domingo, 14 de agosto de 2016

El Gobierno se topó con su Cancha Rayada

Por Jorge Fernández Díaz
El paladín del Excel es esa clase tan especial de alumno estudioso con aplazos enigmáticos, que suele dejar perplejos a los docentes más duchos. En ocho meses efectuó maniobras complejas y exitosas, y nos evitó la zanja de Maduro, pero el boletín persiste en traer números rojos. Se impone descontar la tenebrosa herencia y avanzar un poco en el análisis de los nuevos defectos. "Quien no quiere pensar es un fanático -decía Bacon-. Quien no puede pensar es un idiota. Y quien no se atreve a pensar es un cobarde."

Un hilo sutil e invisible parece unir a los hermanos enfrentados: kirchnerismo y macrismo son producto del post 2001 y en consecuencia subestiman la política tradicional, por más que uno se embandere con el discurso emancipador y otro se ampare en el diálogo ecuménico. Aunque con distinta ideología y también con una ética muy diferente, ambos practicaron un cierto ensimismamiento cupular y sustituyeron la persuasión (palabra alfonsinista) por un pragmático canje de fondos y favores. El resultado es siempre sexo sin amor, y a veces una cultura de extorsión implícita: sin el arma del miedo ni las mayorías automáticas, Cambiemos es un preso de buenos modales que debe pagar todos los días por protección en un pabellón de asesinos múltiples, jungla impiadosa que ha sido moldeada durante décadas por y para la corporación justicialista. Ustedes saben: cuando un peronista tiene fiebre le permiten romper el termómetro. A un no peronista, en cambio, le encajan siempre el termómetro donde mejor le quepa. El pago por protección, que al oficialismo le salva provisionalmente el pellejo, también le adelgaza las finanzas; lo que ahorra por un lado lo pierde por el otro.

En cuanto al déficit político nada mejor que observar en detalle el misterioso caso de la bomba tarifaria, verdadera Cancha Rayada de Mauricio Macri. El chiste le hizo perder la iniciativa y entregar la agenda (algo que su gabinete extravía con demasiada facilidad), y le valió una caída de cuatro puntos en la consideración popular, según reveló Poliarquía. No se trata de un derrumbe ni mucho menos, pero sí de romper una tendencia de recuperación y de retroceder a los hielos de mayo. Recordemos que sin Poder Legislativo y con las alforjas raquíticas, el oficialismo parece un modelo de Dior: vive casi exclusivamente de su imagen. A propósito, a Sergio Massa tampoco le fue nada bien en esos sondeos, tal vez por su propensión a coquetear con los pirómanos y bordear, por lo tanto, el incendio. El golpe más preocupante que acusa el Gobierno se debe a que esta batalla está limando en el imaginario colectivo la convicción de que los paladines del Excel tenían todo fríamente calculado. El punto es relevante, puesto que el ciudadano de a pie tiene ahora derecho a pensar: si el sinceramiento de las tarifas no estuvo bien planeado, ¿la recuperación económica lo estará?

El macrismo canchereó el aumento recurriendo a su memoria emotiva: tranquilos, otras veces tuvimos que enfrentar "graves tormentas" en la ciudad. Aquellos combates son recordados en la Casa Rosada con la misma devoción con que Kwai Chang Caine evocaba las enseñanzas en el templo Shaolin. En algo se parece aquel guerrero del kung fu a este macrismo 3.0: a ambos los vemos repechando descalzos las lomas del vasto desierto bajo un sol amenazante y sin un mango en los bolsillos. Pero los ejemplos citadinos están completamente fuera de escala y llaman a espejismos peligrosos. La política petrolera siguió por inercia el criterio de Kicillof, menos preocupado por la economía y por la crisis que por la performance de YPF, y por los intereses de ciertos mandarines provinciales, empresarios del rubro y sindicalistas: parece inquietante que tengamos por primera vez en treinta años precios en boca de pozo 40% superiores al rango internacional. Y que el precio de gas en boca de pozo sea superior a los costos de producción. Allí radica, según los expertos, el núcleo del pantano. Los ex ministros de Energía no fueron requeridos para esta delicada cirugía integral. Pero cuando la leche ya se había derramado, los citaron de urgencia para la foto. Algo similar ocurrió con los gobernadores, que fueron incentivados a declamar apoyos siguiendo el mismo método desesperado que pusieron de moda los Kirchner. Ni los ex ministros ni los gobernadores se sienten parte del equipo, sólo acceden a prestar nombre por responsabilidad y porque no les queda más remedio. Pero una cosa es llamar y otra muy distinta es seducir. Si yo creo que soy el más piola de la cuadra, me manejo solo y no necesito a nadie. Hasta que se me quema el rancho y entonces convoco generosamente a todos los vecinos. Tal vez el ejemplo más elocuente, en ese sentido, sea el documento que durante la campaña electoral firmaron casi todos los candidatos presidenciales: allí se comprometían a reformular la política tarifaria y a impulsar reformas antidemagógicas. El Gobierno no usó jamás ese papel para probar que no estaba solo (como parece) en esta cruzada y, sobre todo, para bajarle los humos a Massa, que casi le crea hace unos días un conflicto institucional en el Congreso. Cuando el asunto pasó de castaño a oscuro, el oficialismo encontró de pronto el documento providencial en un cajón perdido de Balcarce 50. Todas estas acciones no suplieron, sin embargo, una salida creativa para anticiparse al fallo de la Corte, que los tiene colgados de un pincel. Aun si ese fallo resultara positivo, el Ejecutivo quedaría expuesto a una sensación de insuficiencia política y de falta de imaginación.

Naturalmente absorto en desarmar este artefacto explosivo que le dejó la Pasionaria del Calafate, Cambiemos peca también de un olvido imperdonable: la inseguridad. Ese flagelo preocupa tanto como el desempleo, y no ha sido abordado con vehemencia por la nueva administración. En la superficie, los más encumbrados funcionarios se escudan en que no hay especialistas de primer orden en la Argentina, pero subyace cierto temor inconsciente a meterse a fondo y reforzar así el prejuicio derechista, como si la única manera de encarar el tema fuera la mano dura.

Por suerte, Cristina Kirchner siempre llega en auxilio de sus rivales: brindó con Hebe el jueves "para que Macri nos tenga miedo" y el viernes apedrearon al jefe del Estado. Cuando éste más lo necesitaba. Esta intifada destituyente, a veces simbólica y en ocasiones literal, se combina con cierta tilinguería (declararse segura en la villa 31 mientras la rodeaba un ejército de policías) y con el brusco descubrimiento de desgracias ridículamente negadas: antes la inflación no se podía ni mencionar, hoy es un tsunami; el desempleo había que callarlo, hoy es un huracán que conduce a una hambruna africana, y el aumento del delito era una obsesión de los fascistas, hoy es una preocupación ardiente de los demócratas: aquí ya no hay quien viva, compañeros. Sus militantes se la pasaron desacreditando al Observatorio de la Deuda Social de la UCA; ahora sus cifras son el nuevo evangelio kirchnerista. En ese sentido sería bueno que escucharan a su director, Agustín Salvia: Cristina dejó el país con 12 millones de pobres, 4 millones de indigentes, 4 millones con riesgo alimentario, 6 millones desconectados de los servicios básicos, 7 millones sin vivienda digna y sin acceso a la educación, y 10 millones sin vinculación con la seguridad social.

En Cancha Rayada casi se pierde de todo. Las derrotas son positivas, en tanto y en cuanto uno sepa sobrevivir y aprender de ellas.

© La Nación

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