Por Jorge Fernández Díaz |
Un cacique justicialista, que acababa de darle un fuerte
portazo al kirchnerismo en el Congreso de la Nación, se jactaba hasta hace un
mes de poder caminar tranquilo por la calle. Después del escándalo del
Monasterio de Planificación dos o tres ciudadanos por día lo insultan y le
gritan: "Devuelvan la plata". Los peronistas de cualquier pelaje y
extracción (los exaltados no hacen distingos en la interna) tienen problemas
ambulatorios; a cada rato les caen los bolsos del señor López en la cabeza.
Un
ex ministro de Cristina Kirchner llamó a esta Redacción para pedir que lo
borraran de una lista: juraba que jamás se había reunido en Buenos Aires con la
Pasionaria del Calafate, provisorio cadáver político que antes daba lustre y
ahora mancha la camisa. La sociedad está furiosa y asqueada, y es por eso que
en el viejo partido de Perón nadie quiere asomar la nariz ni poner el pecho.
Hace siete meses prácticamente el único negocio de la política vernácula
consistía en ser miembro de la omnívora corporación peronista; hoy hasta Sergio
Massa huye del abrazo de sus ex compañeros y busca el auxilio de su propia
Carrió, una margarita en el ojal para exhibir traje impoluto. Es que si la
economía mejora (crucen los dedos) el debate electoral del año próximo se dará
posiblemente en el terreno de la ética, y nadie quiere cargar en su mochila ni
con la silueta de la sombra del fantasma de un corrupto.
El peronismo, largamente penetrado y adulterado por una
secta religiosa que lo boicoteaba desde arriba y desde adentro y que lo
consideraba "carcamal y pejotista", despierta después de su insólita
implosión y sale de entre los escombros herido (por la negligencia y el
desprestigio), con algo de amnesia (no entiende quién es después de tanta
obediencia vertical) y sin brújula (no sabe adónde ir). Tal vez le convendría
seguir los pasos del kirchnerismo español: en la amarga derrota, Podemos
canceló estos días su fase "revolucionaria" y abrazó las reglas del
partido republicano, a sabiendas de que perderá sex appeal, pero ganará competitividad. Revocar una revolución que
jamás se hizo forma parte de la picaresca de la política teatral ultramoderna,
pero tal vez el ejemplo le sirva a la tribu autóctona, que se debate entre
persistir con su apolillado movimientismo populista o reinventarse como fuerza
institucionalista y razonable, factor esencial para un bipartidismo refundado.
Si no lo hacen, pobres de ellos. Y también, pobres de todos nosotros. Porque no
es posible unir las mitades de la naranja argentina sin el consenso básico de
un mismo sistema político: un escenario donde nadie es la patria y todos lo son
(Borges dixit), donde nadie viene a eternizarse y a barrer con todo, y donde es
posible acordar de una buena vez políticas de Estado perennes.
Entregarle esa reforma a Cristina es algo tan surrealista
como encomendarle a Maradona que administre la AFA: dos ídolos arrogantes y
acabados que no pueden organizarse ni a sí mismos, efigies de una sociedad
decadente que sigue intacta y promotores de un contubernio venal y catastrófico
(Fútbol para Todos) que aplaudieron con entusiasmo y a los besos y abrazos con
el ahora vituperado Julio Grondona. Para completar el círculo, el presidente de
la unidad básica Dubái se mostró el viernes con Hebe y Moreno (piantavotos de
antología), y se puso a disposición del peronismo. Qué buen candidato. Es justo
lo que necesitan los huérfanos del General para fundir la causa. Diego, tierno
ex menemista, mira con el espejo retrovisor: cree estar todavía en los festejos
de 2010, pero el único desfile del Bicentenario que tuvo esta semana el
kirchnerismo fue por Comodoro Py. Y la Iglesia de Francisco (salieron debajo de
la falda de Cristina y ahora quieren meterse bajo de la sotana de Bergoglio) no
les dio buenas noticias: Casaretto declaró que "los casos de corrupción
sobrepasan lo imaginable" y la UCA determinó que la arquitecta egipcia
entregó la pirámide con cinco millones de chicos en la pobreza más hiriente.
La carta pública de Cristina, que a esta altura sólo conduce
el Movimiento Nacional de Defensa Personal, tampoco mejora el panorama. La dama
que inició una batalla cultural contra el dólar y que prohibió a los argentinos
refugiarse en esa moneda mientras arreciaba la inflación, pasó en secreto parte
de su fortuna a la onda verde y cuando fue descubierta por ese avieso juez de
la embajada norteamericana, se excusó en que teme un nuevo
"corralito". Mención desestabilizadora, impropia de una ex presidenta
constitucional, que conecta con los irreprimibles deseos golpistas de su
lacayo, el jefe de Quebracho, y de otros cristinistas puros del conurbano,
donde se alientan día y noche saqueos y rebeliones en consonancia con los
anhelos de la mafia policial. "Si Macri no cae vamos todos presos",
dicen en los actos con una desfachatez asombrosa. El peronismo lucha contra el
prejuicio de ser destituyente cuando no gobierna; estas conjuras no hacen más
que confirmar el abominable estigma.
Cambiemos tampoco les hace fáciles las cosas. Funcionarios
nacionales viajan al interior a seducir peronistas, para escándalo de sus
socios radicales, y Vidal les hace lugar físico y simbólico a referentes del
justicialismo bonaerense. A este ritmo, pronto habrá más peronistas que CEOs en
el oficialismo, y eso tampoco beneficia el posicionamiento de los compañeros
desorientados.
Mucho no le gusta a Lilita esa nueva sociología: cree que el
Gobierno se debate entre ser la nueva política y pactar con la vieja, y que su
misión es empujarlo hacia el lado del bien. Estamos en la era de la política
líquida (al decir de Bauman), y eso explica por qué es posible procesar con
espíritu zen el tremendo fuego amigo, aunque en la coalición se preguntan
cuánta tensión aguantará el hilo sin cortarse. Un sondeo reciente revela que la
imagen de Carrió creció de manera espectacular, y que a propios y a extraños
les encanta que esa loba solitaria de voz potente le marque cada tanto la
cancha al macrismo. Pero algunas veces sus críticas y descalificaciones son
reindustrializadas luego por la oposición para zarandear al Gobierno. Y su
carácter de outsider es simpático
pero entra en colisión con la necesidad de armar un equipo sólido y cohesionado
para combatir el tráfico de estupefacientes: no es lo mismo denunciar corruptos
que narcos. Los francotiradores valen para lo primero, pero no para lo segundo.
Es incuestionable, sin embargo, que las cruzadas de Carrió y
su alter ego Stolbizer fueron decisivas para que detonara el modelo de matriz
corrupta diversificada. El aceleramiento de la descomposición cristinista, que
no conviene electoralmente, y la perplejidad de peronistas que tenían hasta
hace poco la vaca atada y que hoy corren para que no los arrolle el toro, hace
reflexionar también acerca del carácter volátil de la Argentina.
El Gobierno debería tomar nota de la celeridad con que
cambian los vientos en estas pampas. La exitosa judicialización del aumento de
las tarifas, fogoneada por kirchneristas que son culpables del problema y
quieren evitar la solución, detuvo la digestión del sinceramiento y agregó
irritación al malhumor social. He aquí la principal bomba heredada. El
peronismo territorial no se puede permitir una detonación, y Macri y Lorenzetti
deberán desactivarla con mucha plasticidad e inteligencia: el plan económico
depende de ello. El Presidente dijo: "Si cuando finalice mi gestión no
bajé la pobreza, habré fracasado". Le tomamos la palabra.
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