Por José Saramago |
De Extremadura nos llega el buen ejemplo. Ya no son sólo
mujeres quienes salen a la plaza pública protestando contra los malos tratos
que sufren a manos de maridos y compañeros (compañeros, qué triste ironía
ésta), y que, en tantos casos, además de esta fría y deliberada tortura, no
retroceden ante el asesinato, el estrangulamiento, la puñalada, la degollación,
el ácido, el fuego.
La violencia ejercida desde siempre sobre la mujer encuentra
en la cárcel en que se transforma el lugar de cohabitación (neguémonos a
llamarle hogar), el espacio por excelencia para la humillación diaria, para la
paliza habitual, para la crueldad como método.
Es el problema de las mujeres, se decía, y eso no es verdad.
El problema es de los hombres, del egoísmo de los hombres,
del enfermizo sentimiento posesivo de los hombres, de la bajeza de los hombres,
de esa miserable cobardía que los autoriza a usar la fuerza bruta contra un ser
más débil físicamente y al que antes se le ha reducido la capacidad de
resistencia moral.
El ejemplo de Extremadura fructificará.
Y tal vez llegue el día en que cien mil hombres, sólo
hombres, nada más que hombres, salgan en manifestación a las calles, mientras
las mujeres, ahora sí compañeras, desde las aceras les lanzarán flores.
Es un sueño. Puede no ser una utopía.
© El País (España) –
Publicado el 25 de noviembre de 2003
0 comments :
Publicar un comentario