Por Jorge Fernández Díaz |
El paladín del Excel es esa clase tan especial de alumno
estudioso con aplazos enigmáticos, que suele dejar perplejos a los docentes más
duchos. En ocho meses efectuó maniobras complejas y exitosas, y nos evitó la
zanja de Maduro, pero el boletín persiste en traer números rojos. Se impone
descontar la tenebrosa herencia y avanzar un poco en el análisis de los nuevos
defectos. "Quien no quiere pensar es un fanático -decía Bacon-. Quien no
puede pensar es un idiota. Y quien no se atreve a pensar es un cobarde."
Un hilo sutil e invisible parece unir a los hermanos
enfrentados: kirchnerismo y macrismo son producto del post 2001 y en
consecuencia subestiman la política tradicional, por más que uno se embandere
con el discurso emancipador y otro se ampare en el diálogo ecuménico. Aunque
con distinta ideología y también con una ética muy diferente, ambos practicaron
un cierto ensimismamiento cupular y sustituyeron la persuasión (palabra
alfonsinista) por un pragmático canje de fondos y favores. El resultado es siempre
sexo sin amor, y a veces una cultura de extorsión implícita: sin el arma del
miedo ni las mayorías automáticas, Cambiemos es un preso de buenos modales que
debe pagar todos los días por protección en un pabellón de asesinos múltiples,
jungla impiadosa que ha sido moldeada durante décadas por y para la corporación
justicialista. Ustedes saben: cuando un peronista tiene fiebre le permiten
romper el termómetro. A un no peronista, en cambio, le encajan siempre el
termómetro donde mejor le quepa. El pago por protección, que al oficialismo le
salva provisionalmente el pellejo, también le adelgaza las finanzas; lo que
ahorra por un lado lo pierde por el otro.
En cuanto al déficit político nada mejor que observar en
detalle el misterioso caso de la bomba tarifaria, verdadera Cancha Rayada de
Mauricio Macri. El chiste le hizo perder la iniciativa y entregar la agenda
(algo que su gabinete extravía con demasiada facilidad), y le valió una caída
de cuatro puntos en la consideración popular, según reveló Poliarquía. No se
trata de un derrumbe ni mucho menos, pero sí de romper una tendencia de
recuperación y de retroceder a los hielos de mayo. Recordemos que sin Poder
Legislativo y con las alforjas raquíticas, el oficialismo parece un modelo de
Dior: vive casi exclusivamente de su imagen. A propósito, a Sergio Massa
tampoco le fue nada bien en esos sondeos, tal vez por su propensión a coquetear
con los pirómanos y bordear, por lo tanto, el incendio. El golpe más
preocupante que acusa el Gobierno se debe a que esta batalla está limando en el
imaginario colectivo la convicción de que los paladines del Excel tenían todo
fríamente calculado. El punto es relevante, puesto que el ciudadano de a pie
tiene ahora derecho a pensar: si el sinceramiento de las tarifas no estuvo bien
planeado, ¿la recuperación económica lo estará?
