Por Pablo Mendelevich |
Lo dijo la diputada ultrakirchnerista Diana Conti al ser
entrevistada en televisión por Mauro Viale: si Cristina Kirchner fuera presa
habría "un reclamo popular muy fuerte". ¿Sería realmente así?
No hace falta aclarar que Conti hablaba de un reclamo en
contra de la detención, no para que la dejen adentro. Sin embargo, la cuenta
final no le daba nada mal a la diputada, visto desde su lado.
Si la meten presa
"la van a empoderar aún más", advirtió antes de colar el verbo
gardeliano-peronista volver. La diputada supone que, empoderada "aún
más" en prisión, Cristina Kirchner volverá al gobierno. No es la misma
clase de retorno en la que parecen estar pensando los jueces que investigan a
la ex presidenta.
Conti prefirió focalizarse en el antecedente de Perón y
saltearse a Frondizi, Alfonsín y Menem, entre otros presidentes que en su hora
fueron grandes sucesos y generaron movimientos políticos centrales, pero una
vez en el llano ni siquiera sobrevivieron como para consagrar una oferta
partidaria de subsistencia, con propuestas políticas más concretas que
nostálgicas. Perón sí perduró y volvió, claro, aunque antes de eso fue lo que
Cristina Kirchner quiere ser hoy, perseguida política. En los próximos meses la
escucharemos hablando de Perón mucho más de lo que lo hizo como presidenta,
cuando se decía evitista. No tardará en comparar su infortunio de hotelera con
las acusaciones de la Revolución Libertadora sobre el oro que supuestamente se
había llevado el general a la cañonera.
Ella se proclama perseguida política de jerarquía judicial
por lo menos desde que compareció por primera vez en el juzgado de Bonadío. Ese
día entregó un escrito en el que se elevaba al podio no sólo con Perón sino con
Yrigoyen ensamblado. Cada vez que un movimiento nacional y popular es
derrocado, decía allí, se le atribuye la comisión de graves delitos, siempre
vinculados con abusos de poder, corrupción generalizada y bienes mal habidos.
No aclaraba por qué el golpe de estado que dio Mauricio Macri el 10 de
diciembre de 2015 se privó de mandarla directamente a Martín García.
Digamos que en el arte de la victimización -especialidad de
Perón- Cristina se pasó de la raya. Su postulación mesiánica repujada en bronce
no parece un buen punto de partida para convencer a las multitudes de que deben
reclamar por su libertad inmediata en caso de ser necesario, mientras la
televisión alterna la imagen de los dólares revoleados por López con la de los
prolijamente ordenados por Florencia Kirchner. ¿Con qué argumentos marcharían a
Comodoro Py las columnas con los carteles de "liberen a Cristina"?
Tal vez sean algunos de los famosos pibes para la liberación, quienes al menos
no requerirán adaptación alguna de la letra: nadie descubriría si antes se
referían al imperialismo yanqui o vieron venir el futuro.
Pero, aclaremos, estamos hablando de multitudes, de lo que
anunció Diana Conti, no de la fanaticada irreductible que vivaría a Cristina
Kirchner en Comodoro Py aún si ella declarase ante Bonadío que las estimaciones
de Lilita Carrió sobre dinero robado en los doce años son correctas.
Para que la victimización funcionara se tendrían que dar al
menos dos condiciones: una, que los perseguidores de quien se dice más que
buena sean percibidos como los malos; dos, que la perseguida dé una explicación
razonable para pulverizar las acusaciones, de modo que la falsedad resulte
palpable. La identificación de los perseguidores con la maldad exige
descontento social profundo, fatiga con el gobierno de Macri, hastío,
descomposición. Es lo contrario de lo que hoy informa la mayoría de las
encuestas. Por cierto, la sociedad es muy volátil. Y el humor colectivo, hoy
ostensiblemente tolerante con un ajuste por cuyo origen la mayoría culpa al
gobierno kirchnerista, puede cambiar. Pero al kirchnerismo residual no le funcionaron
hasta ahora los tres grandes intentos que hizo para invertirlo.
El primero fue con la inflación. Pronto los estrategas
kircheristas advirtieron que su credibilidad como denunciantes de este flagelo
no era demasiado elevada y tuvieron que abandonar la causa, por más que la
inflación empeoraba. El segundo fue con los despidos. El kirchnerismo, aunque
no consiguió hacer un diagnóstico preciso del problema y demostrar su hondura,
logró sacar una ley, que fue inmediatamente vetada por el presidente Macri. Fin
de la historia. No se habló más de despidos, pese a que hace apenas dos meses
ése era, supuestamente, el problema más grave que había en la Argentina. El
tercer asunto fue un servicio que el gobierno le ofrendó a sus adversarios, la
mala praxis con las facturas de gas y electricidad. Los kirchneristas, cuya
flexibilidad discursiva parece ilimitada, salieron entonces a cacerola batiente
mezclados con vecinos indignados y con trotskistas organizados. Rebautizaron
ruidazo la movida, encendieron una señal de alarma, pero no dieron vuelta la
taba. Los funcionarios macristas salieron a timbrear en La Matanza, algo que
hoy Cristina Kirchner no puede hacer.
Este capítulo, sobre todo el del gas, es el que ahora está
en desarrollo, si bien ningún encuestador pronostica que vaya a significar,
pese a los errores del gobierno, el fin de la paciencia colectiva ni, mucho
menos, el comienzo de la indulgencia con la anterior presidenta.
En cuanto a las explicaciones sobre el estanciero
patagónico, hoteles alquilados, lavado, secretarios enriquecidos, dólares,
bolsos, conventos, efedrina, narcos amigos, triple crimen, etcétera, Cristina
Kirchner necesitaría decidirse por una línea, ya que no la favorece el cambio
continuo de argumentos. Del odioso Bonadío solitario pasó al partido judicial
controlado por Magnetto (una reposición), en referencia a la institución en la
que el kirchnerismo nombró al 70 por ciento de los jueces y fundó Justicia
Legítima. Algunos de sus exégetas dijeron que con todo lo bueno que había hecho
el kirchnerismo no importaban demasiado unos pocos miles de millones de
dólares.
José Luis Gioja, presidente del Partido Justicialista, viene
de explicar que la presidenta no sabía nada de la corrupción. Pero el
kirchenrismo traía otra línea, la de que corruptos somos todos, también
conocida como "¿Y Macri?" o "claro que hay que investigar la
corrupción: los Panamá papers".
Alguien debería advertir que las líneas no hubo corrupción,
hubo corrupción pero yo no sabía nada y somos todos corruptos no son
compatibles entre sí. La incoherencia de una persona bajo sospecha difícilmente
produce reclamos populares "muy fuertes", menos vueltas gloriosas.
0 comments :
Publicar un comentario