Por Manuel Vicent |
En esta grave crisis por la que atraviesa el país debería
ser normal que el Partido Popular y el Partido Socialista pactaran una salida;
para eso sería necesario que la derecha española fuera también normal, como en
Europa, cosa que no sucede aquí. Por supuesto, los socialistas deberían
facilitar con su abstención que gobernara el Partido Popular, pero a mi juicio
existe un obstáculo insalvable.
No es la economía, ni la reforma laboral, ni la ley mordaza,
ni la educación, ni la sanidad, sino la toxicidad política que emite esta
derecha lo que hace que el trato sea prácticamente imposible.
Es muy difícil pactar con un partido que permite que el
dictador permanezca en su panteón faraónico del Valle de los Caídos, un
escarnio a la memoria colectiva, mientras pone todas las trabas posibles a
desenterrar de las cunetas a los fusilados republicanos hasta hacer sentir a
sus familiares que fueron los culpables de aquella tragedia.
Para evitar el rechazo tóxico que provoca, esta derecha
debería sacudirse de encima el franquismo larvado que aún la atenaza y cumplir
dos requisitos básicos: entregar los huesos de Franco a su familia y condenar
oficialmente el golpe de Estado del 18 de julio, algo que no ha sucedido
todavía.
El Partido Popular se comporta como el dueño del cortijo y
siempre tiene a mano algún capataz dispuesto al insulto con la boca torcida al
estilo tabernario. ¿Quién se atreverá a pactar con un partido imputado cuyo
presidente está metido hasta las cejas en la pocilga de la corrupción?
Tampoco la izquierda se ha liberado del resentimiento
histórico de haber sido derrotada por las armas. Da la sensación de que en la
política española persisten calientes todavía algunas cenizas de la Guerra
Civil, que han impedido la verdadera reconciliación nacional, un veneno que
ambos bandos no han acabado de purgar. Y así nos va.
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