El FPV busca pactar
una "coexistencia pacífica" con Macri
Por Fernando Gutiérrez
Pocas cosas muestran con tanta elocuencia el momento de
debilidad política del kirchnerismo como los tuits escritos por Cristina
Kirchner el día de los allanamientos en Santa Cruz.
La parte menos comentada de su mensaje, pero la de mayor
importancia, no es el ya habitual argumento de que sufre persecución política
de una Justicia y de un Gobierno que quieren tapar ante la opinión pública los
efectos del ajuste económico.
De hecho, esa estrategia de autovictimización -adoptada
mucho antes de dejar la presidencia- corre serios riesgos de entrar en una
etapa de "rendimiento decreciente".
En cambio, el párrafo importante es ese en el que la ex
presidenta le envió un mensaje cifrado a sus bases partidarias.
"¿Creerán que de esta manera lograrán disciplinar a la
dirigencia política, sindical o social opositora?", se pregunta.
Y, a continuación, se contesta: "Tal vez podrán con
algunos, o tal vez con todos".
Ese es, en definitiva, uno de sus mayores temores: la
constatación de que esa fuerte base de apoyo comenzó a desdibujarse.
De la aplanadora
parlamentaria, nada queda
Pasó apenas un año. Pero parecen lejanísimos aquellos días
en los que se pronosticaba que el kirchnerismo le iba a imponer su voluntad a
cualquier Gobierno.
Esto, a partir de la fuerza arrolladora de una mayoría
parlamentaria que le permitiría bloquear cualquier iniciativa oficial.
Por aquel entonces, los analistas hablaban de la astucia
política de Cristina Kirchner, que se había reservado para sí el armado -nombre
por nombre- de las listas de candidatos a diputados y senadores por el Frente
para la Victoria.
Era, se decía, una manera de asegurarse mantener el poder
ganara quien ganase.
Es decir, que aun estando fuera del Gobierno iba a manejar
una amplia bancada legislativa que le seguiría siendo fiel pase lo que pase.
Pero ese pronóstico partía -como algunos sospechaban en ese
momento y como todos están comprobando hoy- de un análisis defectuoso, ya que
desconocía una de las verdades inmutables de la política argentina.
Concretamente, que en el peronismo la única lealtad
inquebrantable es a la propia supervivencia.
Esta realidad acaba de ser ratificada de manera contundente
en estos días con la aprobación del proyecto de ley del blanqueo de capitales,
con el que se apunta a financiar el millonario pago retroactivo a todos los
jubilados que están en juicio con el Estado.
Cristina Kirchner había fustigado duramente esta iniciativa,
a la que calificó como un "caballo de Troya", ya que dentro de la
misma venía escondido un afán reprivatizador del sistema jubilatorio.
Más aun, había realizado una sugestiva advertencia:
"Quiero decirle a los legisladores y legisladoras nacionales (que llegaron
a sus bancas en las boletas del Frente para la Victoria) que no voy a decirle a
ninguno de ellos cómo tienen que votar", escribió en su cuenta de
Facebook.
"Son todos mayores de edad. Y algunos y algunas,
legisladores desde los años 90, cuando quien suscribe votaba en soledad casi
absoluta en los entonces bloques oficialistas", añadió.
El mensaje era más que claro: quien votara el proyecto
oficialista tendrá en un futuro que dar explicaciones sobre el porqué dio su
apoyo a la "destrucción del sistema previsional".
En parte, la ex presidenta prefirió no dar una orden
concreta, porque ya presentía la conducta rebelde que tomaría la mayoría de
"sus" legisladores.
Esto también se vio reflejado cuando afirmó que entendía que
había parlamentarios que sufrían presiones.
"Creen, sinceramente, que su futuro político se juega
en el resultado de una votación. O en el recinto del Parlamento", apuntó.
No obstante, acto seguido advirtió que quienes incurran en
esa actitud oportunista "deberían comprender que lo que venga después
nunca va ser igual".
A juzgar por los resultados de las votaciones
parlamentarias, el poder de influencia de Cristina Kirchner sobre su propia
bancada se ha desmoronado de manera acelerada: apenas 11 senadores, sobre un
total de 40, le fueron fieles y escucharon sus advertencias.
Los números fríos dan cuenta de un dato no menor: de aquella
mayoría que metía miedo, los kirchneristas puros se redujeron a apenas un 15%
del Congreso.
Por cierto, esta cifra se aproxima al que los politólogos
creían que conformaba el "núcleo duro" de la militancia K en el total
del electorado argentino.
Aun cuando muchos intuían que este escenario de debacle
kirchnerista tenía altas probabilidades de ocurrencia, lo cierto es que la
velocidad con la que se está dando no deja de sorprender.
Es cierto que los recientes escándalos de corrupción que
salpican a ex funcionarios precipitó el proceso de descomposición, porque
muchos tratan de evitar que el descrédito los salpique.
Esto quedó en evidencia cuando la Cámara de Diputados
debatió si debía levantar en forma parcial los fueros del sospechado ex
ministro de Planificación Federal, Julio De Vido, de manera que sus propiedades
pudieran ser allanadas.
En aquel momento, un tercio de los diputados K se ausentaron
del recinto a la hora de votar, una manera de dejar en claro que no pensaban
quedar expuestos a una defensa explícita del funcionario acusado por corrupción.
El mismo día, un grupo de ellos anunció su separación del
bloque del Frente para la Victoria.
Aun cuando la corrupción es un tema sensible, en otro
contexto hasta hubiese sido secundario (basta recordar otros escándalos o
maniobras fraudulentas en los que la tropa K salió a ponerle el pecho).
