La mala Guerra
Por Martín Risso Patrón |
« "Ese hijo de puta no tendría Q verte hecho eso pq te kito la
vida así, 24 anios a 20 días d cumplir 25 est hijo d puta ya la va a pagar
hermano t lo juro, se Q ai un Dios Q lo be todo y Q ase justicia" [...]
Pagarán lágrima por lágrima»
[Post en Facebook del hermano de Ricardo
Krabler, un ladrón muerto por su víctima de robo].
La peor tragedia de la Humanidad, desde sus mismos inicios
como organización social, ha sido y es, la Guerra. Ese monstruo polimorfo que
mueve las piezas de un siniestro juego de tablero, en el que el tablero es el
planeta, y las piezas, los seres humanos; la Guerra. Desde el hondazo
primigenio hasta el Fat Boy de Nagasaki e Hiroshima, pasando por el gas mostaza
en las trincheras europeas entre el 14 y el 18 del siglo XX; la desaparición
lisa y llana de gente, la bomba molotov, la tumbera y los cartuchos adosados al
torso de los niños asesinos sin saberlo. La detonación de un arma legal y
legítimamente portada por un médico que elimina a su víctima, hasta ese momento
despojadora de los bienes ajenos con la prepotencia del caño y la puteada. Todo
es tragedia. Todo.
Las amenazas públicas, solapadas y también las anónimas
dirigidas a legisladores, funcionarios. La Guerra. También la tasa de
asesinatos sorprendente, según medios de comunicación, que irrumpió en la
estadística policial y judicial de Rosario de Santa Fe; tasa más alta que la de
Colombia con su guerra doméstica y no menos dolorosa.
Para que haya un estado de guerra, se hace necesario señalar
algunas condiciones: Un territorio [llamado teatro de operaciones], un motivo,
la declaración mutua o unilateral entre contendientes; también la logística de las armas y la supervivencia de sus actores.
Comunicaciones y un potencial de carga doctrinaria [de lo que sea], o sea un
convencimiento de que aniquilar al otro
está bien, es bueno, es lo mejor. Como lo pensaron los Roosevelt, los
Stalin, Hitler, Hirohito, los Hititas, Videla y los innombrables cárteles de lo que ya se sabe qué. Escuchar y
leer lo que afirman a este último respecto los D’Elía y la ancianita malhablada
del pañuelo ensuciado. Tanto como aquel que atraca en una veloz acción al que
sale a laburar o viene de estudiar; o al pelotón de aniquilamiento de rugbistas
que patotean a alguno a la salida de un boliche, o esos que asesinan dentro de
un ómnibus de Saeta.
Cada cual, desde los faraones, el Inca conquistador y los
abusivos colonizadores que salieron con arcabuces, perros y espadas de una
Europa eternamente medieval a cazar hombres en América, y los que arrojando
cuerpos vivos desde aviones al río hacían su Cruzada contra el aleve asesinato
terrorista, hasta los que al anochecer se van poniendo grises para tomar la
vida del otro en la madrugada, todos, responden
a un mandato que hoy, Paisanos, hoy es una norma más de convivencia, para
desayuno, almuerzo y cena de todos.
No es difícil hallar el cambiante territorio donde se libra
el combate. Ahora que la guerra, he de ser más preciso, se libra en las ciudades de la República. Rosario de Santa Fe,
Buenos Aires, el Trópico de Capricornio, Salta, a la vuelta de casa, el ómnibus
de Saeta. Territorios liberados para la masacre diaria.
Ni negar que la logística está funcionando. Cuando los
amenazantes recorren medios de información, hacen uso abusivo de los micrófonos
y de las cámaras y del papel de comunicar noticias, y hacen uso del teléfono
gratuito de las emergencias, eso es pura logística. Lo mismo que los medios de
fuego tumberos que se venden como agua en talleres artesanos del mal a precio
de liquidación.
¿Y el discurso? ¿Ese sostén doctrinario que proporciona la
lógica sesgada que tiene la guerra? Lo tenemos servido en bandeja: “Cualquiera
comete errores”, dijo Silvia, la madre de Ricardo Krabler, muerto en acción por las balas más rápidas de su víctima de robo,
un médico que salía de su laburo, defendiendo su vida y sus bienes, al ser
inquirida por un periodista sobre los antecedentes judiciales de su hijo,
vastos y copiosos. “Los blancos son unos hijos de puta”, Luis D’Elía al
justificar las patoteadas y la toma y destrucción de una comisaría en Buenos
Aires. “Macri debe caer, ese HP”, Hebe Pastor de Bonafini, al predecir la caída
de la República por sus manos. Es momento de aclarar por aquí, que las amenazas veladas y las expresas, son
operaciones de guerra, Doña Clota. Es lo que se llama preparación del
terreno. Es la propaganda que indica el Manual siniestro de la Guerra.
