A 36 años de la muerte del gran poeta salteño
Manuel J. Castilla: el poema hecho hombre en el paisaje universal. |
Por Nelson Francisco Muloni
“…ese ya no es, aunque parezca cierto, / es un Manuel Castilla que se ha muerto / y en esa casa está resucitando”.
Este poeta que “está resucitando”, es una tierra enorme que renace en esas palabras que se mantienen vivas, alimentadas en voces que entran, andan y resurgen en las pieles o en las canciones. Depende del lugar de esa tierra donde se esté.
Manuel J. Castilla es ese gran asimilador del paisaje, pero no el simple paisajista, sino el hombre en toda su esencia, rodeado de esa “tierra hermosa” que no es, solamente, la Salta a la que huele en cada mañana, sino la territorialidad que excede su localía para hacerse, definitivamente universal.
Porque, ¿no es Castilla, acaso, el que imbrica el paisaje de La Pomeña con la orilla del mar en No te puedo olvidar, sólo por hablar de sus canciones?
¿No es un profundo semblanteo humano de algún pueblo español cuando dice:
Yo estuve viendo al hombre cuando alzaba
la sombra de su casa
de hebra en hebra como un barracán tibio,
vi sus manos lamiendo dócilmente trozos de piedra y barro.
y sin embargo, es su propia tierra salteña con que comienza su poema “Iruya”, de Cantos del Gozante?
Este es entonces, Manuel J. Castilla: el poeta que extendió la dimensión del verbo en un abanico continental, latinoamericano, de un regionalismo que, creciendo, va volviéndose necesariamente universal.
Cuando en sus versos Castilla transforma su propio espacio, sabe que la palabra ha adquirido su propia dimensión humana. Castilla es la palabra. Surgen en él los verbos y los adverbios. Él les da piel y estatura, contenido. Y pone y modifica, con gerundios y sustantivos que le van dando al poema un ritmo especial, único con el que, después, incluso, encarará las coplas que darán vida a las emotivas y trascendentes canciones.
Y Castilla, en tanto tierra y hombre, es el determinante enunciador de los más pobres porque sus versos no son meramente contemplativos. La Pomeña, Pastor de Nubes, Chaya para Toconás o Juan Panadero, entre algunas de sus canciones, hace referencia clara al sacrificio del superviviente del paisaje.
En el ya mencionado “Iruya”, Castilla dice:
Yo estuve viendo al albañil arrodillado. Su sombra iba pensando.
Lo he visto entre campanas que soltaban sus pájaros sonámbulos,
medio enterrado casi por sus dioses brutales…
O cuando en Hombre entre las cumbres de Lizoite, refiere:
Esta carne de Dios, esta aterida
carne sagrada y quieta entre las cumbres,
este bulto que mira su infinito bajo los ventarrones
es, sin embargo, un hombre.
El 19 de julio de 1980, el verbo de Castilla se silenció. Pero 36 años después, “en esta casa está resucitando”.
La casa
(Manuel J. Castilla)
A María Angélica de la Paz Lezcano
y a Juan Antonio Medel
Ese que va por esa casa muerta
y que en la noche por la galería
recuerda aquella tarde en que llovía
mientras empuja la pesada puerta,
ese que ve por la ventana abierta
llegar en gris como hace mucho el día
y que no ve que su melancolía
hace la casa mucho más desierta,
ese que amanecido, con el vino,
se arrima alucinado al mandarino
y con su corazón lo va tanteando,
ese ya no es, aunque parezca cierto,
es un Manuel Castilla que se ha muerto
y en esa casa está resucitando.
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