En rigor de verdad, el desgajamiento de la bancada
legislativa kirchnerista había empezado mucho antes.
El tema de fondo, como siempre, es la plata.
Para muchos legisladores peronistas -especialmente los vinculados
con los gobiernos provinciales- su éxito político está atado a la obtención de
partidas presupuestarias y de una tajada importante del reparto de impuestos.
Ese dinero les permite contar con margen para realizar obras
públicas y financiar iniciativas de rédito electoral.
Hay un principio de la gestión argentina que es bien sabido
por todos: si una provincia se pelea con el Poder Ejecutivo, entonces debe
estar preparada para sufrir las dificultades de caja.
Fue una regla aplicada a rajatabla por Néstor Kirchner,
luego llevada a su extremo por la propia Cristina. Y es, por cierto, una de las
lecciones mejor aprendidas por Mauricio Macri.
Es cierto que la actual gestión cuida más las formas. La ex
mandataria asfixiaba financieramente a los gobernadores díscolos, como lo hizo
con Daniel Scioli, a quien le licuó la tajada impositiva. Tuvo que conformarse
con el 19% para una provincia que cuenta con casi el 40% de la población.
A diferencia de su antecesora, Macri no ejerce este tipo de
castigos personalizados.
No obstante, de manera más sutil, les dio a entender a
gobernadores y senadores provinciales que la suerte financiera de cada
jurisdicción estaba atada al éxito del Gobierno nacional.
Fue así que consiguió lo que parecía imposible: una mayoría
muy holgada, con un nutrido aporte peronista, le dio el aval para acordar con
los "fondos buitre", pagarles cash y volver a tomar deuda externa.
Es decir, todo lo opuesto a lo que pedía Cristina, que había
hecho de la resistencia anti-buitre y el desendeudamiento sus principales
banderas.
La explicación de los legisladores K que optaron por avalar
a Macri con su voto fue simple y pragmática: si el actual Gobierno lograba
hacerse de crédito externo, entonces las provincias también iban a poder
endeudarse y a una tasa más barata.
Así las cosas, con un equipo económico más aliviado, la
asistencia financiera a los distritos resultaba más factible. Billetera mata
principios.
No fueron los únicos casos en los que se han observado una
desobediencia explícita a las órdenes de Cristina.
También hubo aval de los legisladores K para el nombramiento
de los dos nuevos jueces de la Corte Suprema de Justicia propuestos por el
macrismo.
Buscando aliados,
desde el llano
Esta situación de alejamiento y de rebeldía está lejos de
sorprender incluso a la propia Cristina Kirchner.
Es que ella sabe mejor que nadie la diferencia entre ser
leal a un dirigente que ejerce el poder y mantener esa fidelidad cuando ese
dirigente está en el llano.
No por casualidad, CFK en su carta admitió que entendía la
existencia de tentaciones de pactar con el Gobierno, como una forma de asegurar
el capital político individual.
Ya había dado muestras de comprender el nuevo panorama
cuando, en abril, transformó su comparecencia ante un juzgado en un acto de
apoyo masivo, frente a los tribunales federales de Comodoro Py.
En aquella ocasión, no se dejó engañar por la imponente
convocatoria militante: admitió que con el kirchnerismo puro no iba a alcanzar
para frenar al Gobierno macrista.
Propuso entonces conformar un "frente ciudadano",
capaz de ejercer presión para convertir al Congreso en una "escribanía del
pueblo".
A menos de tres meses de aquella convocatoria, ya se puede
hablar de un fracaso completo.
Cristina no sólo no logró sumar a fuerzas
extra-kirchneristas a su "frente ciudadano" sino que está viendo cómo
se licúa su propia fuerza política a pasos agigantados.
Tanto, que hay legisladores que quieren eliminar la
denominación "Frente para la Victoria" como título de su bloque y
propiciar una nueva fuerza panperonista, de ánimo dialoguista con el gobierno.
En paralelo, ya resulta evidente el "operativo
seducción" hacia el peronismo.
En particular, los siempre necesitados intendentes del
conurbano bonaerense, a quienes la gobernadora María Eugenia Vidal quiere tener
como aliados y darles espacio en el gabinete de ministros.
¿Sin reacción?
Por estas horas, la comidilla del ámbito político es que
Cristina, radicada en la provincia de Santa Cruz, se considera prácticamente
una ex dirigente.
No solamente desoye el reclamo de los militantes para que
vuelva a Buenos Aires y tener mayor protagonismo sino que, entre sus íntimos,
desliza su creencia de que Macri tiene altas chances de ser reelecto en 2019.
De todas maneras, los reveses políticos y judiciales del
kirchnerismo no deben llevar a tomar conclusiones apresuradas.
Es que si algo demostró la historia es que el kirchnerismo
siempre ha tenido una asombrosa capacidad de recuperación de sus crisis.
La diferencia, claro, es que antes esas recuperaciones
ocurrían ocupando el poder y ahora está en el llano.
Aun así, queda un capital político nada desdeñable en la
militancia juvenil de La Cámpora y los ámbitos intelectuales y artísticos que
tienen peso como líderes de opinión.
Es a partir de ese núcleo duro, y apostando a un recambio
generacional, que el kirchnerismo imagina su futuro.
La propia Cristina lo tiene claro, y es por eso que, tras el
escándalo de los bolsos con dólares de José López, su primera comunicación
estuvo dirigida a contener a sus propios militantes.
Una tarea en la que, por ahora, los resultados no parecen
suficientes.
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