Por Jorge Fernández Díaz |
La película de los días pasa en cámara rápida, asombra al
más suspicaz y se parece a la serie del mago enmascarado: no era magia, al
final sólo se trataba de un ingenioso mecanismo de engaño. Resulta que los
nobles "emancipadores", mientras denunciaban a todo crítico como
cipayo y entreguista, le regalaban 1500 millones de dólares al peor capital
financiero.
Esos bonistas afortunados se sirvieron del patológico afán por fingir que caracterizaba al gobierno cristinista. Que trucó las cifras de crecimiento para ganar imagen en los barrios, a sabiendas de que cuanto más inflaba los números más les entregaba el patrimonio nacional a esos buitres amaestrados por el cupón PBI. No se sabe a ciencia cierta qué hubiera dicho de semejante boutade el general Perón, que también fue noticia esta semana, aunque no por la actualización de su ideario, sino porque su heredero legal confirmó que un obispo comisionado por el gobierno kirchnerista le habría ofrecido treinta millones de dólares por esas pertenencias históricas. El negocio era más o menos así: el Poder Ejecutivo le pagaría oficialmente cien millones, y él tendría que devolver en secreto setenta, que serían destinados a "hacer política". Recaudar con los efectos personales del líder amado ya es rizar el rizo, comedia negra italiana de botín, obra cumbre del esperpento y la ratería. A Soriano se le haría agua la boca.
Tampoco podemos imaginar qué habría pensado Perón de los dos
documentos intelectuales que el Movimiento produjo en estas horas aciagas. El
primero es la llamada "Declaración de Formosa", que fue auspiciada
por el moderno regente del congreso nacional del partido, el progresista Gildo
Insfrán. "La universalización del pensamiento peronista es un aporte
doctrinario a la humanidad", dice ese texto, decretando que la autocrítica
y la modestia son desviaciones gorilas. El manifiesto reivindica el
federalismo, después de haber practicado un feroz régimen unitario; la cohesión
del movimiento obrero, que el anterior gobierno se cuidó de quebrar en cinco
partes, y la unidad nacional, tras una década de grietas abiertas
deliberadamente entre "el pueblo" y la "antipatria" (ver
Laclau). Este nuevo programa del peronismo repudia, a su vez, la integración
con la Alianza del Pacífico que lidera la otrora compañera Michelle Bachelet;
la desigualdad que ellos mismos supieron consolidar durante doce años de
dispendio; el individualismo que exacerbaron sepultando la cultura del ahorro y
dándole gas al consumo cortoplacista e insustentable; la economía en negro, que
la administración "inclusiva" no removió, y la acumulación de
riqueza, principal tarea a la que se abocaron sus caciques multimillonarios. En
dos temas, sin embargo, expresan suma coherencia: los que permitieron la
inédita instalación del narcotráfico en la Argentina creen que, por lo general,
la lucha contra ese aberrante fenómeno encubre una argucia del imperialismo, y
los que fueron violadores seriales de la Constitución cargan expresamente
contra ella.
El peronismo, lejos de impulsar una renovación republicana,
se aferra a sus recuerdos más conservadores, sin discutir su pálida ideología:
a estas alturas, sólo una vaga e incompleta noción de justicia social
perpetuamente frustrada por sus propias inconsistencias. A propósito: Miguel
Bein, el gurú económico del candidato presidencial de Gildo y sus amigos,
rechazó la idea de que el actual jefe del Estado practique el neoliberalismo
("es un desarrollista y un constructor"), y admitió que ni con Macri
ni con Scioli se hubiera podido sostener el irresponsable régimen de manteca al
techo y plata dulce. También señaló que la agenda actual es la que él mismo le
recomendaba al torpedo naranja: "Pasar del crecimiento basado en el
consumo al desarrollo basado en la inversión".
El segundo paper
lo pergeñó una vez más Carta Abierta. Los profesores trabajan sobre dos
vocablos: asterisco y arquetipo. Piensan que Josecito López y los múltiples
imputados serán apenas un llamado a pie de página en el gran libro de la
historia jamás contada del glorioso movimiento nacional y popular. Esos
"asteriscos dolorosos" desencadenaron, por dar un solo ejemplo, las
muertes de Once, y las investigaciones judiciales van armando un rompecabezas
según el cual aquí hubo una estrategia organizada desde la cumbre para el
reembolso venal: será muy difícil que el conductor inmortal no termine asociado
al posible arquetipo de un modelo de matriz corrupta diversificada. Las
evidencias, tantas veces aletargadas, hoy son torrenciales: no llueven
inversiones, pero sí escándalos por doquier. Y hay sentencias verbales de
enorme contundencia. Guillermo Dietrich, vicepresidente de la Cámara Argentina
de Comercio, dijo el martes: "Si escarban, esto estalla. Los empresarios
fuimos cómplices". Horacio Rosatti, el ex ministro de Néstor Kirchner que
fue votado por muchos senadores peronistas, asumió en la Corte y ratificó en
público que había renunciado a aquel equipo por sobreprecios y actitudes
sospechosas. El ex ministro de Cristina Lino Barañao fue contundente:
"Lamento que un proyecto al que suscribí haya sido mancillado por la
codicia y la corrupción". Y la escritora kirchnerista Elsa Drucaroff, en
nombre de los militantes realmente honestos, colgó en su Facebook una carta en
la que declara: "Los corruptos no son seres aislados particularmente ambiciosos
que toman cocaína o les falta honestidad; marcan una mecánica de funcionamiento
sistémico. Y Cristina tuvo la posibilidad de cambiarlo (tuvo una legitimidad
inmensa, tuvo el poder y el apoyo masivo para hacerlo). Pero no sólo no lo
hizo, ni siquiera lo intentó, participó activamente de lo mismo".
La Pasionaria del Calafate no acepta esta verdad honda y
lacerante, que no sólo la compromete a ella, sino que toca de cerca a su
familia y despinta a su famoso príncipe azul. La obcecada idea a la que se
aferra en medio del maremoto consiste en denunciar por persecución ideológica a
los medios, al "partido judicial", al frente Cambiemos y a la
embajada norteamericana. Sólo falta la sinarquía internacional, pero hay que
darle tiempo. La táctica central estriba en contagiar su propia ficción, que es
negacionista. En Cien años de soledad
se describe a un personaje femenino de la siguiente manera: "Llegó a ser
tan sincera en el engaño que ella misma acabó consolándose con sus propias
mentiras".
La prosa de Cristina transmite inconscientemente la
contrariedad ante el hecho impertinente de que varios jueces de la Nación se
atrevan a bucear en las acciones, omisiones y propiedades de una ex presidenta
constitucional. Su sorpresa frente al dato de que los cronistas judiciales conocen
de antemano algunos de los allanamientos y diligencias no comprende por enésima
vez la simple tarea del periodismo y tiene por objeto demostrar una conjura
alucinada: la prensa maneja a los magistrados, y unos y otros son orquestados
por Mauricio Macri, que quiere verla presa. En verdad, al oficialismo no le
conviene la licuación tan rápida de una fuerza que divide a la oposición ni de
una adversaria que presenta tantos flancos débiles, y que es defendida por
piantavotos con libertad ambulatoria y por violentos con capucha. ¿Por qué
querría Macri perderse ese bocado de cardenal? Todos deberían velar, no
obstante, para que verdaderamente no prime el oportunismo judicial: Cristina,
como cualquiera, merece un juicio justo. No sea cosa que se hagan chapuzas
jurídicas y que nos veamos obligados a salir a defenderla.
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