Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Un equipo de periodistas pasa semanas por el conurbano en la
búsqueda de datos sobre la vida y obra de un tipo. Sin descanso siquiera los
fines de semana, recorren fiscalías, comisarías, juzgados, montan guardias,
ingieren incontable cantidad de carbohidratos con formas de medialunas, pepas y
palmeritas, y entrevistan infinidad de personas para encontrar muchísimo más de
lo que buscaban.
Resultado: algunos consideran que es una opereta para
desprestigiar al gobierno, tildan a los periodistas de kirchneristas,
probablemente drogones y pederastas, y plantean la “irresponsabilidad de querer
truncar la última oportunidad que tiene el país de salir adelante”.
Un llamado anónimo inicia una investigación exprés que
deriva en una acusación hacia un funcionario. Resultado: nadie cuestiona las
inconsistencias de lo publicado y todos felicitan al gobierno por haber
apartado a un tipo sospechado por nadie de haber cometido irregularidades.
Incluso, no falta quien compara el que Cristina haya mantenido a Amado Boudou y
Mauricio Macri haya rajado al jefe de Aduanas en un par de horas, obviando el
detalle de que el primero truchó hasta el domicilio en un médano y del segundo
sólo trascendió una conversación editada.
¿Cuál es la diferencia entre un jefe de la Policía Bonaerense
que ocupó la superintendencia de Drogas de la gestión anterior –con los
resultados a la vista–, que se come denuncias por violencia de género de parte
de dos de sus exparejas, que es señalado por varios excolaboradores de formar
parte de una cadena de recaudación y a quien una gobernadora mujer ratifica sin
siquiera darle vacaciones mientras se lo investiga, y un funcionario a quien
apartan de su cargo después de una denuncia anónima? ¿Por qué los hechos
relativos al primero son silenciados por muchos medios y los del segundo son
replicados instantáneamente por todos? ¿Por qué los que laburaron en el primer
caso son operadores pagos, llorapautas y sobreros, y los que proveen
información imposible de probar del segundo recién después de que fuera desplazado,
son tipos comprometidos con la verdad?
Nadie es dueño de la verdad y alcanzarla es un imposible.
Ahora, no por ello nos vamos a quedar con la razón a secas, porque eso sería
recibirnos de vagos. Todavía no sé quién está en lo correcto en el caso del jefe
de la Bonaerense, del mismo modo que tampoco sé quién lo está en el caso del
jefe de Aduanas, pero hay algo que tengo por seguro: tenemos una necesidad
insoportable de mentirnos, de sentir que estamos en la senda correcta, de
buscar indicios de que “la última oportunidad que tiene el país de salir
adelante” sigue intacta. En ese camino, podemos celebrar que el Poder Ejecutivo
“acatará el fallo de la Corte Suprema”, porque es más sencillo regocijarnos en
los buenos modales republicanos –toda una novedad en los últimos tiempos,
reconozco– que aceptar la triste realidad de que la Corte se comió los mocos.
La búsqueda de la verdad es una interpelación permanente a
lo que creemos que es cierto, es la lucha por el poder entre la tiranía de lo
que queremos creer y la dictadura de la evidencia: una no nos hace bien, la
otra no nos cae simpática, pero tenemos que optar por uno de los modelos aunque
no nos guste. El problema de aceptar por válido lo que queremos creer por sobre
cualquier otra cosa es que muchas veces podemos confundirnos y ver intentos
golpistas o desestabilizadores donde sólo hay denuncias, la realización de un
país primermundista donde sólo hay respeto institucional. Es el drama del
enamoramiento por arriba de la realidad de tener de pareja a una persona
roncadora con aversión a los buenos modales y que aún no ha conseguido
dimensionar las bondades de la higiene: puede ser el amor de tu vida, pero no
me putees si no la veo como si fuera Angelina Jolie.
A estas cosas son a las que apunto cuando hablo de que el
daño cultural ya esta hecho: en los tiempos que corren, parece que la búsqueda
de la verdad ya no sirve, dado que siempre gana la razón particular motivada
por el miedo a perder lo poco que se consiguió. Y ése, estimados, es el caldo
de cultivo para que el temor se convierta en realidad.
El círculo es conocido, pero no por ello menos insoportable:
la pobreza facilita la ignorancia, la ignorancia impide pensar a futuro por
cuestiones lógicas, por lo que la vida se convierte en un presente continuo que
te mantiene en la pobreza. El mañana es llevar la comida a la mesa esta noche.
Lamentablemente para todos los que sufrimos de trastorno de ansiedad, gobernar
exige medidas a largo plazo, que trasciendan el ahora. Y eso, en una sociedad
mal criada y caprichosa, genera impaciencia, berrinches, pataleos en plena
calle, llanto desmedido en la puerta del kiosco y memes mal escritos en colores
fluorescentes compartidos por las redes sociales. Antes le teníamos que rezar a
San Expedito, hoy a la foto truchada con chistes que no hacen reír a nadie.
Somos los boludos que nos daban vergüenza ajena cuando éramos chicos.
Hace un tiempo emprendí la joda de marcar enunciados
interesantes dichos por individuos con licencia para participar en la vida
democrática. Veamos el caso de Sandra, una señorita de unos treinta y algo que
nos dice públicamente que “el capitalismo necesita pobreza y el neoliberalismo
trabaja para incrementarla”. Desde estas humildes líneas, podemos jurarle a
Sandrita que no hay forma de que el capitalismo, por definición, siga
existiendo sin consumidores con poder adquisitivo. También tenemos el
testimonio de Alejandro, quien pidió que “el tarifazo lo paguen los que votaron
a Macri”. No es una mala idea. Espero que cuando lleguen los cortes de energía
le toquen sólo a los que no quieren pagar los servicios actualizados, con
Alejandro a la cabeza. En una de esas, entienden la relación costo-calidad del
servicio, aunque no creo en milagros.
