El genio que todavía
da guerra con litros
de ingenuidad y libertad
Fernando Arrabal Terán: "En verdad el genio es un humano tan ingenuo que sueña con ser Dios ¡y a menudo lo consigue!" |
Por Alberto Alonso
Merdre! Sátrapa
trascendente. ¡Qué engañados nos teníais! Hoy la ciencia dice que lo
frecuente y lo excepcional nada tienen que ver con la verdad y la mentira. Que
el absurdo no es lo ilógico sino una lógica excepcional. Después de tantas
discusiones podemos decir que la pata-modernidad es lo que ha venido tras la
Era Moderna, de la misma forma que es la patafísica lo que hay más allá de la
metafísica. La patafísica es la ciencia de lo particular, de las excepciones.
Desde ese punto de vista, lo frecuente, lo normal, sería la excepción de la
excepción. Y así podemos entender al soldado Zapo cuando dice: “Pero papaítos,
¿cómo os habéis atrevido a venir hasta aquí con lo peligroso que es? Idos
inmediatamente”; y a su madre: “Hemos pensado que te aburrirías, por eso te
hemos venido a ver. Tanta guerra te tiene que aburrir”. Arrabal tenía 20 años
cuando escribió Picnic. Era el año 52 y la guerra era un recuerdo reciente en
toda Europa, la realidad, la verdad, lo frecuente. El soldado Zapo (que reza
“padrenuestros” cuando dispara), su padre, su madre y el enemigo Zepo (que
dispara con “avemarías”) se disponen a pasar una jornada de comida campestre en
el campo de batalla. La excepción de la excepción, el absurdo. Pero, ¿qué es
más absurdo: una comida campestre o la guerra? “Eso es lo agradable de salir
los domingos al campo. Siempre se encuentra gente simpática. Y usted, ¿por qué
es el enemigo?”. Dice el tópico que Arrabal es un autor incomprendido en España
mientras goza del reconocimiento universal como uno de los máximos exponentes
de la vanguardia del siglo XX. ¿Vanguardia? Como decía Baudelaire, y se
encargaría de recordar Arrabal, vanguardia es un término militar. Y en España
se puede llegar a cuestionar el sentimiento de culpa, pero nada se puede contra
el sentido del ridículo. Parece que nunca se perdonará a Arrabal, aquel que fue
considerado por el franquismo entre sus cinco principales enemigos (junto a Carrillo,
Pasionaria, Lister y El Campesino), una intervención “pánica” y etílica sobre
el milenarismo en un programa de televisión de Sánchez Dragó, cuando abandonó
el plató para ir a mear.
Cuestionarlo todo
Hoy podemos leer a
Arrabal cuando sabemos lo que son los fractales, la matemática de motivos,
la física cuántica y la teoría del caos, pero sin olvidar que buena parte de su
obra fue escrita antes de que físicos, matemático y filósofos pusieran en duda
la veracidad del conocimiento universal que cimentó la Era Moderna. Por eso
forma parte del grupo de artistas que, como Alfred Jarry, Samuel Beckett,
Kafka, y hasta Nietzsche, se adelantaron al declive de la modernidad.
Fernando Arrabal Terán nació en Melilla en 1932 e hizo carne
el absurdo de la España tragicómica: fue hijo de un republicano y una burguesa
que defendió la causa franquista. Tras la Guerra Civil, su padre, recluido en
un psiquiátrico tras habérsele conmutado una pena de muerte y haber estado en
cárceles del bando nacional desde el primer día de la contienda, fue despojado
hasta de la dignidad de morir. Sus huellas fueron borradas, como su historia,
por una copiosa nevada junto al Hospital de Burgos, de donde escapó en pijama
en 1942, un día después de los Santos Inocentes. Nada más se supo.
Años más tarde, Arrabal se atrevería a preguntarle al
mismísimo Franco, aunque con otras palabras, “y usted, ¿por qué es el
enemigo?”. Fue al escribir su célebre carta, publicada en vida del dictador:
“Sin el más mínimo odio o rencor he de decirle que es usted el hombre que más
daño me ha causado”. El escritor imaginaba al dictador en un “mundo de
represión, cárcel, buenos y malos” y clamaba por la excepción a esa regla
general.
Fue Franco y la locura que instauró en España quien dejó a
Arrabal sin su padre, sin su patria y sin el instinto filial natural de amar a
la madre. Efectivamente, mucho daño.
“A ti y a mi
La guerra civil,
Madrastra historia,
Nos infligió este
martirio chino”. De Carta de Amor
(como un suplicio chino).
Un martirio chino
El suplicio chino comenzó cuando el joven Arrabal descubrió
unos documentos de su madre en los que las fotografías del padre aparecían con
la cabeza cortada. La acusó de haberle denunciado. España y la madre fueron
objeto de un oscuro sentimiento sadomasoquista. En Los dos verdugos, la madre
dice: “Le echaré sal y vinagre sobre las heridas para impedir que se infecten.
Un poco de vinagre y sal sobre las heridas le irá de perlas. (Con entusiasmo
histérico). ¡Un poco de sal y vinagre!”). En el Soneto de Amor y Odio a España
I, publicado en la revista Archione, dice:
“Te recuerdo cruel y
misteriosa
me alboroto pensando
en tus mamones
la más guapa entre
todas las naciones
eres bella y con ojos
de viciosa.
