Por Manuel Vicent |
El astrofísico Stephen Hawking ha pronosticado que dentro de
mil años una primera migración de seres humanos comenzará a abandonar la Tierra
para asentarse en otros puntos del universo. Se supone que para entonces el
crecimiento demográfico, la falta de alimentos, el cambio climático y la
pestilente degradación de la naturaleza habrán hecho de este planeta un lugar
inhabitable.
Los nuevos padres fundadores serán cosmonautas soñadores,
jóvenes y fuertes. Aquí quedarán los viejos, los discapacitados, los pobres y
los faltos de coraje.
Dada la escasez de espacio en las naves, verdaderas arcas de
Noé, los emigrantes cósmicos llevarán consigo una selección extremadamente
rigurosa de los mejores frutos terrenales. No faltaran el cereal y la vid, que
fueron en la Tierra sangre y cuerpo de dios, junto con un ron bucanero para
brindar por el éxito.
Para entonces el genoma humano totalmente explorado
permitirá una absoluta manipulación genética de los óvulos y espermas
congelados de los genios de la historia, pero en el cerebro humano estará
guardada la ciencia y la cultura que pudo ser salvada de la hecatombe
planetaria.
En otro lugar más confortable del universo podrán ser
recreados los versos de Homero, la moral de Marco Aurelio, los cuentos de las Mil y Una Noches, los ensayos de
Montaigne, la Venus de Botticelli, el
Réquiem de Mozart, la ironía de
Voltaire, todo lo que en la Tierra nos permitió vivir sin avergonzarnos, por
ejemplo la libertad, las aventuras de Ulises y el amor a los caballos.
Puede uno imaginar qué salvaría de este planeta hoy para
llevárselo a otro mundo si fuera un expedicionario galáctico. Por mi parte no
faltarían los calamares en su tinta, las berenjenas fritas y el apio para las
ensaladas. Pues bien, ese tesoro que cada uno se llevaría a otro planeta aún
está en la Tierra. Hay que aprovecharlo.
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