Como nunca, el
tradicional caudillaje político de la provincia está en sus manos. A qué
juegan.
Por Roberto García |
Territorio femenino, extraño feudo de mujeres en un distrito
que siempre fue dominado por hombres de pelo en pecho, cepa ruda y hábitos
violentos. Nunca en siglos, salvo contadas excepciones –Graciela Fernández
Meijide e Hilda Duhalde por certificado de esposa–, hubo un matriarcado que
reinara en la tierra bonaerense con la influencia que hoy ejercen María Eugenia
Vidal, Elisa Carrió, Margarita Stolbizer y Verónica Magario, verdaderas
self-made women para cualquier tipo de postulación futura, imprescindibles para
conservar el poder o renovarlo.
Nadie pensaba que fuera necesario tanto caudal
para amamantar a la provincia de Buenos Aires, ni que ésta fuera Roma. Una
gobierna: llegó Vidal con la bendición de Mauricio Macri y se instaló como
heredera en la sucesión de la familia italiana; el código dice que a ninguno de
los dos le irá bien sin la colaboración del otro. Expresan, además, el mismo
mensaje: captar peronistas de cualquier pelaje, los radicales ya están adentro.
La segunda, Carrió, una recién venida a la comarca, es la Aduana de Cambiemos,
que examina a quienes pretenden ingresar y, sobre todo, propicia despedir
“ilegales” de su franquicia: no encaja en la moral utilitaria del Pro. Hay una
tercera que legisla y se fortalece por perseguir cada huella tormentosa del
kirchnerismo, que se alimenta sin engordar de comida basura, báscula fiscal
para decidir quién gana o pierde más en el continente bonaerense. No acumula la
outsider Stolbizer, sin embargo, número para su propio espacio. Y la última,
Magario, administra un municipio que es una provincia dentro de la provincia
más importante del país, hija del encargado financiero de lo que fue Montoneros
como empresa multinacional y, casi por cultura guerrillera, se afirma que tomó
prestado el tesoro político de quien la ungió, el limitado Fernando Espinoza.
En La Matanza como santuario aloja a refugiados del anterior oficialismo, no
vaya a ser que alguno se vuelva carenciado dentro de los próximos cincuenta años.
En este cuadro descriptivo sobre la constelación de cuatro estrellas femeninas
se advertirá una omisión: falta Cristina de Kirchner, nacida y criada en el
gravitante condado bonaerense, quien por edad, situación de retiro o
complicación judicial se ha desentendido de la provincia al extremo de no
visitarla siquiera como su “lugar en el mundo”. Tampoco participa de la vida
bonaerense; son contadas sus presentaciones en algún municipio adicto y, como
si no bastara, por egolatría le resulta ominoso ser comparada con el cuarteto
de damas bonaerenses.
Las cuatro, como los hombres, ya empezaron su periplo
electoral. Magario, técnica química, mantiene su promoción con un objetivo más
largo: suceder a Vidal. Ofrece unir el peronismo disperso con albergue nominal
en su intendencia y, en el último recuerdo de Evita, avanzó con ligeras
críticas a Macri. Hasta allí llega. En su convocatoria de albergue junta a
Daniel Scioli con José Luis Gioja –a quien el Gobierno, en su condición de
amateur, relevó de cualquier responsabilidad en las medidas que favorecieron a
las mineras–, y apuesta por un candidato que la represente el año próximo en el
Senado. Difícil proposición aun con la mitad de los votos peronistas de la
provincia: Florencio Randazzo quiere un per saltum para la Presidencia y Sergio
Massa no se acomoda a esta alternativa de amontonamiento, por ahora. Son los
dos únicos de un mismo origen que miden en las encuestas. Más urgida, Stolbizer
se fijó un sueño cercano en su calendario: la competencia senatorial de 2017.
Ahora se entretiene con Cristina en Tribunales, suma puntos, revisa expedientes
contra la corrupción pasada y se permite licencias para ver a su hijo en la
Olimpíada de Río, base de la selección de básquet (Laprovittola). No parece
tensa por las inquietantes amenazas de la ex mandataria por haber revuelto los
cofres rebosantes de su hija Florencia. No parece tensa, al revés de la
gobernadora Vidal y Carrió, amorosas entre sí pero de nerviosa relación por
divergencia de criterios. Una se favorece con la entente peronista; la otra
arroja irrecuperables cargos contra ese sector, imputa a Scioli y adláteres de
su gobierno pasado –riqueza y lavado ya advertidos por la prensa hace varios
años– y a figuras de la actual administración venalidades y tráfico de drogas
que marcan al propio jefe de Policía (Bressi), al ministro de Seguridad
(Ritondo) y a intendentes propios (Jorge Macri, el primo del Presidente), y a
ajenos como Granados y Posse, entre otros. Curioso: todavía no se lanzó contra
Mario Ishii. La acusación generó lipotimias, Carrió puso plazos, y finalmente
se reunió con Vidal hace horas para decir que están de acuerdo. Un montaje:
todavía nadie sabe la cantidad de platos que rompieron. Ni los que van a
romper. Lo de Scioli trepará en el termómetro judicial, y la reyerta con los
otros afectados se endureció en lugar de enfriarse: los afectados crearon un
cordón sanitario para defenderse de la diputada. Lo definió el propio Jorge
Macri: “Aquí se trata de ganar elecciones, no de acusar”.
La pugna es incierta: a Bressi lo sostienen bajo la
reverencia de que fue recomendado por “la embajada”, mientras a su alrededor
giran su antecesor Matzkin, algún elemento indeseable de la ex SIDE y hasta el
general Milani. Para la legisladora y sus asesores en situación de retiro, este
grupo constituye un peligro y lo vinculan al memorable “cajón” de fin de mes
que se atribuye a recaudaciones non sanctas de la Policía. Juran que Vidal
instruyó suspender esos ingresos. Al núcleo policial cuestionado, la Carrió le
agrega vínculos obvios con Alejandro Granados, caudillo de Ezeiza, antecesor de
Ritondo en Seguridad, al que desprecia por su historial político: fue menemista
ciego, condición que mantuvo con Kirchner, también con Cristina. Un crack del
cambio. Sí reconoce permanencia con otro contacto perenne: Eduardo Eurnekian,
empresario no sólo de hotelería y aeropuertos, y quien juguetea con Vidal,
aporta votos como desea la moral de Macri y se integra a otro círculo que
Carrió odia, encabezado por algunos jueces y el boquense Daniel Angelici. Si se
le agrega al núcleo otro enemigo de Carrió, el mielero italiano Ricardo
Lorenzetti, titular de la Corte Suprema, habrá que admitir que Vidal le selló
milagrosamente los labios a la diputada, tarea imposible para hombres como
Ernesto Sanz o el propio presidente Macri. Tal vez entre ellas se entiendan más
que en sus propios matrimonios.
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