viernes, 1 de julio de 2016

Los semestres borgeanos de Macri: estamos mal pero, ¿vamos bien?

Por Fernando González
La felicidad depende de variaciones sutiles. Siempre es así. Y este analisis sería mucho más fácil de elaborar si Lionel Messi hubiera convertido el penal y la Argentina estuviera ahora disfrutando la ficción inigualable de un campeonato de fútbol. Pero el país adolescente se encuentra inmerso en el ejercicio habitual de la disección de uno de sus ídolos y ése no es el mejor escenario para evaluar los primeros seis meses de la gestión de Mauricio Macri.

Es que la derrota nos pone sombríos y la oscuridad nos pone pesimistas. Para el fundamentalismo pesimista, el listado de episodios negativos de este primer semestre no podía ser más completo. Arrancó el 1 de enero con la fuga de los presos acusados por el triple crimen de General Rodríguez. Las burlas a la Policía Bonaerense y a la entonces gobernadora debutante María Eugenia Vidal.

Después vinieron la salida del cepo cambiario y la devaluación del peso. Los tarifazos en los servicios públicos y la inflación desatada por encima del 40% anual. El mazazo inesperado de los Panama Papers, el paro con movilización masiva de la CGT, la fragilidad del empleo y la actividad productiva que no termina de reaccionar. Un cuadro suficiente como para que cualquier ser humano sufra un paro cardíaco. Afortunadamente, el Presidente tuvo como máxima expresión de sus preocupaciones una arritmia muy leve y apenas mal comunicada.

Claro que, en la Casa Rosada, gobiernan los optimistas. Allí están los consejos provocadores de Jaime Durán Barba y el liderazgo filosófico de Marcos Peña para resistir los peores momentos de la tormenta con dosis homeopáticas de redes sociales. Meta facebook y snapchat. Para ellos, y también para Macri claro, no hay nada más equivocado e injustificado que los temores de los dirigentes políticos, la mayoría de los empresarios y una buena cantidad de periodistas. El círculo rojo que, para el politburó macrista, tiene una versión demasiado dramática y casi siempre errónea de la realidad. En el google doc de los optimistas hay apuntadas unas cuantas iniciativas que el Gobierno contabiliza como triunfos: la salida del cepo cambiario es la génesis fundacional del macrismo. Después vienen el acuerdo con los holdouts, la reducción de 50.000 millones de pesos en el impuesto a las Ganancias, el veto a la ley de Doble Indemnización, los cambios en la Corte Suprema y, desde la noche del miércoles, las leyes de reparación jubilatoria y la del imprescindible blanqueo de capitales, por las que el Presidente espera repatriar unos 30.000 millones de dólares que le ayuden a financiar la puesta en marcha productiva de la Argentina aún en recesión.

La algarada optimista tiene un acompañamiento indispensable. Y es el show de la decadencia kirchnerista, con su desfile frondoso e interminable de procesados y presos. Los Lázaro Báez, los Ricardo Jaime, las Milagro Sala, los José López y los rayos y centellas que se ciernen sobre los Boudou, los De Vido y sobre Cristina, la ex presidenta que intenta sostener a duras penas el timón de un arca de Noe que se hunde sin remedio. Las imágenes televisivas de los Báez contando dólares en Puerto Madero y las de López arrojando bolsos con millones en un convento de madrugada es el regalo de la fortuna que Macri recibió para matizar la espera de una bonanza que todavía tarda en llegar. Es bien ilustrativa la encuesta de Isonomía que publica El Cronista. La sociedad siente que está igual o peor que antes pero también está dispuesta a esperar la transición hacia un tiempo mejor. El plazo máximo es de un año.

A los optimistas y a los pesimistas de la era Macri hay que recordarles dos datos contundentes. Que el Presidente actual ha sorteado con éxito hasta ahora su situación minoritaria en el Congreso (las leyes mencionadas se aprobaron con mayorías de 165 diputados en la Cámara Baja y de 55 senadores en el lado más opositor del Parlamento, números inéditos y hasta asombrosos para un gobierno no peronista). Y la otra fortaleza es haber atravesado, hasta el momento, una devaluación del 60% y un tarifazo del 300% promedio sin hecatombe financiera alguna y sin reacciones sociales multiplicadas en el territorio nacional.

Carlos Menem, en una frase condenada por la memoria histórica, solía decir en el comienzo desastrozo de su gestión "estamos mal, pero vamos bien". A Macri, con los números actuales a la vista, podríamos decirle "estamos mal y ojalá nos vaya bien". Ahora el desafío más urgente es escapar de la recesión, que el Indec acaba de coronar con estadísticas más confiables de las que teníamos en la edad de la mentira. El Presidente sabe perfectamente que deberá mostrar una economía más próspera el año próximo para poder triunfar en las elecciones legislativas y consolidar su gobierno. En el final de este semestre de agobio y en el arranque del semestre más expectante sólo podemos encomendarnos al Borges genial del poema Buenos Aires. Decía el argentino que murió ciego hace 30 años en Ginebra: "Aquí el incierto ayer y el hoy distinto...". Habrá que esperar a que los optimistas del macrismo tengan razón esta vez y nos vuelva a unir el amor en vez del espanto borgeano que se resiste a morir en el país de las oportunidades perdidas.


© El Cronista

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