El macrismo canchereó el aumento recurriendo a su memoria
emotiva: tranquilos, otras veces tuvimos que enfrentar "graves
tormentas" en la ciudad. Aquellos combates son recordados en la Casa
Rosada con la misma devoción con que Kwai Chang Caine evocaba las enseñanzas en
el templo Shaolin. En algo se parece aquel guerrero del kung fu a este macrismo
3.0: a ambos los vemos repechando descalzos las lomas del vasto desierto bajo
un sol amenazante y sin un mango en los bolsillos. Pero los ejemplos citadinos
están completamente fuera de escala y llaman a espejismos peligrosos. La
política petrolera siguió por inercia el criterio de Kicillof, menos preocupado
por la economía y por la crisis que por la performance de YPF, y por los
intereses de ciertos mandarines provinciales, empresarios del rubro y
sindicalistas: parece inquietante que tengamos por primera vez en treinta años
precios en boca de pozo 40% superiores al rango internacional. Y que el precio
de gas en boca de pozo sea superior a los costos de producción. Allí radica,
según los expertos, el núcleo del pantano. Los ex ministros de Energía no
fueron requeridos para esta delicada cirugía integral. Pero cuando la leche ya
se había derramado, los citaron de urgencia para la foto. Algo similar ocurrió
con los gobernadores, que fueron incentivados a declamar apoyos siguiendo el
mismo método desesperado que pusieron de moda los Kirchner. Ni los ex ministros
ni los gobernadores se sienten parte del equipo, sólo acceden a prestar nombre
por responsabilidad y porque no les queda más remedio. Pero una cosa es llamar
y otra muy distinta es seducir. Si yo creo que soy el más piola de la cuadra,
me manejo solo y no necesito a nadie. Hasta que se me quema el rancho y entonces
convoco generosamente a todos los vecinos. Tal vez el ejemplo más elocuente, en
ese sentido, sea el documento que durante la campaña electoral firmaron casi
todos los candidatos presidenciales: allí se comprometían a reformular la
política tarifaria y a impulsar reformas antidemagógicas. El Gobierno no usó
jamás ese papel para probar que no estaba solo (como parece) en esta cruzada y,
sobre todo, para bajarle los humos a Massa, que casi le crea hace unos días un
conflicto institucional en el Congreso. Cuando el asunto pasó de castaño a
oscuro, el oficialismo encontró de pronto el documento providencial en un cajón
perdido de Balcarce 50. Todas estas acciones no suplieron, sin embargo, una
salida creativa para anticiparse al fallo de la Corte, que los tiene colgados
de un pincel. Aun si ese fallo resultara positivo, el Ejecutivo quedaría
expuesto a una sensación de insuficiencia política y de falta de imaginación.
Naturalmente absorto en desarmar este artefacto explosivo
que le dejó la Pasionaria del Calafate, Cambiemos peca también de un olvido
imperdonable: la inseguridad. Ese flagelo preocupa tanto como el desempleo, y
no ha sido abordado con vehemencia por la nueva administración. En la
superficie, los más encumbrados funcionarios se escudan en que no hay
especialistas de primer orden en la Argentina, pero subyace cierto temor
inconsciente a meterse a fondo y reforzar así el prejuicio derechista, como si
la única manera de encarar el tema fuera la mano dura.
Por suerte, Cristina Kirchner siempre llega en auxilio de
sus rivales: brindó con Hebe el jueves "para que Macri nos tenga
miedo" y el viernes apedrearon al jefe del Estado. Cuando éste más lo
necesitaba. Esta intifada destituyente, a veces simbólica y en ocasiones
literal, se combina con cierta tilinguería (declararse segura en la villa 31
mientras la rodeaba un ejército de policías) y con el brusco descubrimiento de
desgracias ridículamente negadas: antes la inflación no se podía ni mencionar,
hoy es un tsunami; el desempleo había que callarlo, hoy es un huracán que
conduce a una hambruna africana, y el aumento del delito era una obsesión de
los fascistas, hoy es una preocupación ardiente de los demócratas: aquí ya no
hay quien viva, compañeros. Sus militantes se la pasaron desacreditando al Observatorio
de la Deuda Social de la UCA; ahora sus cifras son el nuevo evangelio
kirchnerista. En ese sentido sería bueno que escucharan a su director, Agustín
Salvia: Cristina dejó el país con 12 millones de pobres, 4 millones de
indigentes, 4 millones con riesgo alimentario, 6 millones desconectados de los
servicios básicos, 7 millones sin vivienda digna y sin acceso a la educación, y
10 millones sin vinculación con la seguridad social.
En Cancha Rayada casi se pierde de todo. Las derrotas son
positivas, en tanto y en cuanto uno sepa sobrevivir y aprender de ellas.
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