El instinto de
defender el interés nacional es mayor en
medio de los forcejeos que se producen
en la Eurozona.
Por Tony Barber
El nacionalismo es una de las tradiciones más fuertes de la
Europa moderna, pero cayó en descrédito después de la Segunda Guerra Mundial.
En medio de la avalancha de crisis que ha afectado a la Unión Europea (UE)
durante la década pasada -siendo el voto del Reino Unido para salir del bloque
el ejemplo más reciente- el nacionalismo está reapareciendo.
Ha adquirido una forma diferente del nacionalismo nacido
durante la Revolución Francesa en 1789 y que se enterró en 1945. Las
condiciones políticas y económicas actuales están a años luz de las de la
Europa del siglo XIX, cuando numerosos pueblos que habían alcanzado una
conciencia nacional no tenían su propio Estado. También están muy lejos de la
era de los extremos ideológicos -el fascismo y el comunismo- de los años
1918-1939 y de las serias dificultades económicas.
La Europa contemporánea es, fundamentalmente, un continente
pacífico y próspero. La UE brinda un marco para una cooperación extremadamente
estrecha entre los gobiernos nacionales. La UE les confía a las instituciones
supranacionales, tales como la Comisión Europea, el Parlamento Europeo y el
Tribunal de Justicia Europeo, un poder considerable. También a nivel popular,
las sociedades europeas se conocen mutuamente mejor que nunca, gracias a los
avances en las comunicaciones, a la educación y a las facilidades otorgadas por
los medios de transporte para los viajes en masa.
Sin embargo, el nacionalismo, con una nueva
"apariencia", está de vuelta en el escenario. Sus manifestaciones más
evidentes son, en primer lugar, la firme decisión de los gobiernos de defender
su propio interés nacional dentro de la UE; y, en segundo lugar, el aumento del
nativismo populista de derecha.
Ambos desarrollos reflejan profundas tendencias políticas y
sociales. Existe una desconfianza generalizada de las élites políticas,
parcialmente de las de Bruselas, pero sobre todo a nivel nacional. Más
específicamente, los votantes europeos de la facción centroizquierdista
moderada están perdiendo la confianza en la capacidad de la socialdemocracia
del siglo XX de ofrecer seguridad económica y proteger la identidad.
Por supuesto, el instinto de defender los intereses
nacionales propios en Bruselas nunca estuvo completamente ausente, ni siquiera
durante el apogeo de la integración de la UE en los años 1980 y 1990. Sin
embargo, el instinto se ha elevado a nuevas proporciones en medio de las luchas
de la eurozona para mantenerse unida y de la crisis de refugiados y migrantes
del año pasado.
Lo anterior se evidencia en la paralización del esfuerzo por
profundizar la unión bancaria europea por medio de un sistema de garantía de
depósitos bancario común. También se observa en el incesante deseo de algunos
gobiernos de manipular las normas sobre disciplina fiscal. Y queda claro en la
decisión que tomó la Comisión la semana pasada de permitir a los parlamentos
nacionales vetar los términos de un acuerdo comercial entre la UE y Canadá. Es
probable que la autodefensa nacional también destruya un propuesto acuerdo
comercial entre la UE y EE.UU.
Hace un año, las principales instituciones de la UE
publicaron un informe sobre la promoción de la unión económica, financiera,
fiscal y política. Las copias del informe recibido languidecen acumulando polvo
en los cajones de las capitales nacionales.
Ningún gran esfuerzo de integración es concebible hasta
después de las elecciones presidenciales francesas y de las elecciones
parlamentarias de Alemania del año próximo. Incluso entonces, puede que no
acontezca. Los republicanos de la oposición centroderechista de Francia -que
están bien posicionados para ganar tanto la contienda presidencial como las
elecciones legislativas posteriores- analizan controles más estrictos en las
fronteras nacionales, una reducción del papel de la Comisión y una mayor
influencia a nivel nacional sobre las políticas comunes de la UE. Esta postura
tiene mucho en común con la del gobierno nacionalista conservador de Polonia.
La segunda forma de nacionalismo en la Europa actual es el
populismo derechista radical. Es una fuerza más potente que la del radicalismo
izquierdista, como se puede observar en la derrota del partido político Podemos
en las elecciones de España el mes pasado; en la creciente impopularidad del
gobierno de Grecia liderado por Syriza; y en el callejón sin salida al que
Jeremy Corbyn y sus aliados neomarxistas están conduciendo al Partido Laborista
del Reino Unido.
La derecha radical, al menos en Europa occidental, es menos
antisemita de lo que era durante el caso Dreyfus de Francia en la década de
1890 y bajo el nazismo alemán. Es, más bien, islamófoba y antiinmigrante. En
octubre, Austria organizará una repetición de sus elecciones presidenciales que
puede resultar en que un candidato de este tipo se convierta en el primer jefe
de Estado de la UE con tales tendencias democráticamente elegido.
Sin embargo, la derecha radical es más que nativista. Se
basa en una fuente de iracundas actitudes entre los sectores de la sociedad que
se sienten ofendidos no sólo por el multiculturalismo, o por las pérdidas
sufridas en una economía globalizada, sino por los valores liberales (como, por
ejemplo, la prohibición de la pena capital en el Reino Unido).
Parte del atractivo del populismo derechista es que machaca
incesantemente con el tema de que los principales partidos políticos, especialmente
desde el final de la Guerra Fría, son casi indistinguibles entre sí y que no
ofrecen una opción adecuada. No sin razón, a los partidos se los describe de
corruptos y desconectados de la vida cotidiana.
Pero no todo está yendo a favor de los populistas. Su
principal debilidad es que no tienen políticas económicas más allá de una furia
iconoclasta contra el euro, contra el libre comercio y contra los extranjeros,
quienes supuestamente son parásitos del Estado del bienestar.
El nuevo nacionalismo no cuenta con soluciones creíbles para
una Europa moderna que, a pesar de todos sus problemas, debe fijar sus
esperanzas de un futuro mejor en la cooperación mutua y en una actitud abierta
ante el mundo.
0 comments :
Publicar un comentario