Al pegarme te vuelves
más hermosa
con tus azotes y tus
mojicones,
rompiéndome la crisma
a bofetones
mi niñez la forjaste
dolorosa”.
En varias entrevistas, Arrabal reconocería que la educación
recibida de su madre incluyó dolorosas palizas.
Un francés nacido en España
Si buscamos “Arrabal”
en la Enciclopedia Británica comprobamos que es presentado como escritor de
teatro del absurdo, novelista y director de cine francés, nacido en España. Fue
Francia quien le adoptó cuando, enfermo de tuberculosis, inició un exilio
voluntario que luego se convertiría en forzoso. Se casó con Luce Moreau, que
cubrió con creces el vacío que dejó la convulsa relación con la madre. Con ella
vive un amor sincero, apasionado, igualitario, hermoso, respetuoso. Una línea
amarilla en su piso de París delimita sus intimidades. En el 70 cumpleaños de
Arrabal, Luce escribe: “Quiero agradecerte, Fernando, el haberme hecho vivir
alejada de toda mediocridad”.
Un ingenuo va y se
caga en Dios
El exilio voluntario
que comenzó en Francia en 1955 se volvió forzoso en 1967, cuando “pusieron
esposas a las flores”. Ese año, el artista fue invitado a firmar ejemplares de
su libro Arrabal celebrando la ceremonia de la confusión en Galerías Preciado.
Un joven se le acercó para pedirle que le hiciera una dedicatoria pánica.
Arrabal escribió: “Me cago en Dios, en la patria y todo lo demás”. Aquello le
valió un billete de entrada para un mes en Carabanchel, que no fue a más
gracias a la intervención de artistas como Artur Miller o François Mauriac,
promovidos por Eugène Ionesco. Hasta Samuel Beckett, el esquivo pajarraco
alérgico a las intervenciones públicas, escribió una carta con la esperanza de
que “llegue al conocimiento de la Corte y haga que ésta sirva para dar a
conocer el excepcional valor humano y artístico de aquel a quien se va a
juzgar”.
Pero ¿qué tiene este hombre para ser admirado y querido por
algunos de los principales genios de su tiempo? Cela, Aleixandre, Goytisolo,
Kundera, Dalí, Tzara, Duchamp, Man Ray, Borges, Milos Forman, Warhol, Breton,
Ernst, Houellebecq... Arrabal asegura, y debemos creerle, que nunca ha buscado
provocar. ¿Quién, sino un ingenuo sin remordimientos, se habría atrevido a
firmar aquella dedicatoria? Ese genio ingenuo, tímido y humilde es lo que atrae
de Arrabal. Y es también eso lo que lo ha conservado libre de las ataduras de
las masas que, como en España, siguen considerándolo un lunático.
Jugador y juguetón
En noviembre de 1999,
Arrabal da una conferencia en Estocolmo sobre El lenguaje del genio y
exclama: “¡Existe el genio! El genio de saberlo todo como el ingenioso y el
genio del ingenuo que sólo sabe que nada sabe. ¡Existe el genio, y tan difícil!
de la ingeniería como el del ingenioso y el genio ¡tan fácil! de la inocencia
como el del ingenuo”. El “divino Dalí”, que así se presentó por teléfono, le
invitó a visitarle en el hotel de París donde se encontraba. Arrabal apareció
encadenado a un grupo de chicas estudiantes maoístas. Él es así, jugador y
juguetón. Con los números, las situaciones y las palabras.
En sus obras, los personajes articulan como niños discursos
depravados o escatológicos. La sintaxis pasa a un segundo plano si se trata de
jugar con las palabras, se desvanece el lenguaje verbal hasta casi desaparecer,
pero permanecen los cuerpos expresivos de los actores y de la escenografía. Por
eso es el teatro el arte sublime para Arrabal en el que se concentran la
literatura, el arte visual, la filosofía, la historia... Con el teatro, Arrabal
juega a ser Dios: “En verdad el genio es un humano tan ingenuo que sueña con
ser Dios ¡y a menudo lo consigue!”.
La trascendencia lúdica más allá del juego de palabras, el
sentido del humor y la ingenua paradoja es lo que hace a Arrabal diferente y
tan difícil de adscribir a una corriente. Los críticos suelen hablar de dos
periodos en su producción teatral: el “absurdo arrabaliano”, que se relaciona
con la obra del patafísico Jarry y con Beckett; y el periodo “pánico”, a partir
de 1963. Para un lector es difícil hacer esta distinción ya que la obra de
Arrabal evoluciona de una forma muy coherente. El Pánico es una definición bajo
la que se amparan Arrabal, Jodorowsky, Stenberg y Topor “presidida por la
confusión, el humor, el terror, el azar y la euforia”.
Pero Arrabal, además de un genial autor teatral, exhibe
también ese genio para la poesía, la narrativa, el cine e incluso para la
pintura. Sin salirse de su biografía, o de la biografía de aquellos que le
rodean, este autor ha construido una obra inmensa, total. Por su bien,
esperemos que tarde todavía mucho en ser reconocida y valorada con justicia.
Porque todavía da guerra.
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