó con su mejor sonrisa a
su colega oriental : “Ahora me vas a pasar el catastro de Maldonado, así me entero
de los argentinos que se esconden y son dueños de Punta del Este”. Rictus y
disgusto del interlocutor, puso distancia con el visitante y el pedido y, con
su mejor cara de oncólogo para dar una mala noticia, le sugirió que ya habría
tiempo para conocer esa información. No lo hubo, claro. Aquella obsesión
inmobiliaria de quien no casualmente se dedicaba a invertir también en
hotelería y departamentos comenzará a disiparse este mes con un blanqueo que,
en una parte menor, mostrará la riqueza local no declarada en otras tierras.
Proceso que impulsa Mauricio Macri luego de que en el inicio
de su mandato lo negara éticamente su ministro de Hacienda, Alfonso
Prat-Gay,alegando que no les iba a facilitar ese camino a los
narcotraficantes que ya habían recibido ventajas con el blanqueo de Axel
Kicillof (decía creer que con el trámite anterior sólo había que
exteriorizar dinero físico, una mendaz afirmación). Cambió el Presidente
–algunos le atribuyen influencia a Mario Quintana en la decisión–, aunque la
regularización del dinero negro ya se contemplaba en un proyecto previo
organizado por Carlos Melconian. Lo cierto es que esa norma
desechable de pronto se convirtió ahora en insustituible para salvar la
estabilidad económica y llegar a las elecciones del año próximo con cierta
holgura clientelar. A partir de una fijación recaudadora que evite cualquier
ahorro del Estado, justo un Estado o gobierno que sólo piensa en gastar más. Al
extremo de que la urgencia por la sanción obligó a cambiar un concepto de la
ley sobre eventuales excluidos con una simple fe de erratas, ridiculez ante la
cual todos –oficialismo y oposición– cerraron los ojos. La cuestión es que
venga la plata. Aunque ese criterio también observa críticas: el nuevo régimen
favorece dejar el dinero en el exterior. O, por lo menos, regresar los
fondo no es una tentación (congelarse en bonos locales no parece
atractivo). Se justifican: para que no baje más el dólar que siempre estará,
con Macri, por debajo de la inflación. El nuevo esquema de tributos ofrece,
además, ciertas sospechas sobre la participación de terceros en la
manifestación de bienes, lo que algún malintencionado califica como la creación
de testaferros legales. Pero en ese detalle nadie repara: agradecen la medida
aquellos que están y los que estuvieron, una alternativa para contabilidades de
dudosa verificación. Nadie se quejará, entonces. Ni siquiera por la evidencia
de que la constante argentina por fabricar dinero no declarado, por la cual ha
sido imprescindible este blanqueo, habrá de continuar con la misma intensidad
que antes: no se sabe de ningún proyecto oficial para desmontar la brutal carga
impositiva que genera el negro. Estas son objeciones generales, hay otras
particulares que tal vez se corrijan, ya que por ejemplo en el plano financiero
– aunque resulte insólito por las personalidades que participan– se cometieron
errores de principiantes burocráticos (caso de la fecha del cierre de los
extractos) que hasta podrían anular el espíritu y la ejecución de la norma.
Demasiados. Como participaron muchos organismos en la hechura
del blanqueo, nadie asume la responsabilidad final –al menos, frente a los
errores–, algo semejante a lo que ocurre en el área económica del Gobierno:
demasiadas voces cuando una sola, la de Prat-Gay, siente que debería ser la
principal. Y tal vez, única. No se corresponde con el pensamiento de Mauricio
Macri, quien desea tutelar él mismo lo que dividió en zonas y protagonistas de
su gabinete. Fue, dicen, por afición personal admiración a Kirchner, también
para mitigar el ego de Prat-Gay, inútil tarea en la que se encuentran sus
compañeros de escuela desde hace cincuenta años. El resto del “equipo” piensa
como el mandatario, con el agravante de que se malquista con el ministro, quien
para irritarlos no suele concurrir a las reuniones de sus pares e influyentes a
las que no asiste el Presidente. Obvio: crecen las desavenencias, avanzan los
deterioros, el miedo y los deseos (repentinamente más de uno interpreta, por
ejemplo, que Prat-Gay apareció fotografiado con Elisa Carrió cuando no la
reverenciaba desde hace años, como si la diputada fuera un soporte clave para
su continuidad). Sin embargo, nadie imagina a Macri propiciando cambios. No es
su estilo de CEO, se formó en una familia en la que se evitan las rupturas. O se
compensan sabiamente. Otra ola movimientista en el Gobierno se advierte en su
relación con la titular de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, quien recoge
adhesiones múltiples en las encuestas sin que nadie explique si gobierna mal o
bien para los que la favorecen. Una fenómeno de fe, carisma. Y de actitud
personal: cuando Macri impone las tarifas, ella sanciona el boleto gratuito
para los estudiantes. Por esas diferencias, arde Marcos Peña, entre otros, no
demasiado feliz con la exhibición de esas conductas contradictorias, aunque
admite que la estrella bonaerense los beneficia a todos en ese distrito clave.
Se suma Peña, claro, a Horacio Rodríguez Larreta, otro adversario
en las sombras de Vidal, quien cabalga con peronistas que ni se asoman en el
ámbito porteño. Aquel que no quiera entender este cuadro dispone de otra imagen
complementaria para la descripción: el doble estándar de Elisa Carrió, quien es
una opinando sobre Macri y otra ensalzando a Vidal (aunque dinamite a sus
cercanos). Casi un cerrojo femenino contra la masculinidad de la Rosada.
© Perfil
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