Si hay un hilo que une los casos relatados precedentemente
–reales, sólo cambié los nombres, aunque no se trata de gente que se
autoflagele leyéndome– es que votan. Sí, lo hacen y su voto vale tanto como el
suyo, el mío, el de su vecino, o el del pibe de la esquina. Las reglas de la
democracia. Y cada vez que he marcado
que un boludo vota, otros me saltaron a la yugular y me acusaron de pretender
el voto calificado, de discriminar al que no piensa como yo, y otras
maravillas. Estimados: el día que exijamos que los calificados sean los
candidatos, se acaban los debates. Mientras tanto, la ignorancia es negocio.
¿Quién en su sano juicio haría lo que corresponde cuando
puede administrar tirando manteca al techo y garantizarse que a futuro lo
recuerden como “el presidente con el que mejor estuvimos”? Está claro que nadie
la pasaría mejor que en una fiesta de Hugh Heffner en la mansión Playboy, pero
si los que podemos exigir no lo hacemos en tiempos de diálogo, si nos callamos
siempre porque los otros fueron una asociación ilícita sin precedentes, si
aplicamos la más burda autocensura por si las moscas, volveremos a padecer
nuestro estadio natural: el de la queja frente al gobierno de los que viven de
la ignorancia en un eterno loop de la maldición de Jenofonte: si en vez de
gobernar para lo que necesitan los pobres se les da a los pobres lo que
quieren, venderemos las joyas de la nonna sólo para tirar esta tardecita, no
más. Pero con felicidad. ¿Mañana? Veremos lo que pinta.
“La pasión de los demagogos trajo un relajamiento en las
costumbres políticas”, tiró Aristóteles en la mesa de un bar ateniense en la
primavera del año 302 antes de Cristo. 2.314 años después seguimos en la misma:
después de un largo período en el que nos gobernaron como quisieron, no tenemos
intenciones de dejar los fanatismos de lado para convertirnos en ciudadanos que
exigen. Nos arruinaron o ya lo estábamos, da igual. Quizá el kirchnerismo
explotó la idea de estropearnos culturalmente, pero ya no importa, el daño
existe.
Todo nos parece festejable, rescatable, positivo, aunque se
trate de un fallo en contra de un intento por subsanar la impulsividad
demagógica. El porteño, de aristócrata sólo tiene la autoestima. En el fondo
somos impulsivos, nos resbala cualquier cosa a futuro que tengamos que pagar y,
mientras bardeamos a los brutos creyendo que es lo mismo falta de estudios que
ignorancia, caemos en la misma de lo que criticamos: el futuro es este mes
mientras pueda pagar otros lujos, sea la cuota del celular, la Motomel, o una
quincena en Londres. ¿La infraestructura energética? Que se encargue cadorna,
es un derecho humano, salvemos a los rayos, liberemos a las tormentas
eléctricas, basta de genocidio energético, o la saraza discursiva que pueda
surgir en el camino.
El daño cultural llegó tan lejos que propició que los
políticos opositores a los que se fueron, en cierto punto, sientan una culpa
populista falsa, dado que el demagogo no siente culpa: no es su plata y no
concibe al erario público como un patrimonio común a administrar. El que se
plantó como antipopulista, si bien puede no festejar la necesidad instintiva
del pueblo, hoy puede llegar a sentir empatía por esa tendencia del votante a
vivir su visión particular como un problema de todos, que debe ser solucionado
urgentemente. A él solo, claro.
Mientras, la militancia kirchnerista residual (esa que aún
no aceptó el duelo para reconvertirse políticamente o, en su defecto, ponerse a
trabajar) puede encontrar una ventana entornada en la falta de ganas del
gobierno de aprovechar todas sus vías de comunicación para comunicar. La
naturaleza no acepta vacíos y los espacios que el gobierno abandonó para marcar
la diferencia son ocupados por quienes aprovechan la ignorancia de quienes no
entienden por qué no pueden comprarse un celular último modelo si no tienen
para comer. Los ahora opositores saben que entre el sector de la sociedad con
menos recursos también perdieron las elecciones, pero como les resulta
insoportable aceptar la realidad de que el pobre no deja de tener aspiraciones
de ascenso social, van a convencerlos de que cagar más alto de lo que el culo
puede es un derecho humano de primera generación. Después de todo, Lenin ya
teorizó hace un siglo que la conciencia del pueblo no viene del pueblo, sino de
los que le dicen lo que necesita y no sabía. Entiendo que el gobierno haya
querido darnos un respiro pero no creo que el camino para curar las heridas
culturales sea abandonar la lucha por la conciencia ciudadana. No es combate
leninista: es no regalar el partido al que está al acecho para llegar al poder
en nombre de un pueblo que sí sabe lo que quiere, aunque no sepa cómo: estar
bien.
Mientras tanto, un buen ejercicio es dejar de suponer que
investigar a un funcionario es un intento golpista. Primero, porque una nota no
puede voltear a un gobierno y menos en este país. Y segundo, por una cuestión
de pudorosa coherencia: si vamos a aniquilar a los mensajeros, corremos el
riesgo de demostrar que no jodía el kirchnerismo, sino los kirchneristas.
Domingo. Papá Noel,
los Reyes Magos, el Ratón Pérez y la Verdad, son los padres.
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