El fiasco del
tarifazo disparó la primera protesta masiva contra la administración Macri. El
peronismo mira a Massa.
Por Ignacio Fidanza |
El cacerolazo es el despertador que el gobierno de Mauricio
Macri estaba necesitando. La gran duda es si sabrá escucharlo. Sufrir una
protesta masiva y espontánea con apenas 217 días de gestión no sólo revela que
la Luna de Miel terminó, sino que la lluvia ácida de la exposición real y
forzada de la corrupción kirchnerista, ya no alcanza para cubrir el malestar
social.
La dinámica de lo impensado encuentra al Gobierno con la
guardia baja en lo político, pero algo más grave: Con el programa económico
mostrando sus primeros indicios de desguace. Se impone un golpe de timón.
La mala praxis del equipo de Macri en el diseño del
tarifario sorprendió porque se suponía que lo de ellos era el Excel. Se podían
esperar algunos coscorrones en la política, pero era impensado imaginar que la
primera crisis seria la iba a producir una falla de gestión técnica.
Hay por eso un doble desencanto: De los ingenuos que
creyeron que era posible ordenar el desastre heredado sin ajustar y de aquellos
más realistas, que se ilusionaron con una gestión eficiente de ese proceso
necesario. Si el modelo intuido es la construcción del típico país “exitoso” y
desigual de Latinoamérica, como Colombia, Chile, Perú o México, lo que todavía
no se ve es la parte exitosa.
La macroeconomía sigue arrojando números incluso peores que
los que dejó el kirchnerismo. Se entiende la idea del dolor necesario, como
antesala de la recuperación. Pero los números son ineludibles. Inflación,
destrucción de empleos, caída de la actividad y déficit están igual o peor.
Frente a esto se apela a una exposición de la corrupción
kirchnerista, combinando revelaciones impactantes con medias verdades forzadas.
Es notable ver como ante cada situación crítica de gestión o malestar social,
aparece un nuevo video, testimonio, arrepentido o impactante medida judicial. Y
si no surge nada nuevo, se refrita hasta el cansancio lo que hay. Creando así
una agobiante nube de escándalos, que acaso el Gobierno debería mirar con menos
entusiasmo.
Es que la Argentina ya vivió un proceso de estas
características, que al final del día terminó generando un coctel explosivo de
malestar social por las dificultades económicas, combinadas con una indignación
general contra la clase política. En algún punto, en la cabeza del ciudadano
hastiado se pueden mezclar en una tormenta perfecta, el tarifazo, los bolsos de
López, las cajas de Cristina, las cuentas offshore de Macri y las acciones de
Shell de Aranguren.
Es muy sintomático de este riesgo, lo que ocurrió con el
flamante intendente de Cambiemos de General Rodríguez: En menos de dos meses
pasó de héroe de la noche en la que apareció en la madrugada en el momento
preciso de la detención de José López al escrache violento que sufrió este
miércoles por el tarifazo.
Los aprendices de brujos que juegan a manipular climas
sociales, suelen terminar con las manos quemadas.
El peronismo
agazapado
Sergio Massa entendió acaso mejor que nadie en esta etapa,
que la sociedad argentina se maneja con liderazgos: Oficialistas, pero también
opositores. Con esa convicción se subió a la agenda del momento y día a día se
va convirtiendo en el hecho consumado del peronismo, que se empieza a resignar
a su conducción o al menos a su candidatura.
Como ya se quemó con leche, Massa demora definiciones y
propone para este año construir puentes sólo en base a acciones legislativas.
Como la ley para las policías locales que cerró con los intendentes peronistas
que lidera Martín Insaurralde o los beneficios a Pymes que festejó con
Pichetto.
El peronismo encuentra hoy en Massa, aún a disgusto, esa
voracidad por el poder, esa irreverencia, esas ganas de protagonizar, que por
distintos motivos, Cristina, Scioli y Randazzo no quieren o no pueden asumir.
En el tic tac del cambio social que disparó Cambiemos, el diputado aparece como
el contrapeso mejor situado.
Y este es el otro dato central: Macri no sólo tiene que
zarandear su gobierno y darle un mando claro al área económica, que hoy empieza
a pasar la factura ante las fisuras del experimento de atomizarla en cinco
ministerios y dos coordinadores. Macri debería también revalorizar de manera
urgente la política.
El tornado que se está edificando ante sus ojos es
transparente: Massa, más Stolbizer, más un grupo de intendentes fuertes,
apoyados en un discurso que apunta a quedarse con los peronistas, los náufragos
del kirchnerismo y los desencantados de Cambiemos, es promesa de una elección
complicadísima. Y si se pierde la provincia, se perdió el país. Escenario que
si llega a cristalizarse, hará al Gobierno extrañar estos días aciagos.
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