Las fuerzas tácticas
Comandos entrenados, guerra de localidades, fantasmas del
pasado, hoy. Tenemos la Túpac Amaru, con sus camisas pardas y sus palos largos,
y sus pistolas, por hoy ocultas; los chicos de Esteche & Cía. Tenemos a las
gordas encapuchadas de rostro tapado por una kufiyya bataraza, propia de los
fedayines palestinos, que salen a piquetear contra el hambre y el desempleo.
Gente sin rostro, como la guerra exige. También tenemos a esos encapuchados
casi medievales del apriete y el disparo para robar cualquier cosa a cualquier
viandante.
Incluso, la misma República, uniforma al delincuente igual
que sus propias fuerzas de seguridad; ¿o no vimos a los López, y los Pérez
Corradi, entre otros, encasquetados con el casco OTAN de las fuerzas del orden,
además del correspondiente chaleco de kevlar, para protegerlos?
Los comandos
estratégicos
Como un Fénix
apócrifo y amenazante, se alza una expresidente de la República
exhibiéndose casi obscenamente a las puertas mismas de la Justicia que la
persigue legalmente y bailando en un balcón de un pisito coqueto, ganando
la calle, como le gusta decir, siendo esto una ratificación de que
existe un teatro concreto de operaciones.
Otros fantasmas del pasado, como Esteche o Sala se prodigan en lucubraciones
bélicas, sin filtro.
Son otros diferentes pero iguales, los que mandan a hackear
el facebú de un honrado Defensor del Pueblo para desencadenar la guerra santa de los derechos humanos
dejándolo como nazi con sólo escribir arteramente en el espacio privado de su
muro, “judíos hijos de puta, etcétera”, y los
listillos de siempre tragarse la albóndiga envenenada, gesticulan y
ensordecen a los viandantes denostando a
ese Fiscal sin fiscalía que es el valeroso Defensor del Pueblo en un vecindario
doméstico poniendo como estandarte los derechos y humanos; como aquel
asesino que dijo: Los argentinos somos
derechos y humanos. Invocan a los
Dioses de la Antidiscriminación sin tener el más mínimo pudor de averiguar
lo que ha pasado. Comandos estratégicos de este caos. Sentados a la mesa ociosa
de un café, o ante opulentos escritorios de sus oficinas imperiales, o en
dependencias ad hoc; da lo mismo.
Los que teniendo siquiera un Jerónimo de poder, discuten y
discuten y vuelven a discutir en sus escaños comunales sobre las bondades de
mandar a un ghetto a la gente que ha
decidido ser diferente; esos son también estrategas de esta guerra
permanente.
Los prevaricantes que dejan fuera a los asesinos y
violadores, cuando debieran estar adentro, zaffaronistas de la primera hora, o
cajonean o dan carpetazos siempre y cuando la ecuación convenga. Todos
estrategas.
El jefe de Estado de un reino de dos palmos pero con poder mundial
que banca que sus monjas se compliquen en latrocinios, y pretenden por otro
lado justificar laceraciones autoinfligidas, negando la actuación de la
Justicia de nuestro soberano territorio porque
lo sucedido es intramuros de un convento y el convento está sometido a normas
que exceden a las leyes de la democracia nacional [como sostiene un
comunicado de sus embajadores locales]; ese, también es un estratega de la
guerra, Paisanos. Interviene sin careta en la soberanía nacional, y nadie le
dice nada.
La mala guerra es
peor
Si la guerra es trágica, la mala guerra es peor. Desafío a mi paciente lector, a ver si
encuentra un atisbo siquiera de que esta guerra cotidiana que señalo y
denuncio, de la que nadie se hace cargo
ni denuncia, tiene un motivo que la deje en guerra nomás. Nada. Cada cual
tiene su motivo. Si hasta la guerra, paisanos, se ha convertido en una cruzada
personal por estos días en nuestras calles, en nuestra realidad. ¿Nunca lo
jorobaron al mediodía en el centro con un piquete a la hora que más molesta,
los que quieren que la realidad sea como ellos piensan que debe ser, sin
importarle un comino los demás, ignotos desocupados, artesanos, profesionales
del buscapinaje manoseador y determinante? ¿No le enchastraron su casa para
reivindicar ignotas revoluciones populares? ¿No les rompieron los cocos con los
altavoces, los bombos y las bombas sin que jamás puede usted dilucidar de qué
se trata tanto ruido? Creo que ahí está una clave: El ruido. Con la tecnología
de un par de altavoces estridentes, cuarenta o cuarenta y dos fedayines de
hiyyab que los convierte en amenazantes, hacen creer que son multitudes. La mala guerra es también estafadora,
querido vecino y distraído viandante. Nos
hace creer que es todos contra todos, y eso es mentira. Poniendo en cintura
a dos o tres o cien responsables estratégicos, nos daremos cuenta que es
posible construir.
Si no somos capaces de plantearnos que tenemos la voz y los
votos, y actuar en consecuencia, somos
carne, Paisanos queridos. Más vale que nos metan rápido en el horno con una
manzana en la boca y una zanahoria en otro lado.
Despertar es la consigna.
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